SOCIEDAD › PLACIDO DOMINGO CAUTIVO A UNA MULTITUD FRENTE AL OBELISCO

Noche de arte y emoción en la 9 de Julio

El cantante dio finalmente su concierto y el público lo ovacionó. Cantó arias de óperas, canzonettas y tangos. Hubo aplausos a la orquesta y chiflidos al gobierno porteño. Y fue aplaudida la mención al Día de la Memoria.

 Por Diego Fischerman

La palabra “cultura” acarrea varios significados. Puede entendérsela como “arte”, se la puede concebir sólo como el “arte alto” o se la puede considerar en un sentido etnológico como los hechos del ser humano: sus costumbres, creencias, su cosmovisión y su manera de interactuar. Los tres significados están, habitualmente, en conflicto y tal vez lo más interesante suceda, precisamente, cuando ese conflicto se pone de manifiesto. La ópera, la singular mirada que sobre ella tenían las clases bajas en el siglo XIX, su tránsito desde y hacia la calle, en las arias que tomaban el espíritu de canzonettas y en los organilleros que las replicaban, siempre fue una zona privilegiada para ese choque de culturas que era la cultura.

Más acá, los Tres tenores y uno de los actos más masivos que puedan imaginarse, tejido alrededor de ese repertorio y sus satélites, en la inauguración del Mundial de Fútbol de Italia, en 1990, volvió a jugar en los límites de las categorías tradicionales. Y el concierto de ayer a la noche, donde uno de esos tres cantantes, Plácido Domingo, se presentó frente al Obelisco y ante una multitud, fue parte de esa saga. Porque estuvo la cultura alta. Porque también estuvieron los tangos –que Domingo no canta como tangos pero cuya interpretación es amada por millones– y las arias de zarzuela. Pero, además, porque fue un hecho cultural en el sentido más estricto. Lo fueron las discusiones de los días anteriores y la expectativa acerca de si actuarían los músicos de la orquesta del Colón, que desde hace seis meses mantienen un paro que las autoridades del teatro no han podido solucionar. Lo fue el manejo informativo (o desinformativo) de la mayoría de los medios de comunicación, los exabruptos del jefe de Gobierno llamando delincuentes a los músicos en huelga, y las acusaciones del director del Colón, culpando a Domingo de no haber ido a verlo a él y a los integrantes de las orquestas de tener al cantante como rehén. Y lo fue, también, un accidente. El concierto debía realizarse un día antes pero la lluvia hizo que coincidiera con la conmemoración de los treinta y cinco años del comienzo de una dictadura que hizo de la persecución de la cultura una de sus banderas.

La noche no podría haber sido mejor. Por el cielo estrellado, por el clima apenas fresco, por la música, obviamente, por las familias que concurrieron en pleno y por el sentido político que cobró la solidaridad del cantante con los músicos argentinos en conflicto con el Colón. Pero, sobre todo, porque en el recuerdo de un período que dejó a tantos sin voz fue, como en tantos ritos colectivos, una voz la que encarnó la de muchos y la que obró el viejo sortilegio de que la palabra cantada fuera aún más poderosa que la palabra. Sin hablar al público, con una presencia escénica notable y con la voz expresiva y homogénea, durante toda la primera parte Domingo alternó con la soprano Virginia Tola un repertorio de arias de óperas francesas e italianas, más “Winterstürme” de Die Walküre, de Richard Wagner, y el Coro de gitanos y matadores de Carmen, de Bizet, que abrió el concierto.

Si las interpretaciones del tenor –que en ocasiones cantó en el registro de barítono– despertaron ovaciones, no fue menos destacada la actuación de Tola, cuyas “D’epuis le jour” de la ópera Louise de Gustave Charpentier, y de Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea, “Io son l’umile ancella” resultaron conmovedoras en su riqueza de matices, en el fraseo exacto y en la dosificación del caudal. El primer dúo fue el del primer acto de Simon Boccanera, de Giuseppe Verdi, y luego Domingo habló por primera vez al público. “Estamos emocionados porque miramos la gente que nos ha venido a escuchar y no se ve el fin”, dijo. “El año que viene –contó– se cumplirán cuarenta años de mi debut en el Teatro Colón, cantando el Don Alvaro de La forza del destino. En esa época no dirigía orquestas y espero el año que viene cantar allí una ópera completa pero, mientras tanto, quiero darme el gusto de dirigir aquí la obertura de esta ópera.” La mención a la interpretación de una ópera completa fue, en todo caso, una referencia al otro sainete de estos días: la prescindencia del director del Colón, Pedro Pablo García Caffi, que se limitó a hacer saber, toda vez que pudo, que la organización no le correspondía a él sino a la Fundación Beethoven, y a quejarse de que Domingo no lo había ido a ver. La realidad es que lo esperable era que fuera el director del Colón quien se acercara, aunque más no fuera para saludarlo, pero García Caffi hizo notar su enojo porque, en lugar de venir a cantar una ópera, el tenor llegara para un concierto masivo y patrocinado por el Ministerio de Cultura, con el que está visiblemente enfrentado. El hecho es que, durante la tarde, Domingo había estado en la sala del Colón, y, además de besar el escenario, se dio el gusto de cantar allí, durante un ensayo del Coro.

En una nueva explicitación de sus internas, mientras el ministro Lombardi alababa la actitud de los músicos, permitiendo este concierto, el jefe de Gobierno utilizaba la palabra “papelón”. Mal que le pese, el apoyo de Domingo a los supuestos delincuentes fue explícito y lo repitió frente a las alrededor de 100.000 personas que lo aplaudieron cuando aplaudió a la orquesta. “Espero que pueda haber entendimiento y se resuelva el conflicto”, dijo Domingo desde el escenario y, cuando ya en el final, después de “Granada”, uno de los bises con los que prolongó su presentación, hizo poner a los músicos de pie, quedó claro de quiénes era de los que esperaba entendimiento. Incidentalmente, la mención del locutor al patrocinio del Gobierno de la Ciudad obtuvo chiflidos tan nutridos como los aplausos recibidos por la orquesta. La otra ovación del público, de pie, fue para la mención, por parte del locutor, del hecho de que el concierto tuviera lugar el Día de la Memoria. Eran cuarenta años de carrera para el cantante y treinta y cinco del comienzo de la última dictadura militar argentina. “Veinte años no es nada; cuarenta tampoco: éstos son mis nietos”, decía Domingo, ya en su despedida, al presentar a dos niños sobre el escenario. Cuestiones de la memoria.

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Imagen: Eugenia Kais
 
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