rosario

Miércoles, 24 de agosto de 2011

CONTRATAPA

Mi libro antiK

 Por Javier Chiabrando

Hace tres meses ya --una eternidad en este país--, me telefoneó CM, mi editor, de ahora en más El Editor. "No me digas que me llamaste para decirme que gané el premio Planeta o que mi novela vendió más que el Código Da Vinci", le dije.

--No justamente --y dejó caer su verdad como quien se desangra. La ficción no vende, che, tenés que escribir un libro político.

Para qué. Me empezaron a temblar las piernas, el brazo derecho (el de escribir), y la frente se me perló de sudor.

--No es lo mío, che, mirá lo bien que me sale la frase "se me perló de sudor la frente".

--Dejate de embromar. Nadie puede poner esa porquería de frase en una novela.

Y tenía razón. Yo seguí con mis argumentos: "la política no es lo mío"?, "no hay tiempo de acá a las elecciones", "hay demasiados libros sobre el tema".

--¿Y a favor o en contra? --pregunté; ya era hora.

--Hay que hacer un estudio de mercado --dijo con voz temblorosa; raro en él.

Nos pusimos de acuerdo en quien pagaría los cafés, y salí disparado a recorrer las librerías﷓café, a hacer lo que El Editor llamaba un estudio de mercado y yo leer de reojo y sin pagar. Días después llegué a la siguiente conclusión: hay demasiados libros políticos.

--Hay demasiados libros políticos --lo llamé y le dije.

--Pero es lo que se vende.

--Bien, pero ¿a favor o en contra?

La segunda etapa del estudio de mercado me llevó a una nueva conclusión: la mayoría de los libros políticos que hay en las librerías son en contra del gobierno.

--¿Los antiK son los únicos que compran libros? --le pregunté luego a El Editor.

--Será porque los antiK son los que saben leer --dijo como masticando las palabras.

Yo no contesté porque me quedé pensando si no tendría razón. El empezó a delirar sobre civilización y barbarie, negros y blancos, cabecitas negras y clase media, peronistas y radicales, Ford y Chevrolet. Lo interrumpí.

--¿Me estás diciendo que tengo que escribir un libro antiK?

--Si querés ser un escritor que vende libros y si tu ideología te lo permite --me chicaneó. Sabe que tengo esos días en que comparo a Cristina con el turco y con chupete y no puedo dejar de pensar que ella es un poco mejor.

--Ya sabés que los escritores no tenemos derecho a tener ideología, igual que los periodistas y editores y filósofos y actores.

Dije yo. Es que ser escéptico y no creer en nada tiene bastante rating entre escritores e intelectuales, tal como aprendimos de Lanata y Caparrós. Le pedí unos días más y de nuevo a recorrer librerías﷓café. Hacerme una idea completa del derrotero intelectual de la parva de libros políticos que abarrotan librerías fue bastante complicado por la diversidad, que iban del chismerío de Radiolandia de Majul, con documentación del estilo de "me dijo que le dijo", "me lo contó un amigo próximo", "se comentó en la reunión", a la enciclopédica argumentación de la Sarlo que obliga a saber de verdad y a leer libros en otros idiomas, incluido el coreano.

--o se me ocurre nada nuevo. Parece que ya está todo escrito --le dije luego.

--Escribí algo como el libro de Terragno, lleno de ideas de superación, hablá del futuro y de la Argentina de todos.

--¿Por qué Terragno no habrá hecho lo que sugiere en su libro cuando era jefe de gabinete?

--Por ahí me equivoqué de ejemplo. Fíjate en el libro de Duhalde.

--¿Ese que tiene un error de sintaxis en el título? En lugar de "Es hora que me escuchen" debe decir "Es hora de que me escuchen". Si así es la tapa, imagínate el contenido.

--Ya sé. Escribí un libro sobre la autocrítica en la política.

--¿Nunca te preguntaste por qué los que piden autocrítica nunca la hacen? ¿Vos escuchaste autocríticas del FMI, de la UIA, de la Sociedad Rural, de Clarín, de los yanquis?

--Te pago el triple? --me dijo harto de mis devaneos.

--Acepto, pero antes te voy a contar una anécdota.

Y se la conté.

--En plena segunda guerra mundial, Raymond Chandler trabajaba como guionista para la Paramount cuando Alan Ladd, el actor mejor pago del estudio, iba a ser llamado a las filas por no haber trabajado (filmado) en los últimos dos años. Chandler propuso terminar un cuento suyo que podía volverse película. La idea fue aceptada; era indispensable comenzar a filmar en tres meses. Chandler terminó el cuento y comenzó el guión mientras la producción se ponía en marcha. Si bien Chandler cumplía con los plazos, uno de los jefes del estudio no tuvo mejor idea que proponerle un premio extra de cinco mil dólares si acababa a tiempo. Eso paralizó a Chandler; comprendió que no creían en él. Luego de varias idas y venidas, Chandler, con su confianza absolutamente demolida, sugirió que la única manera de terminar el guión era hacerlo borracho para no pensar en la ofensa. El estudio aceptó, pero tomando precauciones extras debido a su frágil salud. Así se hizo: en la puerta de la casa del escritor hubo todo el tiempo dos limusinas disponibles, estuvo rodeado de enfermeras y un médico que le inyectaba vitaminas, y lo rondaban secretarias las veinticuatro horas, disponibles a tipear y quién sabe a qué cosa más. Dio resultado: el guión se completó y se filmó. La película se llamó La Dalia Azul. Yo te escribo el libro pero el whisky tiene que ser importado, las enfermeras y las secretarias dignas de Playboy y las limusinas blancas --le dije.

Escribir mi libro antiK me llevó una semana larga, es decir una semana y un fin de semana extra. Y cuatro botellas de Jim Beam y accesorios. Los títulos que me ocurrieron fueron: Ella y él, Qué les sucedió, El kirchnerismo repóstumo, La acrobacia y el cálculo, y uno que me gustaba mucho pero ya estaba escrito: Cuidado con Cobos. Al fin el libro se llama: Internet también es antikirchnerista. El título es un poco raro pero está justificado por el contenido, que no es otra cosa que un corte y pegue de opiniones y análisis de los enemigos del gobierno, la mayoría apenas justificados por la tapa de algún diario opositor, lo que no hace más que avalar mi sistema de producción intelectual. Es decir: el diario opositor avala lo que los enemigos del gobierno dicen, lo que ellos dicen avala mi libro y mi libro avala lo que yo digo, o creo, o digo que creo, o creo que digo. Negocio redondo para todos.

La primera edición de 100.000 ejemplares se vendió en dos días. Si usted, que está leyendo esto, no se enteró de la existencia del libro es porque el libro voló apenas llegó a las librerías, a las manos de aquellos lectores que leen libros buscando que esos libros le den la razón. Agrandado, El Editor me llamó para contarme que la segunda edición sería de un millón de ejemplares, una tirada inédita en la historia de mundo editorial moderno.

--¿Un millón? --le pregunté yo; por mucho que me gustara me sonaba un tanto exitista.

Un millón de libros es una cantidad que no entra en la imaginación de nadie; ni siquiera entra en galpones y camiones. Pero así se hizo. Y mientras tanto llegaron las PASO.

--¿Y ahora? --me preguntó El Editor ayer. Se lo notaba apesadumbrado. No era para menos. Tenía dos habitaciones de la casa llena de libros y la esposa le había dado el ultimátum. Ya sé --dijo como si dijera eureka y empezó a delirar soluciones--, le ponemos una faja diciendo que era una broma, o una fe de erratas diciendo que este es el libro que hizo que buena parte del 50 por ciento del país se decidiera por el gobierno.

Yo me negué, claro, y llegó la idea que casi nos enemista.

--Ya está --dijo El Editor--, lo promocionamos como "el libro más equivocado de la historia de la literatura política".

Ahí sí que me ofendí. A lo Chandler. Yo no podía poner en juego mi prestigio, mi saber intelectual, y mi trabajo de una semana para vender uno cientos de miles de libros más y ganar un par de millones extras. Acusado de cambiar de bando por plata puede ser, pero de incontinencia ideológica jamás. Era suficiente con haber rifado mi hígado. Entonces le di una idea brillante.

--Agarrá esos libros, hacelos troquelar, y ponelos a la venta con una faja que diga "el libro que sirve para algo más que para leer".

--¿Y eso para qué?

--Para que si la realidad le da la razón al que lo lee, pueda hacer papelitos con el libro y salir festejar por las calles.

--¿Y si la realidad no les da la razón, qué hace con los papelitos?

Se lo dije sin vaselina.

--Y sin vaselina --le dije también.

Y a El Editor se le perló la frente de sudor.

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