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Miércoles, 1 de junio de 2016

TELEVISION › EL REGRESO DE SHOWMATCH PROMEDIó 34,6 PUNTOS DE RATING

Más, más y más de lo mismo

El debut de la temporada 27 propuso el menú habitual: un apabullante desfile que da muestras del enorme poder de producción del número uno de la TV local, sin ninguna idea superadora en lo artístico que le dé un sostén.

Sumar todos los recursos posibles y explicar todo lo que pasa en pantalla. Esa parece ser la concepción que Marcelo Tinelli tiene sobre lo que es lo “popular”. El debut de la temporada 27 de ShowMatch reincidió en las mismas superpuestas herramientas con las que el programa de mayor audiencia de la TV argentina suele inaugurar el año: gran despliegue, numerosos elencos teatrales, figuras del jet set local y una superproducción millonaria que empacha a los ojos de cualquier televidente. Nadie puede dudar de que Tinelli se esmera en demostrar todo su poder económico a la hora de regresar a la televisión. El interrogante, en todo caso, se vuelve reiterativo y necesario: no escatimar en dinero invertido, ¿es un mérito en sí mismo? ¿Cuál es el valor artístico, televisivo o cultural que ShowMatch transmite a la pantalla chica local? ¿Alcanza que el (casi) único valor del programa más visto y con mayor presupuesto de la TV argentina sea la ostentación presupuestaria que despliega con poco sentido estético el primer programa de cada año?

Los resultadistas de la industria televisiva dirán que sí, que esos 1400 bailarines y las docenas de elencos teatrales y de figuras mediáticas que se suceden en un continuado sin estructura dramática que los contenga no sólo son suficientes, sino que resultan atractivos para quienes hoy sintonizan la TV abierta local. Al fin y al cabo, el debut del ciclo tuvo un promedio de 34,6 puntos, con pico de 36,4, según los datos de Ibope. Un número impresionante para cualquier momento histórico, pero mucho más para esta televisión de rating flaco y en peligro de extinción. Evidentemente, ShowMatch tiene un componente irresistible para un sector de la población, que cada año reedita el ritual de sintonizar el comienzo de cada temporada “del programa de Tinelli”. Aún cuando sepan de memoria que a la larga y numerosa apertura musical le seguirá el ingreso del conductor al estudio, los chistes futboleros, las chicanas con Adrián Suar y la ficción en la que Tinelli se da el gusto de cruzarse con artistas, políticos y deportistas reconocidos del país, en la que ninguno parece hacer el esfuerzo de intentar actuar. Como si mirar el debut de ShowMatch fuese la cuota necesaria para reafirmar su condición de “argentos”.

En el envío de presentación hubo un diálogo ficcional entre Tinelli y Valeria Bertuccelli, interpretando a una vendedora del Free Shop, que resultó ser toda una declaración de parte:

Bertuccelli: –¿Con qué volvés este año?

Tinelli: –Vuelvo con el Bailando y el Gran Cuñado.

Bertuccelli: –Ah, lo mismo de siempre pero con buena onda.

La ostentación obscena en la que se construye cada debut anual del ciclo parece ser la esencia misma de ShowMatch. Acumular famosos, artistas y recursos en ese comienzo del que todos hablarán, en la calle, en la oficina y en las redes sociales. Lo llamativo es que ese despliegue no parece nunca perseguir un concepto artístico superador al demostrado el año anterior. En todo caso, basta con sumar bailarines y famosos a ese recta de largada interminable. Esa visión cuantitativa del show, que a la luz de la repetición en tiempo parece despreciar la faceta cualitativa, termina teniendo como resultado una apertura grandilocuente pero nunca lograda. En términos conceptuales, ShowMatch no es un programa que evolucione en el tiempo. Es visualmente notorio el desarrollo en términos tecnológicos, escenográficos y en relación al vestuario de los participantes. Pero en cuanto al contenido y el criterio artístico, reproduce el mismo programa que hace una década, con mayor presupuesto. Y nuevas “figuras”.

En esa gran acumulación de recursos sin hilo conductor que es cada debut, lo (poco) destacable termina siendo aplastado por lo (mucho) malogrado. Así, lo que pretendió ser un homenaje a los recientes fallecimientos de dos leyendas de la música, como Bowie y Prince, terminó desluciéndose por la inexplicable inclusión en el mismo segmento de Freddie Mercury, que murió en ¡1991! Lo mismo sucedió con la idea de que Mora Godoy bailara tango en las alturas y en pleno corazón porteño, con el Obelisco oficiando como vigía: lo que debía ser una postal, y que mantuvo cortados tres carriles de la Av. 9 de Julio durante todo el lunes, se desdibujó ante las tomas alejadas y la inclusión del número en medio de ese pastiche artístico abrumador. Tal vez el objetivo era otro y se logró: la bailarina de tango rompió el récord Guinness de baile en altura, que era de 40 metros.

Clásico de la pantalla chica, la prepotencia del rating de ShowMatch parece atentar contra la búsqueda de creatividad, convirtiendo a lo que debería ser su principal virtud en su talón de Aquiles. Fórmula recontraprobada a lo largo de más de un cuarto de siglo, el programa se limita a descansar en la cotidianidad cómplice que construyó el conductor con la audiencia. Esa necesidad de seguir siendo el más exitoso impide la búsqueda de riesgo, de mirar más allá de lo que traduce el minuto a minuto. Esa inalterabilidad en el tiempo de lenguajes y recursos alrededor del show se pone de manifiesto en la apertura musical, que no apela a un guión propio, original. La sumatoria de la recreación de pequeños segmentos de las obras más populares de la cartelera porteña (Drácula, Tango corrupto, Peter Pan, Franciscus, el Kooza de Cirque du Soleil) y la interpretación de alguna canción de los artistas de moda (Lali Espósito, Marama, Rombai) le quitan el trabajo a los productores de pensar algo propio. Un recurso demasiado cómodo para un programa que tiene el dinero y la estructura para desplegar algo más que la emisión televisiva de obras teatrales.

Más allá de la nula búsqueda artística integral en esa suerte de eterno retorno del que forma parte cada debut de temporada, ShowMatch tampoco muestra signos de evolución en la calidad de lo que pone en pantalla. Prueba de ello es que todos esos musicales ni siquiera contemplaron la posibilidad de cantar en vivo, aún cuando lo hacen casi a diario en sus funciones regulares. El notorio y desembozado playback que hicieron todos y cada uno de los que pasaron por el estudio no pareciera ser el mejor camino para la construcción de un “big show”. El abuso del AutoTune, manifiesto en las presentaciones de Marama y Rombai, tampoco es una señal alentadora en ese sentido. Como si la pretensión de constituir a ShowMatch en un “gran show” está cada vez más direccionada a sumar más “de todo” que a la calidad y originalidad de lo que se pone al aire.

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En términos conceptuales, ShowMatch no evoluciona en el tiempo: sólo en lo tecnológico y en las figuras.
 
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