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Lunes, 17 de octubre de 2016

MUSICA › LA SEGUNDA FECHA DEL FESTIVAL BUE CERRó CON áNIMO DE FIESTA EN TECNóPOLIS

Muestrario de lo que no suena en radio

Wilco y The Flaming Lips entregaron sets incendiarios, que dejaron una opinión polarizada. Pet Shop Boys, en tanto, combinó su reciente Super con un compilado de grandes éxitos.

 Por Yumber Vera Rojas

Si la primera fecha del BUE brindó entre sus principales atractivos la vuelta de Iggy Pop y el dilatado debut de The Libertines en la Argentina, en la jornada del sábado el festival tuvo a manera de consigna la confección de una programación sustentada en la variedad de estilos. Aunque no faltaron los nombres rutilantes, la mayoría de estos artistas, salvo Pet Shop Boys, seguramente podrían sonarle ajenos a aquel segmento del público que basa su consumo en la oferta radial local, donde ninguno de ellos sonó y quizá nunca tendrá cabida. A menos que se produzca un cambio de paradigma, que, como viene la mano en esta época, todavía está lejos de que se suceda. La cuarta edición del evento, fiel a una historia interrumpida hace una década, apeló a lo que aquí podría considerarse el nicho musical, pues en otros lugares del mundo goza de una popularidad mediana. Pese a que no alcanzan la dimensión de un Radiohead, lo más zarpado dentro del rock orientado a estadios, algunas de estas agrupaciones tienen entre sus seguidores a Barack Obama.

Este último es el caso de Wilco, al que el presidente de EE. UU. señaló en varias ocasiones como “su grupo favorito” (estos le devolvieron el gesto apoyando y actuando en su carrera hacia la Casa Blanca). Si bien el guiño no les vino nada mal, a la agrupación de Chicago ya le colgaba la chapa de “figura de culto”. Aunque en los últimos años se la pudo sacar para transformarse en una banda de arraigo más popular, lo que en buena medida logró a partir de, por ejemplo, su inclusión en la banda de sonido de Boyhood, ganadora del Oscar en 2014. A pesar de que sobraron los intentos por traerlos a Buenos Aires, su agenda siempre estaba tan saturada que nunca se halló la posibilidad. Por eso, el sábado eran los artistas más esperados entre el público que se acercó desde bien temprano a Tecnópolis, y que aprovecho el ocaso para disfrutar del increíble show de otro debutante en el país, el crooner del indie John Grant, al igual que el de la reina de la escena independiente local, Juana Molina, y otro referente de esa avanzada: los mendocinos Mi Amigo Invencible.

Al igual que el temperamento de su líder, Jeff Tweedy, a quien no le cuesta malhumorarse, así funciona un show en vivo de Wilco. Por más que su repertorio esté henchido de canciones espectaculares y la banda la integren músicos excepcionales, nunca se sabe bien qué va a pasar. Y esa tensión se palpó al inicio de su espectáculo, en el Arena Heineken, donde las expectativas de la muchedumbre recién conectaron con la genialidad del sexteto de country alternativo e indie rock en el séptimo tema del repertorio que armaron para la ocasión, “Vía Chicago”. Desde ese instante, y especialmente en los momentos en los que hizo gala del arrebato experimental en la canción (aunque no se puede negar que la fragilidad del equilibrio no dejó de rondar el recital), el grupo logró hacerse de pasajes memorables a través de clásicos del calibre de “Jesus, Etc”; “Heavy Metal Drummer”, “I’m the Man Who Loves You”, el beatlesco “Hummingbird”, “Red–Eyed and Blue” y el raudo “I’m a Wheel”. Lo que el público supo devolver con fervor, ante un frontman desconcertado por el nivel de arenga: “Creo que nos tenemos que quedar”, dejó caer.

Sin embargo, luego de casi dos horas de performance, las opiniones sobre el estreno de Wilco en Buenos Aires estuvieron polarizadas. Pero la brecha tampoco perdonó a The Flaming Lips, más allá de que se alzó como lo mejor del día dos del BUE. A cinco años de su apoteósico primer atraco porteño, la banda comandada por el luminoso Wayne Coyne retornó a la capital argentina con un propuesta estética que mantuvo coincidencias con el carnaval psicodélico que presentó en GEBA: fiesta con globos y papelitos, Papá Noel, una rana y otro bicho inflable bailando en el escenario, y la introducción de su frontman en una inmensa bola transparente, con la que la muchedumbre lo puso a orbitar. Aunque esta vez dispuso de un repertorio plagado de clásicos, que comenzó con “Race for the Prize”, siguió con “Yoshimi Battles the Pink Robots, Pt. 1”, incluyó un cover de “Space Oddity” (al que sumó en sus recitales de 2016 para tributar a David Bowie, a causa de su muerte) y finalizó con “Do You Realize?”, al público los nueve temas le supieron a poco.

Si bien es cierto que Coyne se destaca más por su agite que por su elocuencia, se le criticó, amén de la hora de recital en el escenario Outdoor Stage –donde previamente actuó Capital Cities–, por ser bastante parco con su ya tradicional “Come On, Come On” (lo invoca mientras se bate sus rulos canosos). Lo que podría sonar injusto debido a que el grupo de Oklahoma, que regresó a Buenos Aires sin el envión de esos discazos con los que gravitó alto en la década de 2000, consiguió nuevamente el sábado lo que muy pocas veces se puede apreciar en un festival: armonía colectiva y sintonía generalizada. Bueno, Pet Shop Boys también lo hizo un rato más tarde, y hasta metió más gente en ese mismo aforo. Pero el tándem inglés, por más que no paró de reinventarse a lo largo de 35 años, ya acuñó una fórmula que apunta a la efervescencia del pop y a la redención de la pista de baile desde una perspectiva contemporánea. Y de esto trata su nuevo álbum, el tecnoso Super, el cual mecharon con una retahíla de hits, amparados por una hermosa puesta retrofuturista.

Aparte de servir de ventana de la coyuntura musical global, el BUE reunió a la crema y nata del indie argentino. Lo que, al contrastarlo con esa realidad foránea, no consiguió más que confirmar el estupendo momento que atraviesa esa escena. Eso lo dejaron en evidencia desde Coral Casino hasta Coiffeur, pasando por Barco, quienes cerraron en la madrugada del domingo el escenario Music Box, donde un rato antes Empress Of protagonizó una de las perlas del evento. El laboratorio de dream pop y R&B de la estadounidense Lorely Rodriguez lanzó el año pasado su primer álbum, Me, considerado uno de los mejores de 2015. Por lo que vino en su clímax. Y es que la mayor misiva de un festival es no sólo apostar por la comunión musical, sino por la sorpresa y la contemporaneidad, además del riesgo. A lo que esta cuarta edición se atrevió al reunir a dos iconos de la electrónica alemana, DJ Koze y Paul Kalkbrenner, tras la tragedia de Costa Salguero. ¿El saldo? Pura alegría y baile hasta muy cerca del amanecer. Y sí, claro, muchas ganas de un nuevo BUE.

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Wilco, una vieja deuda al fin saldada en Buenos Aires.
Imagen: Dafne Gentinetta
 
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