SOCIEDAD › EL TURISMO REGIONAL QUE NO COMPROMETE A LAS COMUNIDADES

Emprendimientos turísticos sin complejos

El turismo también puede desnaturalizar una cultura. Investigadores describen diferentes comunidades que gestionan emprendimientos destinados a proteger y garantizar sus tradiciones. La ciudad de México, la Quebrada de Humahuaca y los cafés porteños.

 Por Pedro Lipcovich

“El turismo beneficia a las comunidades, al permitirles un desarrollo que preserva sus actividades y cultura tradicionales.” O bien: “El turismo, caballo de Troya del capital global, destroza todo lo que encuentra”. Estas formulaciones dispares no provienen de polemistas enfrentados, sino del mismo investigador, el argentino radicado en México Alfredo Dachary, director del Centro de Estudios para el Desarrollo Turístico Sostenible de la Universidad de Guadalajara. La clave para no caerse de la fórmula virtuosa reside, según él, en que sea la propia comunidad local la que controle todos los aspectos del turismo y que sea capaz de ponerle los límites necesarios para preservar su cultura y su autonomía. Ejemplos de esta posibilidad serían los emprendimientos de grupos campesinos en México y Belice, y también los gestionados por pequeñas localidades de la provincia de Buenos Aires. Ejemplos de las consecuencias negativas serían la “disneylandización” de la ciudad de México y de grandes ciudades europeas, la extranjerización de tierras en la Quebrada de Humahuaca e incluso la transformación en “circo” de tradicionales cafés en la ciudad de Buenos Aires. Dachary vino a la Argentina para participar en el IV Curso Taller Internacional sobre Turismo Comunitario, organizado por el Area de Turismo Rural de la Facultad de Agronomía de la UBA.

–El turismo comunitario, para que beneficie a las poblaciones, debe desarrollarse en comunidades pequeñas, donde la solidaridad social todavía existe, y debe ser administrado por la comunidad misma. Es que el turismo se juega sobre elementos muy sensibles de la comunidad, que puede resultar altamente impactada, y esto debe manejarse con sumo cuidado. Por ejemplo, en Panamá, en islas del lado del Caribe, hay unas comunidades que reciben turistas, pero sólo por seis horas: por sus propios medios, determinaron cuánta gente podían recibir sin daño y, entonces, reciben diez turistas, los llevan a recorrer las islas y, a las cuatro de la tarde, los embarcan de vuelta. Prefieren no instalar lugares de pernocte porque no podrían administrarlos ellos mismos.

–¿Qué otros ejemplos de turismo comunitario bien administrado puede aportar?

–Pueblos Mancomunados, en México: son siete pueblos, que se unieron para explotar de distintas maneras un bien común, el bosque, e incluyeron el turismo. Organizaron actividades de escalamiento, zonas para acampar, y los más jóvenes se capacitaron como guías turísticos. Así generaron un conjunto de proyectos que les permitieron mejorar su situación sin dejar de ser campesinos. Es que esto es característico del turismo comunitario: no pretendemos que el campesino deje de serlo, sino que obtenga un complemento para mejorar su calidad de vida.

–¿Más ejemplos?

–Playa Chacala, también en México. Es una población de pescadores que, con apoyo de una ONG, obtuvieron pequeños créditos para agregar, en sus casitas, un cuarto y un baño: hospedan turistas amantes de la pesca. Al pescador deportivo le permiten que los acompañe en sus botes, y la señora aprende a hacer la comida tradicional de pescado. Resultó un éxito, y el paso siguiente fue replicarlo en cada uno de los pueblos: llegó un momento en que había ya un “hotel”, de 50 o 60 cuartos, dispersos en las distintas casas. Entonces, ellos mismos contrataron un autobús para trasladar a los turistas. Es esencial que la comunidad controle todo, que no deje puertas abiertas al turismo convencional. Un “hotel” similar, distribuido en las casas de los pobladores, existe en Belice: llevan a los turistas en canoa a ver los monos de la selva, les ofrecen comida tradicional caribeña. En cambio, cuando la comunidad no controla el turismo, se presentan problemas como los que existen en la Argentina, en la Quebrada de Humahuaca.

–¿Qué problemas trajo el turismo a la quebrada?

–La desnacionalización de la tierra, que se vende a extranjeros, mientras los pueblos originarios son objeto de expulsión sistemática. Es que el turismo puede ser caballo de Troya del capital global: cuando entra indiscriminadamente, destroza todo lo que encuentra. Y eso pasa también en Buenos Aires: cada vez más es todo para turistas, pura ficción: el café Tortoni, donde tanto me gustaba ir, se ha convertido en un circo.

–Usted lo llamó “disneylandización” de la cultura.

–Exactamente. En Europa, todas las ciudades van camino a esto. Y en las pequeñas comunidades, la irrupción del turismo plantea el paso de la economía semicerrada a la economía de mercado. Con el turismo, es el propio pueblo el que se vende, y la consecuencia es una transformación fuerte en la cultura y en la sociedad misma. El turismo vende la realidad, pero ninguna realidad es en sí misma vendible: tiene que maquillarse, y esto crea dos mundos diferentes.

–Usted ha insistido en la importancia del “efecto demostración”.

–El primer caso que yo estudié fue el de España en la época de Franco. En plena dictadura, bajo fuerte dominio de la Iglesia, empezaron a llegar turistas de Escandinavia, mujeres con mallas diminutas, los senos al aire: “¿Ellas pueden hacer eso y nosotras tapadas, de negro?”. Esto generó lo que se llamó la revolución silenciosa, una transformación en la sociedad. Y el fenómeno también se registra en comunidades pequeñas. Hace unos años, en una comunidad indígena de Chiapas, México, sucedía que los hombres golpeaban a sus mujeres; un grupo de turistas franceses hizo un escándalo, llamó a la policía, se armó un lío gigantesco y quizá los hombres dejaron de golpear a las mujeres durante esa semana pero después fue peor. Tratar de imponer los cambios genera problemas.

–En los dos ejemplos, el de Francia y el de Chiapas, la irrupción del turismo hace patentes disvalores en la comunidad receptora...

–Es posible dar otros ejemplos. En una reserva de la Amazonia boliviana pusieron turismo y al poco tiempo empezaron los conflictos: unos tenían lancha y podían llevar turistas; otros no. Los que ganaban plata iban al poblado más cercano y compraban una de esas radios grandes, la mostraban a todo el mundo. Cosas que parecen menores generan un gran impacto negativo.

–En cambio, usted ha valorado positivamente otro tipo de turismo, el “de resistencia”.

–Se lo puede apreciar en la Argentina, en pueblos de la provincia de Buenos Aires: La Linda, Patricios, La Niña. En Patricios, hasta la década de 1990, todo giraba alrededor de los ferrocarriles porque ahí estaban los talleres de locomotoras; aun siendo un pueblo rural, era una especie de sociedad urbana, de obreros. Cuando cerraron los talleres, se acabó todo.

–En la perspectiva del turista, ¿cómo se puede averiguar más sobre turismo comunitario?

–Todos estos proyectos tienen páginas en Internet. En México hay un registro de unos 5000 emprendimientos bajo el lema “Turismo de aventura”. El turismo tiene tres etapas: la primera es la exploración, que se hace en Internet: allí, el imaginario del que busca se pone en contacto con otro imaginario, el del que ofrece. Segunda etapa, la comprobación: tener la experiencia. Y la tercera etapa es la demostración: volver a casa, subir a la web las fotos. Esto cierra el círculo y, si la experiencia fue buena, brinda al proyecto una propaganda gratuita.

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