EL PAíS

Un día crucial, para allá y para acá

 Por Mario Wainfeld

La revista Veja exhuma denuncias de corrupción, pone en tapa a la presidenta Dilma Rousseff y al ex presidente Lula da Silva, quien responde sin ambages ni eufemismos. Eleva el tono, no baja la guardia. Los acusa de ser más cómplices que aliados de la derecha brasileña.

El gran líder regional hace campaña con un compromiso que conmueve: varios actos por día, records de kilometraje. Interpela a los humildes de su país, a los del Nordeste en especial. Su discurso es todo lo clasista que se puede ser en un país capitalista del siglo XXI. La política de la época es compleja, polifacética. A la hora de la definición electoral los tantos se simplifican: se enfrentan una opción oficialista situada bien a la izquierda de sus rivales, tanto en propuestas cuanto en apoyos sociales.

El establishment brasileño no duda ni disimula. En ese país, a diferencia de la Argentina, el sector financiero es poderoso: juega con todo. La Bolsa sube cuando el postulante opositor Aécio Neves queda como alternativa para la segunda vuelta. El gran empresariado lo rodea y arropa.

Un corte geográfico y de clase signa el pronunciamiento electoral. Más que en las primeras presidenciales que ganó el PT, consigna el politólogo y periodista José Natanson.

La gran prensa argentina a veces utiliza a Dilma y Lula como contraejemplos para catequizar al kirchnerismo. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner es, para ellos, la peor entre sus pares. A la hora de la hora, los antagonismos acá y allá se parecen bastante. Los debates entre Dilma y Aécio no fueron juegos florales, precisamente. Los signó una violencia que casi trascendió lo verbal.

El diario La Nación, que opta a menudo por ser más franco que el capcioso Clarín, publica un editorial “pidiendo el voto” para Neves, por decirlo de alguna forma. La Tribuna de doctrina no se equivoca, en los trances cruciales. Ni en democracia ni en dictadura.

Las encuestas electorales fueron sospechosas, truchas, falaces. Nada sorprende, a pocos kilómetros de distancia.

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Alberto Lacalle Pou, hijo de un ex presidente, es presentado como lo nuevo. El ex presidente Tabaré Vázquez va en pos de revalidarse.

Miles y miles de orientales que viven en la Argentina se movilizan a su Uruguay para votar, tal como pasó cuando Tabaré llegó a la presidencia. La repetición no debería alegrar: marca una carencia que señala bien el politólogo Denis Merklen, en un artículo publicado en la revista Cahiers des Amériques Latines. Es consecuencia de la derrota en un referéndum celebrado cinco años atrás, cuando José Mujica fue ungido presidente. La mayoría se opuso a que muchísimos compatriotas exiliados por evidentes razones económicas pudieran votar en sus países de acogida. Al mismo tiempo, otra consulta ratificó la impunidad para el terrorismo de Estado. Fueron dos derrotas para la izquierda y el movimiento popular, coetáneas con el éxito de “Pepe” Mujica, razona Merklen.

Las tensiones marcan las dificultades del Frente Amplio que consiguió ampliar derechos con la despenalización de la tenencia y producción de marihuana, la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario.

Tabaré, se descuenta, saldrá primero en los cómputos de hoy. Sería un bruto batacazo que superara el cincuenta por ciento de los sufragios. Y será ardua la segunda vuelta dado que las diferencias entre los blancos y los colorados se pierden en las brumas del pasado.

Las políticas económicas no variaron mucho en estos años. Mujica supo darle un tono popular a su gestión. E hizo todo lo que pudo para limar asperezas con Argentina, sin desatender los derechos de su país, poco considerados por los socios mayores del Mercosur.

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Lo más relevante del siglo en materia de integración regional fue el sesgo político compartido, muy en general. Fue clave la empatía entre diversos gobiernos y presidentes.

La vocación democrática y autónoma se concretó en el rechazo al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata. Se plasmó en pronunciamientos y acciones contra golpistas en Ecuador y Bolivia. También valió para poner coto a una escalada belicista del gobierno colombiano de Alvaro Uribe contra Ecuador y Venezuela. La acción conjunta, comandada usualmente por Brasil y Argentina, sustentó la gobernabilidad, la paz y los sistemas democráticos. Una novedad digna de ser celebrada... y continuada.

Los progresos en materia de integración económica fueron más trabajosos y menos consistentes. Es notable una voluntad de evitar que conflictos entre sectores productivos de distintos países escalen y contaminen las relaciones generales. Queda mucho pendiente en ese aspecto. También hay mucho para construir en la brega contra la desigualdad. Los pueblos resuelven quién lo hará. Sin ninguna originalidad, este cronista cree que las alternativas son nítidas. Más allá de las limitaciones o carencias de los gobiernos populares actuales, son ellos los que mejor representan los intereses de las mayorías populares, frente al arco de (¿centro?) derechas rencorosas que los enfrentan.

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