rosario

Domingo, 26 de octubre de 2014

CONTRATAPA

El día del estúpido

 Por Javier Chiabrando

Siempre me sorprende que las personas inteligentes actúen como si no lo fueran. Aunque cabe la de que sean tan inteligentes que yo no logre entenderlas. De ahí mi intento, seguramente fallido, de analizar tres casos donde gente inteligente y que admiro logró confundirme. A esa nota también se le podría llamar: "haciendo enemigos".

El primero de los casos es un reportaje de Revista Ñ a Federico Jeanmairie (http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Federico-Jeanmaire-Aca-vivimos-guerra-constante-cuenta_0_1158484575.html) con el título: "Acá vivimos una guerra civil constante". Federico es uno de los tipos más interesantes de la literatura argentina, ha ganado todos los premios y lo he tenido como invitado al Festival Azabache. La nota era para apoyar la salida del libro "La guerra civil", lo que pudo haber creado una especie de espejo entre lo literario y la realidad, sobre todo a la hora de titular la nota.

Pero por muchas vueltas que le dé, no puedo entender que alguien tan inteligente confunda la agresividad urbana (o la violencia, o la inseguridad, si prefieren) de estos tiempos con una guerra civil. En una guerra civil hay dos bandos, divididos por asuntos religiosos, étnicos, económicos, raciales, y los muertos se cuentan por miles y a veces millones.

Y si hay dos bandos, o uno pertenece a un bando o es una víctima civil, un desplazado, un inocente, que paga el pato sin comerla ni beberla con los motivos que dieron lugar a la "guerra civil". ¿De qué lado estaba el escritor cuando dijo que aquí había una guerra civil? Porque de decir a que hay una guerra civil a decir que la negrada está en guerra con la clase media, hay un pasito cortito como el de un gorrión. Sentirse una víctima civil sería la mejor opción, pero evitar tomar partido en una guerra civil, según aprendimos en las películas, a veces es posible, a veces no.

La inteligencia (o la cultura; no es lo mismo, pero vamos a simplificar) es un campo minado. El camino que va de ser salame a ser inteligente es un camino con cocodrilos a los costados. El camino que va de ser inculto a ser culto es un camino lleno de espejitos de colores y minas que como las sirenas de La Odisea te llaman para hacerte derrapar. A cada paso se sufre la tentación de volver al punto de partida y seguir siendo un burro, que es un lugar cómodo, y lleno de gente como uno, que no presume porque no puede.

Con la inteligencia se gana mucho pero también se pierde mucho. El inteligente ya no puede volver al estado original, el que se permitía la catarsis de ser grosero, de decir las boludeces que desagotan la furia, o ver la última película culta de moda y decir "qué bodriazo". Y menos puede decir cosas que piensa como cualquier individuo: que su vecino es un negro de mierda, contar chistes de judíos o reírse de un jorobado.

El inteligente camina sobre el filo de la vergüenza. Si se equivoca su inteligencia será puesta en juicio. La inteligencia crea espejismos. A veces el inteligente vive en otro mundo, que incluye otro discurso, otro imaginario. Una vez le preguntaron a Hanna Arendt cómo era posible que Heidegger, siendo tan inteligente, fuera nazi, y ella respondió que el sabio se cayó al pozo al mirar hacia arriba para contemplar las estrellas. Ahí tiene, vea.

El segundo caso es una nota escrita por la periodista Leila Guerriero en El País (http://elpais.com/elpais/2014/10/07/opinion/1412683031_137327.html) bajo el título "Casados" donde mostraba un cierto enojo porque el nuevo código civil le daba derechos (que ella no deseaba) como concubina en caso de muerte de su compañero. La autora defendía el concubinato como gesto de oposición al casamiento y el aburguesamiento. Yo también abono a esa idea porque soy concubino de cuerpo y de alma. Pero la nota, escrita a mitad camino entre el menefreguismochiabrandista y la poesía, nada decía (y creo que era obligatorio decirlo) de las miles de familias que se beneficiaban con esa ley, familias que no se habían acollarado como gesto sino como necesidad, o como única opción, y que en esa ley encontraban un reparo que no tenían. Un reparo, un techo, que quede en tus manos luego de la muerte de tu concubino/a, es un poquito más importante que un gesto.

Tuve que leer la nota varias veces para ver si no se me estaba piantando algo. Me quedé con la sensación de alguien que le dice al gobierno "de vos no quiero nada, ni derechos". Sino, yo, Chiabrando, de inteligencia cascoteada por la humedad, no entiendo la ecuación. De tanto tratar de entender se me ocurrió la analogía con el croto, que se moría de hambre, sin casa ni familia, pero al que muchos decían envidiarle la libertad de no tener ataduras institucionales, no pagar impuestos ni votar. La analogía termina así: el gobierno (el estado, en realidad) asiste al croto y el croto responde "no, porque quiero defender el gesto de ser libre". A otro perro con ese hueso.

¿Quién no tiene un amigo que a la muerte del concubino/a se quedó en la calle? Si nadie está pidiendo que se bajen banderas por los derechos de los otros. A lo sumo que se disfrute de las banderas propias y se deje que otros disfruten de sus éxitos políticos o sociales. O más claramente dicho, ante el éxito político o social de mucha gente, un gesto es pura alharaca. ¿Se entendió?

Pero yo soy un admirador de la inteligencia y de la cultura, porque es un camino de esfuerzo, de abandono del mundo original, que incluye a veces abandono de amigos y familia, para llegar a un lugar donde no suele haber plata, minas ni fama. Uno se sumerge en el mundo de Bergman y Kafka, y en la sobremesa ya no sabe de qué hablar porque esos temas no ayudan a la digestión, y es mejor dejarlo para otro día, que nunca llega. Por eso los intelectuales suelen ser solitarios, incomprendidos, más admirados que queridos.

La última nota es una entrevista dada por el admirado Tomás Abraham a Continental (borrada de la página de la radio, obvio) donde el filósofo cuenta que se retiró de las filas del socialismo binnerista porque nunca escucharon sus consejos, y porque "no había nada, nada de nada", ni programa, ni ideas. ¿Cómo es posible que este hombre brillante ignorara lo que cualquiera de nosotros sabía? ¿Cómo ignoraba este especialista en pensadores a los que yo no comprendo ni desde el título de sus libros, que el binnerismo no está preparado, nunca lo estuvo y dudo de que le interese, gobernar el país? ¿Abraham ignoraba que ese socialismo es sectario y machista? Si lo dijo claramente Susana Rinaldi: "¿Qué tiene que ver Binner con el socialismo? (...) Yo no tengo nada que hacer acá adentro y, más aún porque, como toda mujer dentro del socialismo, no tengo ni voz ni voto". ¿La querés traducida o quedó claro?

Seguro que el equivocado soy yo, como siempre. En mi defensa digo que no se les puede pedir a los intelectuales que siempre sean y que hagan las cosas más inteligentes. Si escriben todas las semanas en diarios, hablan por radio a cada rato, y blogueano tuitean a lo loco, es razonable que alguna vez la pifien, o digan algo que sus admiradores preferiríamos que no haya dicho. Por eso, propongo formalmente que se declare el día del estúpido.

Hemingway mencionó la posibilidad de que un día o un par de días al año se pudiera matar a alguien sin ser penado. En la película "The Purge o La noche de las bestias" se cuenta algo así. Yo propongo algo parecido, pero menos peligroso: que el gobierno, que ha aprobado tantas leyes irrelevantes como la asignación por hijo, la ley de medios, las reformas de todos los códigos, la nacionalización de YPF y de las AFJP, y que manda cohetes a la luna donde ya se sabe que no vive nadie, apruebe "el día del estúpido", un día donde todos podamos mostrarnos salames sin culpa alguna, incluso babearnos, mirar a Tinelli en una carcajada interminable, disfrutar de la novela de las cinco. Olvidarnos de gestos, de latinismos, de citar a Foucault, de hacernos los borgianos. Qué alivio sería.

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