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Domingo, 9 de febrero de 2014

SOCIEDAD › EL CLUB DEL FILO, DONDE CADA CUCHILLO ES UNA OBRA DE ARTE CON HISTORIA PARA CONTAR

Una herramienta y una obra de arte

Claudio López es el propietario del comercio que nació casi por casualidad, y que hoy tiene una de las mayores colecciones del país. Hay cientos -pueden ser mil- coleccionistas en Rosario. Cada año se hacen ferias en Buenos Aires.

 Por Evelyn Arach

Los hay de todas formas y fines: para untar el pan, cortar el queso, el asado o el fiambre, para cercenar el pelo y afeitarse. También existen los tácticos, y hasta hay uno pensado para mancos. De acuerdo a su diseño, que puede ser simple o exquisito cuesta unos pocos pesos o miles. El cuchillo, ese elemento cotidiano en el que casi nadie repara, despierta admiración en millones de personas en el mundo. Y en Rosario también "existen cientos de coleccionistas".

Así lo aseguró a Rosario/12 Claudio López, propietario de El Club del Filo, que no es un lugar para solos y solas sino un comercio ubicado en Pichincha (Güemes 2674) dedicado a la cuchillería y único en su género en toda la ciudad. Las piezas pueden costar entre 500 y 20 mil pesos.

En la enorme colección que exhibe el local se destacan algunas armas militares, como una catana japonesa utilizada en la Segunda Guerra Mundial. "Las exhibo pero no son las que más me gustan. Porque los coleccionistas no consideramos al cuchillo un arma, sino una herramienta y una obra de arte", sostiene López.

"El cuchillo es un compañero fiel y silencioso, como lo expone claramente el ejemplo del gaucho que utilizaba el mismo para cortarse el pelo y la barba, cazar algún animal, como cubierto y también para defensa personal. Un cuchillo puede acompañar hasta tres o cuatro generaciones de una familia", reflexiona.

El preciado objeto también tiene su lugar en la literatura. En los cuentos de Jorge Luis Borges, por ejemplo, emergen los facones de los gauchos en medio de peleas desconcertantes con vividas descripciones de los mismos.

Corazón de acero

Para los especialistas, el corazón del cuchillo es el acero, de acuerdo a las aleaciones y al temple con el que se fabrica varía su calidad. Si la temperatura es excesiva queda demasiado duro y se rompe fácilmente, pero si le falta temperatura no puede afilarse por muy flexible. Estos detalles influyen en su valor.

También cuenta el prestigio del origen. En Argentina el artesano que más rédito tiene es Alfredo Kehiayan, cada una de sus piezas puede costar hasta 10 mil pesos. También existen fábricas exquisitas como la norteamericana Moran que tarda 10 años en entregar un cuchillo a pedido.

En tercer lugar viene el cabo, que puede ser de plástico, madera, metal y hasta tener incrustadas piedras preciosas. "Cuantos menos ejemplares haya en el mercado, más valor tiene. Y vale aclarar que se considera cuchillo a todo lo que tiene filo: incluso los que se utilizan para abrir sobres en las oficinas", cuenta Lopez, compenetrado en su oficio.

Él llego a convertirse en experto casi de casualidad, ya que su profesión es la de martillero público. "Me dedicaba a los remates particulares, no judiciales, pero aquellas cosas que no se remataban la gente no las quería de vuelta en su casa, así que tenía un depósito de antigüedades importantes, que un amigo anticuario me sugirió abrir al público para la venta, hace unos 12 años", explica.

Uno de esos objetos, resultó ser una pequeña colección de cuchillos que expuso en la vitrina y sirvió de llamador. Porque desde ese momento la gente comenzó a llegar para vender valiosas piezas con filo que terminaron definiendo en rubro del comercio y transformándose en una de las colecciones más ricas que tiene el país.

"Soy más coleccionista que comerciante. Cuando se vende una pieza valiosa ando dos o tres días amargado", confiesa López, cuyas preferencias se cuentan entre los cuchillos plegables conocidos como cortaplumas.

"En Rosario hay cientos de coleccionistas, me atrevo a decir que pueden ser más de mil. Hombres y mujeres que comienzan con pocas piezas y van sumando. Algunos incluso han construido en su casa una habitación exclusiva con sistema de seguridad, calefacción y aire acondicionado en la que tienen expuestos miles de cuchillos que revisan y limpian con placer", cuenta.

La experiencia dicta que en general un coleccionista decide desprenderse de su cuchillo cuando necesita el dinero, o cuando ve que sus herederos no comparten su hobby, y para evitar que las piezas terminen tiradas, o perdidas se las vende a otro coleccionista. Así, las ferias que se realizan anualmente en la ciudad de Buenos Aires presentan un universo variado y disímil.

En el local de Guemes al 2600 las vitrinas están abarrotadas de modelos con identidad propia. Hay facones con cobertura metálica delicadamente labrada, dagas y espadas antiquísimas, piezas de comando utilizadas por las fuerzas de seguridad y una curiosidad: un cuchillo para mancos, que tiene el filo en el tenedor, por lo cual corta y pincha a la vez. También aparecen los clásicos cuchillos de barbero utilizados hasta mediados del siglo XX. Hoy un ejemplar que date de 1930, por ejemplo, vale varios miles de pesos.

Otra de las especificidades está relacionada con actividades de riesgo. "Por ejemplo el cuchillo del paracaidista es liviano, tiene guardamano y doble filo porque si el paracaídas se enreda en un árbol debe poder cortar las sogas aunque no las vea bien", explica López.

Lo cierto es que para sorpresa de muchos, un cuchillo puede ser mucho más que un cubierto o un arma blanca. Una minoría de la sociedad lo considera arte y le rinde pleitesía.

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Claudio López muestra con orgullo los ejemplares más preciados de la colección que exhibe en Güemes al 2600.
Imagen: Sebastián Granata
 
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