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Viernes, 29 de mayo de 2015

CINE › ZONDA, ESCRITA Y DIRIGIDA POR CARLOS SAURA

Folklore, pero con una estética estática

 Por Karina Micheletto

El estudio vacío, sólo intervenido por una pantalla de fondo, alguna tela, espejos y los colores de las luces, volvió a servir a Carlos Saura como escenario único y absoluto para su nueva incursión musical, tal como antes había hecho con Flamenco, Flamenco, flamenco, Fados y Tango. Con Zonda, el español pone ahora el foco en el folklore argentino y, tal como ocurrió con el tango quince años atrás, es poco lo que queda del propósito declamado por el director: “Mostrar a través de la música y la danza tradicional argentina una cultura y un país.” A excepción de algunos altos momentos musicales –que suceden independientemente del modo en que son narrados con imágenes, o podría decirse a pesar de ese modo– la sucesión de cuadros musicales y danzados, así presentados, proporciona escasas pistas sobre esa cultura que, por otra parte, goza de bastante más vitalidad de lo que da a entender el film.

Homogeneizados por esta estética estática, en Zonda van pasando Horacio Lavandera, Liliana Herrero con su grupo, Luis Salinas, Soledad Pastorutti, el Chaqueño Palavecino, Lito Vitale (quien tuvo a su cargo la coordinación musical de la película), Pedro Aznar, Jairo, Jaime Torres, Juan Falú, Peteco Carabajal, Verónica Condomí, Gabo Ferro y Luciana Jury, Tomás Lipán, Melania Pérez y Mariana Carrizo entre un grupo de copleros, Marián Farías Gómez, la Orquesta Popular Los Amigos del Chango, entre muchos otros. Entre cada cuadro musical se intercala la danza de Koki & Pajarín Saavedra con su ballet Nuevo Arte Nativo. En la sucesión entremezclada y pasada al telón fijo, terminan formando un eterno todo en el que es difícil distinguir –o acaso no importe– nombres, estilos, referencias y líneas estéticas. Saura los muestra como iguales portadores de alguna esencia que vendría dada de antes y que conformaría eso que para los ideales más reaccionarios de la tradición, y también para los paquetes turísticos, ha dado en llamarse “Folklore”.

La idea que se ha hecho Saura del folklore argentino queda clara cuando presenta homenajes a Atahualpa Yupanqui y a Mercedes Sosa: Suena la voz de Mercedes Sosa cantando “Todo cambia” (una canción del chileno Julio Numhauser) frente a un grupo de colegiales que miran su imagen en blanco y negro desde pupitres de madera antiguos. Suenan las “Preguntitas sobre Dios”, de Yupanqui, cuya imagen, también fija y en blanco y negro, es observada por un grupo de adultos en actitud de recogimiento. Dos puestas sacralizadas bien lejanas al modo en vivo en que suenan estos artistas en cualquier peña y en muchas escuelas de la Argentina. La recreación de un Carnaval norteño a cargo del ballet Juventud Prolongada, que baila alrededor de una suerte de extraña pirca encendida, opera en el mismo sentido.

Muy presentes en todo el film, Koki & Pajarín Saavedra representan lo mejor de la danza actual del folklore. Y si resulta estremecedora la versión que Liliana Herrero hace con su grupo de “Luna tucumana”, un disfrute la “Chacarera a Juan”, de Luis Salinas, inquietantemente potente el dúo de Ferro y la Jury, un empujón festivo el final de Los Amigos del Chango, con Peteco Carabajal y Verónica Condomí en “Entre a mi pago sin golpear”, entre otras perlas musicales, nada hay en el modo en que está estructurada la narración que las potencie o al menos las sostenga. Lo cual hace lamentar lo que podría haber sucedido con este seleccionado de artistas a entera disposición. Y hasta recordar con resignada añoranza aquellos musicales de Mahárbiz que, al menos, se daban una vueltita por el país.

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