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Sábado, 20 de agosto de 2016

MUSICA › SE REALIZA EN ROSARIO EL 13º ENCUENTRO NACIONAL DE MUSICOS

Ambito para la reflexión y el desarrollo

 Por Cristian Vitale

Desde Rosario

Unos treinta estudiantes de música pueblan el aula B del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. Todos siguen al pie de la letra las manos –y las palabras– de Andrés Pilar, compositor, pianista, arreglador, y encargado del taller “Folklore en piano”. Promedia la decimotercera edición del Encuentro Nacional de Músicos y todo marcha en sintonía con lo esperado: el tallerista desmenuza al detalle “Posadeña Linda”, de Ramón Ayala, y cada cual, partitura en mano, le sigue los pasos, mientras una guitarra y, eventualmente, un acordeón se entregan como acompañantes naturales. “Tuve la suerte de participar varias veces, como músico y como docente. Y cada año que vine lo vi más grande, más organizado y con más gente participando. Es vital que se sostenga un espacio así”, había dicho Pilar en la previa. Era el reflejo del ala pedagógica de un encuentro que también destella en conciertos: la noche anterior se habían presentado los dúos Flores-Méndez y Fain-Mantega, entre otros, y la del jueves lo harían Teresa Parodi, Martín Neri, El Cielito y Jorge Fandermole, ante un Teatro Lavardén colmado de gente y emociones.

Otra apuesta del día es el superpoblado taller de guitarra y percusión que dan Néstor Gómez, y Juancho Perone, percusionista de Fandermole. Bajo el nombre de “Del cuerpo a la orquesta”, son más de sesenta los alumnos que al swing de las palmas, le agregan el de los pies, y ambas partes del cuerpo –más las voces– se concatenan para generar una especie de mantra de los montes santiagueños. O de rito polirrítmico. En el piso yacen termos, bombos legüeros, cajones peruanos y hasta una batería armada, que alguien tocará, de ser necesario. “Debería haber muchos encuentros como éste. Son ámbitos de reflexión y desarrollo que nos ayudan a pensar en la historia y la evolución de nuestra música como una sola cosa, como algo vivo en permanente crecimiento”, había previsto Gómez, guitarrista de Cuartoelemento, ante Página/12.

En el aula de al lado, está Laura Hatton rodeada por unos setenta aspirantes al canto popular. Su taller tiene como fin brindar herramientas técnicas y sugerencias. Por ejemplo, la de cantar “con cara de piedra”. “En esta profesión menos es más, no sirve gesticular”, explica la cantante, en un severo tiro por elevación a la impostación cinética de varios cantores “profesionales”. “De todas formas, ojo que la cara tiene que ser lo que estamos cantando, ¿eh?”, explica ella, que participó de la primera edición. “Estos encuentros reafirman nuestra identidad musical, que a veces es tan ninguneada por muchos medios”, enfatiza la también cantante del cuarteto Flores Negras, que había tocado el martes, en el Galpón de la Música. Su taller fluye con la participación de los estudiantes. Hatton pide armar una lista de cantores, una chica de tonada santiagueña se adelanta y pide cantar “Milonga gris”, pieza de Carlos Aguirre, que “asusta” al guitarrista. “¿Cuál, ésa que tiene dos millones de notas? No, cantala sola”. Tras las risas colectivas, la piba se larga, acompañada por la base del tema programada en su celular. Es impresionante lo que le sale, tanto que hasta la profe se da por hecha: “Ni una palabra más... impecable”.

Así es un día en la vida de este encuentro que también se nutre de Vibraciones, muestra fotográfica de Eduardo Fisicaro con textos de Pedro Patzer, cuyo leit motiv ancla en retratos de figuras de la cultura popular de Latinoamérica. Y de ferias de discos, prendas, instrumentos y artesanías que redondean su sentido. Su sino esencial.

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