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Sábado, 24 de octubre de 2009

MUSICA › EL REGRESO DE CHARLY GARCíA, UNA NOCHE CON TODOS LOS CONDIMENTOS

Un fuego que resistió el agua

El diluvio agregó una cuota de drama cinematográfico a un concierto que mostró a una banda impecable y a un García que llegó a cantar con la entereza que se le extrañaba. El encuentro con Spinetta para “Rezo por vos” provocó un terremoto en Liniers.

 Por Roque Casciero

Si algo faltaba para agregar dramatismo, espesor, ribetes cinematográficos, al regreso de Charly García, el cielo se encargó de proveerlo. Cuando a media tarde el sol quedó tapado por espesos nubarrones se temió lo peor. Y cuando el diluvio se descerrajó, una hora larga antes del horario de inicio, el Tengo que volverte a ver tomó proporciones épicas. Ante lo inevitable del aguacero sin techo, la puteada general se tradujo en alegre resignación. Que el agua amainara poco después fue la ecuación perfecta, a pesar de la zozobra que vivían los técnicos que intentaban proteger equipos y escenografía, a pesar de que el viento impidiera la actuación de los acróbatas coordinados por Pichón Baldinú. Y todo, absolutamente todo quedó reducido a nada cuando a las 21.45, con “Pubis angelical” como banda sonora, fueron ingresando los músicos y luego esa figura desgarbada pero ya no tan flaca entró, dijo “Buenas noches, Say no more”, se sentó al teclado y arrancó con “El amor espera”. Ya no importaba que la temperatura se hubiera desplomado, volviendo incongruente la vestimenta veraniega de la mayoría. Ya nadie tenía frío, sino escalofríos.

Así arrancó el retorno de Charly, un regreso a su hábitat natural en el que ya no importan los Palitos ni las internaciones ni la extraña mansedumbre en la entrevista televisada con Luis Majul: cuando el primer tema dejó paso al “Rap del exilio”, Charly se fue al centro del escenario y lanzó esa invitación de “Vamo’a bailaaaar!” acatada por 40 mil personas, todo se redujo a la ceremonia que hizo a Charly tan grande: sus canciones, y lo que éstas despiertan en su gente. Bien sostenido por los chilenos Toño Silva Peña, Carlos González y Kiuge Hayashida y sus viejos compañeros de ruta Carlos García López, Hilda Lizarazu y Fabián Quintiero, el Charly modelo 2009 se concentró precisamente en ese rito. Y aunque los primeros temas lo encontraron tratando de encontrar la mejor modulación, en “Cerca de la revolución” se produjo el quiebre y asomó un García-cantante que hacía tiempo no se disfrutaba. Con eso, con la contundencia de una banda ensamblada como mecanismo de relojería –eso que en los ’80 era habitual–, la noche iba por los mejores carriles.

Pero el protagonismo no iba a ser únicamente de Charly. Bastó que empezara a sonar “No soy un extraño” para que el agua volviera a hacer su aparición. “Fuera lluvia”, decía García haciendo los cuernitos, “o más fuerte”. Ese punto culminante de Piano bar dejaría un incendiario solo del Negro García López, recostado en el elegante piano de cola negro que sufría el embate de la lluvia arremolinada. Pero “Say no more es impermeable”, rubricó Charly, cambiando el saco negro por un poncho blanco y embarcándose en una emotiva versión de “Chipi chipi”. A esa altura, el público fluctuaba entre la intensidad de lo que sucedía y un frío que penetraba hasta la médula del hueso, apenas suspendido por la enorme interpretación de “Vía muerta”, desgranada como si el tiempo se hubiera detenido, con la garganta rindiendo aquello que ya no se creía que podría rendir.

La bellísima “Promesas sobre el bidet” y “Adela en el carrousel”, picos indiscutibles de la etapa de los ochenta, fueron al cabo el preludio al momento que quedará en el inconsciente colectivo de esos miles de personas ateridas. “Voy a presentar a mi ídolo y maestro”, anunció Charly, dejó una pequeña pausa teatral y largó: “Luis Alberto Spinetta”. El ingreso de quien vivirá su propia ceremonia en el mismo estadio el próximo 4 de diciembre –con Las Bandas Eternas– disparó tal apoteosis, tal estallido general, que el cielo no pudo menos que sumarse. Se abrieron las compuertas y un diluvio inenarrable coronó el abrazo de las dos potencias. Un cuarto de siglo después de aquellos Luna Park en los que sendas presentaciones de Madre en años luz y Piano Bar propiciaron un encuentro cumbre en escena, Vélez fue escenario de otro cruce para la historia, un “Rezo por vos” bajo una cortina de agua que ya no mostraba piedad por nadie. “Si esto no es aguante, el aguante dónde está”, celebró la multitud, y tenía razón.

Ese quiebre musical y emocional fue el inicio de un segmento final con algo de apoteosis, que encadenó “Yendo de la cama al living”, “Canción de 2x3”, “Nos siguen pegando abajo” y “Llorando en el espejo”. “Este es el primer concierto subacuático del mundo. Yo quería hacer música debajo del agua, ¿no?”, dijo García, relajado y de buen humor a pesar de tanta complicación inesperada, quizá hasta con un plus de disfrute. Bastó que sonaran “Raros peinados nuevos”, “Pasajera en trance”, “Me siento mucho más fuerte sin tu amor” y “Vicio” para redoblar la entregada locura de la gente. Al cierre de esta edición, una caliente versión de “Buscando un símbolo de paz” –con Quintiero y Hayashida en percusión–, con Hilda aludiendo al cumpleaños y García López soleando desde el piso como en los viejos tiempos, empezaba a poner el moño a una rentreé triunfal de Charly a su lugar natural. “Y Charly no se va”, cantaba la gente. “Los que no se van son ustedes”, retrucó el hombre, y empezó de nuevo con aquello de No voy en tren, voy en avión. Lo esperaba una lista de bises con “Deberías saber por qué”, “Hablando a tu corazón”, “Rock and roll yo”, “No me dejan salir” y aun algún título más fuera de programa, pero lo más relevante estaba bien demostrado: sobre rieles o por el aire, García volvió, vio, se mojó y triunfó.

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Las dos potencias del rock argentino se saludaron y el cielo se abrió en un torrente inenarrable.
Imagen: Gonzalo Martinez
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