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Sábado, 21 de febrero de 2015

CULTURA › RICARDO PIGLIA, EDUARDO STUPIA Y LUIS NACHT GENERARON LA INCERTIDUMBRE

“La improvisación implica confianza”

Se trata de un bello libro-disco con textos del autor de La ciudad ausente, collages del notable artista plástico y música del saxofonista, solo y con su quinteto. En marzo se podrá apreciar, en distintas etapas, en el Museo Nacional de Bellas Artes.

 Por Diego Fischerman

Nacht, Piglia y Stupía se admiran mutuamente. El nombre del trabajo conjunto, La incertidumbre, es muy “pigliano”.

“Me interesa mucho la cuestión de la improvisación en el jazz y en el arte en general.” Quien habla, sin embargo, no es un músico de jazz. Aunque ya al trabajar en el libreto de una ópera con Gerardo Gandini (La ciudad ausente, basada en su segunda novela) había sentido que por esa lengua misteriosa y sin palabras circulaba alguna clase de verdad. Ricardo Piglia vuelve a participar en una aventura original: un libro-disco con textos suyos, collages del notable artista plástico Eduardo Stupía y música del saxofonista Luis Nacht, solo y con su quinteto. Y el nombre del bellísimo objeto publicado por el Club del Disco, en su décimo aniversario, no podría ser más “pigliano”: La incertidumbre.

Piglia dice que “los músicos improvisan sobre el estándar y los escritores improvisamos a partir de la sintaxis y la gramática. Es decir, al escribir nos dejamos llevar por el ritmo, el tono y el fraseo, que avanza sin saber con claridad hacia dónde va, pero tratando de ser fiel a lo que yo llamo la forma inicial, que desde luego no está al principio, sino que se vislumbra y se busca hasta el final. Un escritor debe ser fiel a su forma inicial a la que sólo imagina, pero a la que busca durante todo su trabajo y es su marca personal. Algo de eso hay, si no me equivoco, en la literatura y en el arte contemporáneo”. Stupía reflexiona, entonces, acerca de La incertidumbre y, claro, de otras incertidumbres. “Hay una tendencia a la multidisciplinariedad, en el arte contemporáneo, que parecería borronear los límites y, al mismo tiempo, todo lo contrario. Una búsqueda de la especificidad. En este caso, y partiendo de la base de que no soy un artista multidisciplinario para nada, me gusta la idea de ser parte de un objeto, con algo muy específico. Un objeto al mismo tiempo heterogéneo y con una cierta homogeneidad. Pero una homogeneidad tensa.”

Stupía ya había trabajado con Piglia en sus Diarios y en ese exquisito volumen, Fragmentos de un diario, publicado en 2012 (y que tuvo al galerista Jorge Mara como partícipe necesario). “A diferencia de aquellos diarios, aquí hay una cuota un poco mayor de referencialidad”, asegura el artista. “No es que haya buscado imágenes para ilustrar los textos, pero sí busqué una referencia a ese universo que podía sobrevolar las palabras.” Stupía habla de “imbricación” y cuenta que, además, resultaba imposible no tener en cuenta las series de asociaciones que los propios nombres de los participantes convocaban de por sí. “Hay cosas que sé de Piglia. Y hay cosas que sé del jazz. Y eso lleva al cine. A un ambiente nocturno. A la serie negra. A los policiales duros. Aunque eso no esté directamente en los textos sí está en lo que para mí significa trabajar con Nacht o con Piglia”, afirma. “La espera de la obra de alguien es una prueba para mí de la admiración auténtica”, completa Piglia. “Uno espera el libro por venir, de dos o tres escritores, a los que está atento, y espera los conciertos en vivo de los músicos a los que admira y espera las imágenes y las series de los artistas a los que les debe un nuevo modo de ver. Eso me pasa con Luis y con Eduardo y esa expectativa de la obra que vendrá, es el verdadero criterio de valor en el arte. Por eso creo que nos juntamos, porque es esa espera lo que nos une y nos divierte hacer algo de eso, juntos.”

Una de las palabras que surge, recurrente, en la conversación con Página/12, es “enigma”. Está el género policial, desde ya. Pero también está, como dice Nacht, “la música como enigma”. Para él, “hay algo enigmático ya en el propio hecho sonoro, que no existe en ninguna parte salvo en el oído y en la memoria de quien escucha. Y el jazz es particularmente enigmático porque nunca se sabe exactamente, al principio, hacia dónde se va a llegar al final. O, a veces, se sabe dónde pero no se sabe cómo”. Para Piglia, “enigma quiere decir etimológicamente, dar a entender, algo se anuncia, está ahí y hay que saber esperar”. La incertidumbre tiene una primera vida como parte del catálogo del Club del disco. La segunda comenzará a fin de este mes, cuando llegue a disquerías y librerías. Y la tercera tendrá que ver con la muestra que comenzará el próximo 10 de marzo en el Museo Nacional de Bellas Artes con la exposición de los collages originales de Stupía, más algún otro de la misma serie que finalmente no entró en la edición. Y el 17 tocará allí mismo el grupo de Nacht, integrado, como en el disco, por él en saxo tenor y alto, Juan Pablo Arredondo y Patricio Carpossi en guitarras eléctricas, Jerónimo Carmona en contrabajo y Carto Brandán en batería.

“La relación con Piglia es antigua”, cuenta Nacht. “Y muchas veces él participó de recitales míos en los que leía textos mientras yo improvisaba.” En La incertidumbre, en la última pista del disco, titulada precisamente “Lecturas”, se recupera esa práctica. Los textos provienen del libro Prisión perpetua, pero la traslación estuvo lejos de ser automática. Y, en ocasiones, de los cuentos originales apenas ha quedado una frase. Una evocación. Una sombra. “Usé, al principio, un criterio más bien azaroso”, dice el escritor. “Elegí relatos norteamericanos, digamos, es decir, que suceden en Nueva York y en otros lugares de los Estados Unidos. Básicamente porque siempre me interesó el cruce del bebop con la prosa de la beat generation. Entonces pensé que los microrrelatos que leía estaban en sincro con la música de Luis. Hicimos juntos un par de conciertos y los viví como una réplica onírica al cruce del jazz y la narración rítmica y autobiográfica de la literatura norteamericana.” El último de los textos, en todo caso, es una sola palabra: “Certeza”.

Declarado de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura de la Nación y apoyado por la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, que conduce Ricardo Forster, La incertidumbre es, sin embargo, una producción independiente en la que mucho tuvo que ver la figura de la editora y música Gaby Comte. La diseñadora Gabriela Di Giuseppe y Germán Andrés, factótum del Club del Disco, completaron el equipo que lo hizo posible. “La improvisación implica confianza”, asegura Nacht. “Y en este caso el clima que existe entre los músicos en el momento de la improvisación, esa sensación de que realmente se puede confiar en el otro, de que uno se entrega casi sin conciencia, se trasladó a los otros artistas que formaron parte del proyecto.” Stupía piensa, a su vez, en el jazz, pero también en los textos de Piglia y en sus propios collages y dice que “en alguna medida todos trabajamos con cosas del pasado; con objetos que ya tenían una vida anterior. La música, como dice Luis, trabaja siempre con la memoria. Y el jazz es particularmente consciente de esa memoria y, podría decirse, el solo, con su referencia velada a algo que ha sonado hace tiempo, o que sonará después, o que tal vez no suene nunca pero es siempre rodeado, lo pone en escena. Y el collage, obviamente, utiliza elementos que eran otra cosa antes de ser parte de esa obra. Piglia recorta textos anteriores, los extrae de sus cuentos. También hay allí algo del collage. Y, también, un cierto gusto por una atmósfera antigua. Por ese tono del cine negro”.

Piglia confirma: “Esos modos de usar el montaje, la cita, el objeto encontrado y ya hecho, por ejemplo el género en literatura, que en realidad es un relato potencial y que en un momento se usa y se activa. El procedimiento del collage es lo que tenemos en común. Veo la obra de Eduardo como muy narrativa, un relato fracturado y cinematográfico que está en la tela como una historia olvidada y potencial. En cuanto a Luis, avanza hacia la improvisación sin estándar, lo que nosotros en los viejos tiempos, cuando Steve Lacy estaba en Buenos Aires, llamábamos free jazz. Por otro lado, Luis es mi vecino y lo oigo tocar cuando cruzo el largo pasillo de entrada a casa (y a la de Luis), lo escucho improvisar y me alegro porque ahora vivo la vida con música de fondo”. Para el escritor, por otra parte, hay un quiebre en su relación con la música que tuvo que ver con su relación con Gandini. “De él aprendí muchas cosas, entre ellas a escuchar música de otro modo, como si la música ya estuviera grabada en la mente antes de empezar a escucharla y luego lo que se oye debe ser una confirmación de lo que se ha pensado que era”, dice. “No creo haber llegado a esa perfección de la escucha, pero la vi vivir en Gandini. Pasamos juntos una temporada en una quinta y en esos días Gerardo preparaba un concierto de las piezas para piano de Schönberg, que iba a dar en el Instituto Goethe. Nunca ensayó esas obras, pero las tocaba en el pensamiento varias veces por día. Se iba a caminar por el parque y podríamos decir que mientras él caminaba en silencio la música de Schönberg parecía sonar magníficamente en todo el barrio. Hay que saber para poder escuchar, eso lo aprendí de Gandini. Hay una iniciación en la música que se va a escuchar, que permite, como se dice, seguir la composición al escucharla. Supongo que la improvisación intenta quebrar esa expectativa.”

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