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Martes, 8 de octubre de 2013

TEATRO › EMPIEZA HOY EL 5º FESTIVAL DE TEATRO ADOLESCENTE VAMOS QUE VENIMOS

“La edad es algo que se pierde sobre el escenario”

El encuentro contará con la participación de elencos argentinos de distintas ciudades y de grupos invitados de Chile, Venezuela, Colombia y Perú. En diversas sedes porteñas se verán más de veinte espectáculos y habrá conferencias, talleres y paneles de debate.

 Por Sebastián Ackerman

A punto de iniciarse el 5º Festival de Teatro Adolescente Vamos que Venimos, Página/12 reunió a Cecilia Ruiz (organizadora), Mosquito Sancineto (tallerista), Sergio Surraco (jurado) y Rodrigo Gramajo (19 años, del Elenco Adolescente de la Secretaría de Cultura de Berazategui) para hablar de esta nueva edición del encuentro. La adolescencia es una etapa de la vida que, como las demás, permite comprender el presente a través de la historia y proyectar un futuro. Y desde ese lugar, también se puede crear. Está claro: no es lo mismo ser Hamlet a los 16 que a los 50. “Ahora tenemos una mirada más amplia de qué está diciendo el adolescente, qué le interesa, qué se pregunta. Porque los adultos creemos que los problemas son unos y los adolescentes plantean otros, quizá más profundos, más existenciales”, coinciden en señalar como uno de los principales aportes de este festival, que tiene su apertura hoy a las 16 con entrada libre y gratuita en el Teatro Opera.

Con jurados como Rodrigo Noya, Julia Calvo, Horacio Roca y Ricardo Talento, entre otros; talleres dictados por Martín Salazar (ver opinión), Enrique Federman, Marcelo Savignone; conferencias gratuitas de Leonor Manso y Alejandra Flechner, el festival además cuenta con espectáculos de varias regiones del país y de América latina (ver aparte). Todo está pensado para apuntalar la formación de los que se acercan al teatro. Surraco lo pone en estos términos: “No venimos a juzgar la calidad artística o el talento, sino que buscamos fomentar esa apertura hacia las propuestas que traigan, sean estéticas o actorales, de llevar adelante una obra de teatro”. Surraco adelanta que “a este adolescente que está llevando adelante un evento artístico hay que ayudarlo a crecer, ayudarlo a expandir su inteligencia para resolver arriba del escenario, que pueda entender que esta experiencia es algo que lo va a foguear”, apuesta.

–Hay elencos de muy diferentes lugares, tanto de la Argentina como extranjeros. ¿Se ve esa diversidad sobre el escenario? ¿Tiene influencia en la representación teatral?

Mosquito Sancineto: Hay diferencias, pero son naturales. Desde el lenguaje corporal, de los más tímidos hasta los más arrojados. Yo al adolescente de hoy le tengo cierta envidia, porque estamos viviendo una etapa muy enriquecedora. Intentar unificar criterios de jóvenes que vienen de Tucumán, de Mendoza, de la provincia de Buenos Aires, los de la Ciudad, de Jujuy, más los de Venezuela, Colombia, Perú y Chile, y escuchamos todos los lenguajes, las formas de hablar... es interesantísimo. Cuando yo era pendejo, ir a Jujuy o a Tucumán era hacer algo exótico. Es el prejuicio con el que fui criado. Y ahora eso lo ven de forma natural. Es fantástico.

Rodrigo Gramajo: –Mi elenco tiene la suerte de contar con el respaldo de la Municipalidad de Berazategui. Y hablábamos con los chicos de Tucumán y nos decían que ellos eran totalmente autogestionados. O los chicos de Mar del Plata, que eran de un hogar y se habían armado los tachos de luz ellos. ¡Y les pedimos que nos enseñaran a hacerlo! Pasa por aprender del otro. Cada uno plantea desde su lugar una solución distinta. Y claro que hay otras diferencias. Cuando uno sube al escenario lo hace con todo lo que es. E influye ser de un hogar, o que la municipalidad te ayude, tener plata, ser pobre...

–¿Cuándo decidieron ustedes dedicarse a esto? Porque debe haber sido en su adolescencia...

Sergio Surraco: –Creo que a los 18, 19 años fueron mis primeras experiencias arriba de un escenario. El ambiente era más chico de lo que es ahora. Mi adolescencia fue en los ’90, y mis primeros momentos como actor profesional fue a fines de esa década. La diferencia que hay entre esos años y éstos es inmensa. Primero, porque vivimos una década que fue excluyente, donde todo era muy individualista, entonces uno tenía que formarse en esa política social devastadora y debía sobreponerse a eso. Después viene otra cosa, porque cuando uno pasa de ese lugar de formación a trabajar profesionalmente, es mucho más complejo que el momento del aprendizaje. Ya no es solamente la ilusión y hacer. Cuando sos pendejo es hacer, acción, mostrar, cantar, gritar, lo que sea... Después, todo eso tenés que dominarlo con una técnica. Cuando crecés como persona crecés como actor. Es una carrera que no tiene un techo de vivencias, porque cada vivencia nueva de ese transitar la vida se vuelve parte de la formación de actor. Por eso, para mí la adolescencia es el momento para explotar, para abrir la cabeza.

M. S.: –Yo tuve una doble adolescencia: una que iba a favor de muchas cosas y otra que iba a contramano. La que iba a contramano era la “normal”: iba a colegio privado, religioso y franciscano, y al mismo tiempo estudiaba teatro. Mi mundo ideal, con el que me identificaba, era el del teatro, con compañeros mixtos, y era feliz. Eso era todos los días a la tarde. Y a la mañana era el sufrimiento del uniforme, el pelo corto, colegio de varones, violencia sexual. Era testigo de momentos en los que pensaba que no podían ser tan bestias. Y esto lo podía ver porque el otro mundo, el de las tardes, me mostraba la vida de otra manera, con otro color. Era la aceptación de las diferencias. El mundo de la mañana era el infierno. Un inframundo (risas). Sobreviví. Siempre fue mi reproche a mis padres: ¿por qué me mandan a ese lugar si yo estoy mucho mejor en el otro? En realidad, me mandaban a los dos, ésa era la relación con mis viejos: me tiraban al agua y después me alcanzaban un salvavidas (risas). Y aprendí.

C. R.: –Mi adolescencia fue en la dictadura. También hacía teatro y vivía en dos mundos. Fui a un colegio de monjas, y el tema de los dos mundos era muy loco, porque tu casa y tu colegio era uno, y el teatro era otro. Difícil, claro, pero el teatro me rescató. Se vivía una adolescencia muy diferente a la de hoy: de intercambiar ni hablar, de opinión poca, y entre los muy amigos. Y el teatro. Con compañeros de diferentes lugares, edades, hacíamos improvisaciones. Yo siempre cuento esta anécdota: iba con el uniforme del colegio. ¡Menos mal! Una vez me pararon los militares y empecé a hablar del colegio sin parar, y en verdad venía de teatro.

R. G.: –Siempre el mandato de mis padres era que nosotros siguiéramos algo, y decían que no importaba qué. Pero mentira, siempre importa qué. Nosotros somos cinco hermanos, y yo soy el del medio. El más grande es médico y el otro es economista. Cuando terminé la secundaria, mis papás me sentaron igualito como hicieron con mis hermanos, con todas las facturas del colegio y los boletines de los tres últimos años. Mi papá en la cabecera, mamá a la derecha y yo enfrente. Me dijeron: esto es todo lo que nosotros pusimos en tu formación. ¿Qué vas a estudiar? Y bien bajito dije: teatro. Mi mamá se levantó y dijo “voy a poner la pava para el mate”. ¡Nada más! (risas). Después de un rato, me dijeron que no importaba qué, lo importante era que estudiara.

Los cuatro coinciden en definir el teatro como un espacio de libertad, de creación y de autenticidad. Donde las diferencias se aceptan, hasta se celebran, y donde el prejuicio sobre los jóvenes demuestra su error: el problema está del lado del prejuicio. “No puedo dejar de conectar el festival con esta última etapa de los colegios secundarios tomados y la demonización del joven que quiere reparar cosas”, compara Mosquito. “La sociedad patriarcal comete el mismo error: ver al adolescente como un sujeto a combatir”, apunta. Y Gramajo, desde otra generación, aporta que “el VqV es muy nuestro, porque se da un diálogo con gente con la que quizá jamás hubiésemos hablado por diferencia de edad. Yo escuché a Serrano, a Gené, a Pavlovsky, jamás los había escuchado hablar, y comparten el mismo amor que yo por el escenario. Eso es lo bueno del VqV: te hermana, te aúna con el otro, porque es la misma pasión”, reflexiona.

–Entre el teatro y los jóvenes se da un vínculo en el que cada uno mejora con el otro. En sus experiencias, ¿cuál es el aporte de cada uno?

C. R.: –El joven le aporta frescura, ideas nuevas, el hoy. Es un aire nuevo, a veces una brisa y en ocasiones un huracán que hay que pedirle que pare un poco para entrar en su onda. Eso le aporta el joven a la sociedad y al teatro. Hay mucha pasión puesta en esto. Yo no podría escindirme: mi vida es teatro. La pregunta me parece que es por qué todo esto que estamos hablando pasa en el teatro y no en un estudio contable. (Ricardo) Talento dijo en el cierre del primer VqV: “el teatro es el último rito que nos queda”.

M. S.: –Te puede ofrecer algo como espectador o como partícipe. Al espectador lo ubica ante una puerta que se le abre, donde todo es posible. ¡Por suerte hay adolescentes que van al teatro! Creo que esa mirada es la misma en todo momento. Hace que siempre el artista sea joven, la edad es algo que se pierde sobre el escenario. Uno se eterniza en el teatro, y creo que por eso lo elegí: da vida, y no discrimina. Y a los que forman parte, le ofrece una familia nueva. Y podés ser quien sos realmente, o muchos otros yo que aparecen y que pueden jugar de la forma más espontánea y natural.

R. G.: –El teatro te abre, te da una mirada distinta. A mí, que me gusta llamar la atención, me encuentro en un elenco en donde el otro es importante, donde sin el otro no puedo ser ni hacer en teatro. Mi personaje, si no está el otro, no existe. Te pueden dar un protagónico, como Hamlet, pero sin el rey no existiría la obra, sin el tío traidor de Hamlet no hay drama. Entonces, de repente es saber que para vivir necesitás del otro. Los adolescentes tendemos a “caretearla”, y el teatro te da la posibilidad de mostrar quién sos realmente siendo un personaje. Mostrar lo más profundo de vos, siendo un personaje. Eso es lo que nos apasiona tanto.

Una oferta variada

Esta 5ª edición propone una variada oferta, que se desarrollará en el Teatro Opera (Av. Corrientes 860), el Teatro SHA (Sarmiento 2255), Andamio 90 (Paraná 660), El Popular (Chile 2076), Empire (Hipólito Yrigoyen 1934), La Máscara (Piedras 736) y el Auditorio Losada (Av. Corrientes 1551). Allí se podrán ver más de 20 espectáculos con una entrada popular a 30 pesos de elencos de la Ciudad, Marcos Paz, San Salvador de Jujuy, Adrogué, Puerto Madryn, Pergamino, Banfield, Pilar, Córdoba, Cipolletti, Mendoza, Berazategui, Avellaneda, que darán cuenta de las diversas formas de vivir el teatro en distintos puntos del país. Además, habrá grupos invitados de Chile, Venezuela, Colombia y Perú, para tener una pequeña muestra de representaciones latinoamericanas. Además, las conferencias, talleres y paneles de debate son gratuitos para chicos de entre 13 y 19 años.

Toda la programación en www.vamosquevenimos.com.ar.

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Sergio Surraco (jurado), Cecilia Ruiz (organizadora), Mosquito Sancineto (tallerista) y Rodrigo Gramajo (actor) participan del festival.
Imagen: Rafael Yohai
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