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Por Susana Díaz

Aunque el dato no sea muy conocido, la Argentina es el principal país industrializador de limón del mundo, así como un importante exportador del producto en fresco y sus derivados. Su ámbito de producción es principalmente la provincia de Tucumán, la que en los últimos tres años representó cerca del 90 por ciento del total, con aproximadamente el 75 por ciento de la superficie sembrada, relación que denota una productividad superior a la del resto del país.
En las últimas dos décadas, la provincia vivió una fuerte transformación productiva. El limón reemplazó de manera creciente a los restantes citrus –naranjas, pomelos y mandarinas– y avanzó incluso sobre antiguas zonas cañeras. Así, luego de expandirse en los últimos diez años a un promedio de 10 por ciento anual, se convirtió en el segundo sector agroindustrial provincial. Poco más de dos tercios de la producción se destina a la elaboración de jugos concentrados, aceites esenciales, aromas y cáscara deshidratada. El resto se consume en fresco y cerca del 80 por ciento, la fruta de mejor calidad, se exporta. En los primeros nueve meses de 2003 sólo en fresco se exportaron 337 mil toneladas, lo que de acuerdo con las certificaciones del Senasa representó ingresos por 125 millones de dólares.
Al igual que en otras regiones agroindustriales del país, la última década fue también el escenario de un fuerte proceso de concentración de la producción. De las 33.500 hectáreas sembradas en 2002, que se repartieron entre unos 500 productores, sólo dos empresas concentraron más de 10.000 hectáreas. Esta concentración fue acentuada en los últimos años por el poder de compra ejercido sobre los productores más pequeños, poder otorgado por la propiedad de las alrededor de 25 plantas productoras existentes en la provincia. La “agregación de valor” sectorial puede graficarse en algunos precios. Mientras en 2002 el precio internacional del cajón de 18 kilos osciló en torno de los 12 dólares, el productor local recibió entre 70 y 100 pesos la tonelada. No obstante, la integración vertical, es decir, la presencia de una misma firma en cada una de las etapas del proceso agroindustrial, fue una característica desde los comienzos del desarrollo del complejo.