EL PAíS

Algo personal

 Por Horacio Verbitsky

En un reportaje con el bisemanario Perfil, el ministro de Seguridad y Justicia de la provincia de Buenos Aires, alcaide mayor del Servicio Penitenciario Bonaerense Ricardo Casal dijo: “Verbitsky tiene algo personal conmigo”. Imposible: no tenemos ni amigos ni enemigos comunes ni cruzados y nos vimos una sola vez en la vida. Al asumir como ministro de Justicia me pidió una audiencia, a la que concurrió en compañía de un diputado y de un juez de la Suprema Corte provincial, para presentarme su primer proyecto de reformas procesales y penales, como de costumbre para endurecer penas y ablandar garantías. Escuché su exposición eufórica, en la que el único papel que mostró fue un ejemplar del diario La Nación elogioso de sus intenciones, y me limité a transmitirle planteos generales, basados en mis investigaciones periodísticas y en las del CELS, sobre la seguridad y la situación de las cárceles en su provincia. Su afirmación es, entonces, literalmente falsa. Adquiere sentido, sin embargo, en un aspecto más general. Para explicarlo, nadie mejor que Joan Manuel Serrat y su poema “Algo personal”:

Probablemente en su pueblo se les recordará 
como cachorros de buenas personas, 
que hurtaban flores para regalar a su mamá 
y daban de comer a las palomas. 

Probablemente que todo eso debe ser verdad, 
aunque es más turbio cómo y de qué manera 
llegaron esos individuos a ser lo que son 
ni a quién sirven cuando alzan las banderas. 

Hombres de paja que usan la colonia y el honor 
para ocultar oscuras intenciones: 
tienen doble vida, son sicarios del mal.
  Entre esos tipos y yo hay algo personal. 

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad, 
viajan de incógnito en autos blindados 
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad, 
a colgar en las escuelas su retrato. 

Se gastan más de lo que tienen en coleccionar 
espías, listas negras y arsenales; 
resulta bochornoso verles fanfarronear 
a ver quién es el que la tiene más grande. 

Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz, 
juegan con cosas que no tienen repuesto 
y la culpa es del otro si algo les sale mal. 
Entre esos tipos y yo hay algo personal. 

Y como quien en la cosa, nada tiene que perder. 
Pulsan la alarma y rompen las promesas 
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer 
nos ponen la pistola en la cabeza. 

Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar 
van a cagar a casa de otra gente 
y experimentan nuevos métodos de masacrar, 
sofisticados y a la vez convincentes. 

No conocen ni a su padre cuando pierden el control, 
ni recuerdan que en el mundo hay niños. 
Nos niegan a todos el pan y la sal. 
Entre esos tipos y yo hay algo personal. 

Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión 
de declarar públicamente su empeño 
en propiciar un diálogo de franca distensión 
que les permita hallar un marco previo 

que garantice unas premisas mínimas 
que faciliten crear los resortes 
que impulsen un punto de partida sólido y capaz 
de este a oeste y de sur a norte, 

donde establecer las bases de un tratado de amistad 
que contribuya a poner los cimientos 
de una plataforma donde edificar
  un hermoso futuro de amor y paz.

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