EL PAíS › OPINION

Un acto monumental

 Por Mario Wainfeld

El Monumento Canto al Trabajo está emplazado en el cruce de las anchas avenidas Independencia y Paseo Colón. El palco estaba de frente a la primera. Los manifestantes que colmaban cuadras y cuadras podían ver detrás la gigantesca Facultad de Ingeniería y al fondo una torreta del edificio de la CGT identificable por la sigla con una despintada bandera celeste y blanca.

La sede histórica de la Central está en Azopardo, la primera paralela después de Paseo Colón. Hugo Moyano, a quien se le reconoció primacía, eligió el lugar, ahorrándole al gobierno una movilización en Plaza de Mayo o, así más no fuera, en el Congreso.

La multitud no mosqueó, fatigó las avenidas. El otoño porteño, años ha, prodigaba innumerables días lindos, frescos, soleados. Hablamos de antes del cambio climático. Ayer, como en tantas otras facetas, retomó las costumbres de viejos, buenos tiempos.

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Buenos Aires tiene un trazado sencillo, inteligible, legado de la tradición colonial. Las calles son rectas, las cuadras miden cien metros. Cada cuatro o cinco hay una avenida. Algunos barrios, pocas diagonales alteran el diseño, son excepciones.

El borde de la Plaza de Mayo está a cuatro cuadras de Paseo Colón y a ocho de Independencia, redondeando. Dos horas antes de la fijada para los discursos una mujer con pechera de ATE preguntaba “¿adónde es el acto?”. Cuando se va a la cancha, se sabe: hay unanimidad en el rumbo elegido. Ayer, temprano, columnas o peatones desconcertaban: se entrecruzaban buscando seguramente el lugar de cita. Toda la jornada fue una romería en las avenidas y en las calles aledañas. La desconcentración empezó antes de los discursos.

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El cronista se arrima al palco y luego camina en sentido opuesto a la oleada humana. El ojímetro registra a la clase trabajadora hecha cuerpos. Si se afina la medición, a riesgo de ser más falible, más hombres que mujeres aunque la proporción varía según el sindicato. Las representaciones de los territorios llegan con más paridad de género.

Laburantes desde ya... ¿Cuántos pagarán Impuesto a las Ganancias? Una minoría, marca el ojímetro, sin arriesgar mucho.

Sin un dron, ni un helicóptero, a pura infantería, se renuncia al inventario de todas las columnas. Muchísimas, con marcada hegemonía gremial.

La vastedad del movimiento obrero se expresa en las siglas: la Uocra, Camioneros y UPCN abarcan cuadras y cuadras, las dos CTA se dejan ver y oír.

Los sindicatos se identifican y autocelebran con cánticos sencillos, clásicos. “Olé, olé, olé, olé, oleé, olée, olá” entonan un montón. “Oh, Luz y Fuerza”... los compañeros expertos en percusión son vanguardia. “Sos un sentimiento”. La orquesta lleva bombos, redoblantes, tambores, algún platillo. “No puedo paraar”. El cronista cuenta los músicos, llega a cien y para. ¿Quién le va a creer? Créame, por favor, se midieron con el ábaco digital.

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En el aire había olor a pólvora, exclusivo producto de petardos, bombas de estruendo y cuetes. Optamos por la escritura fonética retomando enseñanzas de Domingo Faustino Sarmiento y deslices de Jorge Luis Borges, formulados con libertá.

Es un acto tranqui, la gente se disemina en las laterales. Es un acto opositor, se escuchan consignas contra (el presidente Mauricio) Macri.

La policía brilla por su ausencia, casi absoluta. Ha de ser difícil cumplir con el protocolo de la ministra Patricia Bullrich y estipular de antemano el número de asistentes. Una masa, ministra. Ambulancias al costado, las provee “Sanidad”.

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“¿Cuántos somos?” es la pregunta consabida en cualquier acto. El interés cuantitativo se complementa con uno histórico: “¿desde cuándo no se vive una convocatoria con todas las vertientes del movimiento obrero?”.

La división de la CTA ocurrió en la etapa kirchnerista. La coexistencia de dos CGT no es pura novedad. La suma de cuatro expresa una fragmentación excesiva, que no se corresponde con representación de sectores.

Todas las vertientes del peronismo, las centrales autónomas, expresiones de la izquierda... La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) que aspira a representar a la enorme cantidad de informales también cubre varias cuadras.

El mapa de la clase trabajadora es otro, distinto a los 90 o a los años dorados (1945-1975). De cualquier forma, para dar con una convocatoria comparable en contextos muy diferentes habría que remontarse al apogeo de Saúl Ubaldini, durante la presidencia de Raúl Alfonsín y el primer tramo de Carlos Menem. Los ochenta, los primeros noventa.

Insinuamos que no se congrega un abanico tan amplio desde hace un cuarto de siglo: se aceptan debates y disquisiciones.

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Hay micro emprendedores en calles chicas con una oferta alimenticia nac & pop. Algunos se colocan a diez cuadras, no en línea recta. El olfato les indica que venderán, la demanda parece darles razón.

En la pituitaria del cronista ranquean alto bondiolas fragantes seguramente dispensadas de controles del Estado, siempre enojosas. Y las hamburguesas sin marca con un huevo candente encima. Por sentido del deber profesional y auto preservación se auto reprime. Promete clavarse una hamburguesa a medio caballo con chimichurri en la próxima marcha. No ha de tardar mucho si el macrismo sigue obcecado con la política económica “market friendly” y “pro ricos”.

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En casi todas estas tenidas la procesión, el pueblo, los cánticos y la liturgia son más interesantes que el sermón. De cualquier manera, hubo contenido en los discursos, de diferente nivel.

Hugo Yasky, el expositor más dotado, y Pablo Micheli interpelaron frontalmente al gobierno: un paro responderá al eventual y factible veto a la ley antidespidos. Movilizaciones frente al Congreso se lo harán saber de cerca a los legisladores.

El metalúrgico Antonio Caló quedó por debajo del marco. Anunció la inminente reunificación de la CGT sin mística ni elocuencia.

Moyano es un autodidacta inteligente, de cuna humilde, formado desde abajo, aunque ha recorrido un largo camino ascendente. Elige su registro: no se “saca” ni se posesiona cuando supone que no le conviene. “Cuidó” al presidente. Enalteció a los trabajadores, cuestionó la política oficial, fue cauto para comprometerse en acciones futuras. Su verbo se ubicó en las antípodas de sus años de oficialismo kirchnerista y fue notoriamente más considerado que cuando enfrentó a la ex presidenta Cristina Fernández Kirchner. De cualquier modo, marcó distancias respecto del gobierno. Dos campos, si se quiere. Contrapuso a la clase trabajadora con el oficialismo. Un gobierno de ricos versus los humildes. Un planteo sencillo, un buen común denominador.

El documento conjunto que leyó Juan Carlos Schmid, el fiel y cerebral aliado de Moyano, rumbeó para el mismo lado, demarcó mejor las críticas.

La advertencia, todo modo, se expresaba en la calle. ¿Cuántos asistentes habrán votado a Macri en la segunda vuelta? No la mayoría pero sí una cantidad apreciable, ponderemos.

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Pancartas inmensas, zepelines de gremios o intendentes o líderes territoriales. La visibilidad es un objeto de deseo.

La muchedumbre matancera camina tras un cartel “Fernando Espinoza conducción. Verónica Magario intendente”. El politólogo sueco el que hace su tesis sobre la Argentina le remite fotos por Whatsapp al Decano de Sociales de Estocolmo. Insaciable, el jefe pregunta: “¿qué es más por importante: “¿conducir o ser alcaldesa?”. “No es sencillo, profesor, le respondo en unos días” mensajea oral el sueco. La pelirroja progre camina a su lado, canta, grita. Dejó de lado las reservas de “ir a un acto con Moyano”. Está de fiesta. La noche del 29 se promete grata. Cambio y fuera, Decano.

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Un mercadito con la reja puesta expende Cocas grandes, a granel. Los ciudadanos consumidores practican una cultura híbrida, anota el politólogo. Media cuadra más allá, un morocho hace su agosto vendiendo fernet al hielo. La realidad es compleja, hay que leerla con visión panorámica.

Está en boga debatir si Macri ha disuelto la combatividad de los argentinos. La polémica es interesante, da para más que el final de la crónica. Va un anticipo. El oficialismo supo capitalizar la derrota del Frente para la Victoria, la dispersión lógica ulterior. Se manejó bien con los dirigentes. En las últimas semanas sus políticas re-juntaron a los adversarios.

Es buen ejercicio rememorar la condición de la clase trabajadora a fines del siglo pasado o a principios de éste. La gente de a pie que demandaba en calles y plazas. Cambió, mucho. Los laburantes se ven mejor, con autoestima superior. Han ascendido social y económicamente, en promedio. El macrismo pone en jaque sus conquistas, sus puestos de trabajo y el nivel de ingresos. Se los convocó a la protesta, vaya si se sumaron.

La movilización de ayer es una señal para los diputados que tratarán la ley de emergencia laboral. Y para el gobierno, en particular. La expresan decenas o cientos de miles de trabajadores. En paz, disfrutando del encuentro colectivo pero haciendo notar la majestad del número. La historia continuará.

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