EL PAíS

Guerra de posiciones

 Por Verónica Torras *

El viraje discursivo de Mauricio Macri plantea varios enigmas. Su cambio de posición en temas clave ¿es un mero acto de pillaje ideológico y/o especulación política en plena campaña electoral o el producto de la fortaleza de un proceso colectivo de acumulación que ha generado un piso muy alto de consenso a mediano y largo plazo?

La respuesta por parte de los candidatos del FpV no se hizo esperar. Es lógico: la construcción de las identidades colectivas requiere un límite externo. La delimitación de campos es la base de la disputa política. Y además, ciertamente, las historias cuentan, se habla desde un lugar que precede al decir. Sin embargo, podemos no creer en las palabras de Macri ni en su compromiso con ellas pero ¿vale la pena tomar en cuenta su discurso?

Aunque no se ha discutido demasiado, los pronunciamientos del PRO sobre los juicios por delitos de lesa humanidad han ido en los últimos años en la línea de acompañar el proceso de justicia en curso. No se trata de pronunciamientos que se producen en el vacío, sino que se corresponden con una configuración histórica y un estado de opinión respecto de esta cuestión: llegan luego de más de treinta años de lucha ininterrumpida de los organismos, de un sólido respaldo social al proceso de justicia y de doce años de gobiernos kirchneristas que han colocado a los derechos humanos, como nunca antes desde el inicio de la transición democrática, en un lugar jerarquizado de la escena pública. Es probable que los posicionamientos del PRO ecualicen con el humor social prevaleciente en esta materia, pero más importante es reconocer que son expresión de la fortaleza de un proceso colectivo de búsqueda de justicia.

En esta misma línea sería posible preguntarse si la recuperación del Estado, para cumplir tareas de protección social universal y actuar como factor clave del desarrollo, no puede convertirse, como el proceso de justicia, en uno de los pocos asuntos de acuerdo transversal de la sociedad argentina. Desde esta perspectiva, el viraje de Macri expresaría no sólo su búsqueda de auto-posicionamiento electoral, sino también la amplia legitimidad social de un conjunto de políticas impulsadas por los gobiernos kirchneristas que han sido centrales para el fortalecimiento y ampliación de la democracia en nuestro país, por lo que su sostenimiento representa el límite de cualquier confrontación futura. Así definía Antonio Gramsci el concepto de “cambio de época”, como aquella irreversibilidad relativa que obliga a los actores políticos a confrontar sobre la base de nuevas reglas.

Esta búsqueda de irreversibilidad, que parece haber guiado exitosamente el proceso de reordenamiento del poder kirchnerista al interior del FpV, se ha expandido hasta alcanzar los bordes mismos del escenario político. La consigna “el candidato es el proyecto” ha triunfado ampliamente, tan ampliamente que hasta el candidato de la oposición parece querer abrazarla. De pronto, el proyecto se ha vuelto universal y el conflicto parece reducido sólo a cuestiones procedimentales que hacen al perfil de los candidatos (quién administra mejor, quién lo hace con mejores modales). ¿Podrá el actor político que ha sido principal motor ideológico y discursivo de este cambio de época administrar este consenso expandido para convertirlo en expresión de un nuevo piso mínimo sin sentir amenazada por ello su propia subsistencia política?

* Licenciada en Filosofía (UBA), doctoranda en Derechos Humanos (Universidad Nacional de Lanús).

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