EL PAíS › FRANCISCO RECIBIO AL COORDINADOR DE LA COMISION REFORMADORA DEL CODIGO PENAL

El debate por el Código llegó al Vaticano

El Papa estuvo reunido una hora con Roberto Carlés. Durante la charla entre ambos se manifestó preocupado por “la instalación del pánico en la sociedad” y porque el texto propuesto quede debilitado por cuestiones electoralistas.

 Por Irina Hauser

La onda expansiva de la discusión por el Código Penal llegó hasta el Vaticano, donde el Papa se reunió ayer durante una hora con Roberto Carlés, el coordinador de la comisión que elaboró el proyecto de reforma que está bajo análisis del Poder Ejecutivo y que Sergio Massa defenestra con declaraciones públicas diarias con la muletilla de que favorece a quienes delinquen. “El abordaje punitivista” y “la instalación del pánico en la sociedad” en general fueron dos asuntos que Francisco puso en el centro de sus preocupaciones en la audiencia privada con el penalista, mano derecha de Raúl Zaffaroni. Más todavía, cuestionó “la instrumentalización que en todo el mundo se hace del tema, con fines electoralistas”.

El Papa ve con inquietud el giro punitivista, basado en respuestas represivas, que caracteriza a las reformas penales de algunos países latinoamericanos. Este asunto fue, de hecho, el que motivó originalmente la reunión con Carlés, que es el secretario adjunto de la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología. El año pasado, en una de las audiencias públicas del Papa, el 26 de junio, acordaron que le haría llegar un informe sobre la situación en la región, donde las reformas penales no siempre siguen el mismo sentido que los procesos políticos. En Brasil, Ecuador y Venezuela, por ejemplo, se han planteado reformas con penas endurecidas y proliferación de tipos penales nuevos. Pero en ninguno de esos países los proyectos surgieron del trabajo de consenso y diálogo de todo el arco político, como ocurrió en Argentina, un rasgo que celebró con énfasis el pontífice, aunque se mostró preocupado porque el texto propuesto quede debilitado por cuestiones electoralistas.

A las cinco de la tarde, hora italiana, a Carlés lo hacían pasar a la residencia de Santa Marta. La audiencia, que duraría una hora, fue a solas con el Papa en un pequeño salón con sillones de tapizado verde, cercano a la entrada.

Mientras Massa cumplía en estas tierras su dosis diaria de Código Penal con la frase “el que las hace las paga”, el Papa mostraba desde la Santa Sede un discurso compatible y afín con el de la comisión reformadora, que presidió Zaffaroni. En la audiencia, de todos modos, la conversación no se concentró en el anteproyecto, ni se habló de Massa, a quien muy al margen de esta discusión, Jorge Bergoglio nunca recibió desde que inició su papado. Se mostró interesado, sí, en algunos conceptos. Como cuando le recordó a Carlés que una de las primeras reformas que hizo tras su llegada al Vaticano fue eliminar la prisión perpetua (dejó un tope de 35 años). Aquella reforma papal del Código Vaticano incorporó los crímenes contra la humanidad (especificando los delitos de genocidio y apartheid), adaptó la convención de Naciones Unidas sobre corrupción y, en materia procesal, introdujo el concepto de plazo razonable y presunción de inocencia, que ni existía.

Hablaron luego de las cárceles, en especial de las graves condiciones de detención en América latina y de la gran cantidad de presos sin condena. En este tema, coincidieron –en línea con el proyecto de reforma de la comisión multipartidaria– que cuando no hay peligro de que un preso se fugue o entorpezca la investigación, deben pensarse medidas alternativas al encierro. En el Papa la cuestión carcelaria es tema recurrente. Cuando visitó la cárcel de jóvenes de Regina Coeli se preguntó por qué no era él quien estaba allí (“¿Por qué él y no yo?” “¿Merezco yo más que él para no estar ahí?”). En aquella visita a la prisión afirmó también que el sistema penal es selectivo y que opera como una curiosa red que atrapa a los peces pequeños y deja libres a los grandes. Es una idea que dejó entrever otra vez ayer.

A los jóvenes también aludió Francisco, con preocupación por “la estigmatización”, en especial por quienes habitan en barrios pobres. Y volvió sobre otro asunto recurrente en sus discursos: la trata de personas en todas sus formas que, le volvió a decir al joven penalista, considera que debería ser considerada delito contra la humanidad, ya que es la forma que asume la esclavitud en la actualidad.

El Papa le hizo a Carlés un tour por la residencia y le mostró dónde almuerza y cena junto con decenas de personas. El visitante le regaló una primera edición de Laberinto de amor, de Leopoldo Marechal, firmado por el autor. Es un libro de poemas influidos por el pensamiento cristiano de Maritain y Bloy. Como sabe que se la pasa recibiendo alfajores, le hizo una broma: metió el libro dentro de una caja de alfajores vacía. “¡No me digas que te dijeron que me trajeras alfajores!”, se agarró la cabeza. Pero al recibir la cajita notó que era demasiado liviana. Luego bromearon sobre San Lorenzo, porque Carlés también es “cuervo”. Y al final el Papa quedó comprometido a dirigir unas palabras en los próximos congresos de la Asociación Inte-ramericana de Derecho Penal y la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología.

Carlés quedó más que contento con el acontecimiento. En diálogo con Página/12 dijo: “La reunión fue positiva no sólo porque ratifica la preocupación de la Iglesia por temas como la exclusión social y la situación de las cárceles, sino porque por primera vez se plantea, desde la Iglesia y en forma muy clara, el problema de la selectividad del sistema penal. Es interesante que haya advertido que aún en países donde se han dado procesos de inclusión social y de ampliación de derechos, la legislación penal ha cobrado un sentido cada vez más represivo”. Destacó, además, que “después de muchos años, la Iglesia vuelva a pronunciarse sobre los sistemas penales, ya que considero que es necesario su aporte para la revitalización de un abordaje humanista de la cuestión penal”.

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Francisco y Carlés, mano derecha de Raúl Zaffaroni, ayer en la residencia de Santa Marta.
 
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