EL PAíS › OPINION

Un largo camino para recorrer

Lo que demarcan las PASO. Previsiones posibles y profecías desbocadas. El futuro del Gobierno y las señales del voto hoy y cuatro años atrás. El futuro de Massa, simplismos que están de moda. La reinvención necesaria. Y algo sobre el vocablo “comprender”,

 Por Mario Wainfeld

Las conjeturas siempre son arriesgadas y jamás es sensato darlas por cumplidas. Esto asumido, es factible que las tendencias generales marcadas en las Primarias Abiertas (PASO) se mantengan en octubre. Y es un hecho que, en todo caso, demarcan el campo político en los dos meses próximos. Al unísono, es previsible suponer que habrá cambios y desplazamientos parciales en las preferencias ciudadanas. No giros de 180 grados pero sí desplazamientos que pueden incidir en aspectos cruciales: la composición de las dos Cámaras del Congreso nacional y las sumatorias tanto en cada provincia como en el total nacional. Cuando se cuenten los votos, las bancas, los acumulados nacionales de cada fuerza y los logros de cada aspirante a presidenciable, se tendrá un escenario tentativo hacia 2015.

Pongámoslo de otro modo, más enfático. Es altamente probable que una fracción alta de los ganadores en cada distrito revalide sus desempeños, casas más, casas menos. En especial los que marcaron distancias generosas. Pero los márgenes, la asignación exacta de escaños y el escenario global están por verse. Y no serán un calco del actual recuento aunque, se ratifica, pueda parecérsele bastante.

A su vez, es absurda y taimada la sarta de profecías respecto del devenir del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner hasta el final de su segundo mandato. Sobre todo, los augurios inexorables. Quienes acuden a la metáfora del “pato rengo” y anticipan una etapa de zozobra e ingobernabilidad emiten juicios aventurados, que a menudo son expresión de deseos. En el caso de los medios dominantes y una parte importante de los poderes fácticos, son más un anuncio de cuáles serán sus tácticas y objetivos del bienio futuro que un análisis racional.

El kirchnerismo no recobrará la mayoría absoluta en las urnas, logro formidable que sólo alcanzó en 2011. Es una pérdida (sobre la que se volverá líneas abajo) pero para nada una novedad. Gobernó exitosamente durante ocho años sin alcanzar esa marca, que fue una proeza en un país diverso, federal y pluralista. También lo es conservar el poder en ese lapso.

El FpV está a tiro de mantener mayoría en ambas Cámaras, fortaleza institucional que (si se mira bien) sólo sostuvo desde 2011 hasta ahora. Y jamás con quórum propio en términos absolutos sino contando con aliados perdurables y otros contingentes. Un tópico en los debates parlamentarios recientes ha sido la labor que desarrollaron los jefes de bloques del FpV (Agustín Rossi y Miguel Pichetto) para redondear las mayorías, caso por caso. En Diputados, el esfuerzo debió ser mayor.

Con la única líder nacional conduciendo, una primera minoría cómoda en el total de votos y una firmeza única en el manejo del poder político el kirchnerismo podrá encarar los años próximos con perspectivas ciertas de mantener la gobernabilidad, paz interior y sustentabilidad política que son sus marcas de fábrica. Eso no garantiza que tenga el mismo desempeño que fue plebiscitado en las presidenciales de 2007 y 2011, pero lo deja en el centro del escenario, que sus rivales aspiran a lograr.

Las PASO han mejorado la posición relativa de surtidas vertientes opositoras, comparada con el pasado cercano. Les fertiliza el suelo para sus respectivas campañas: el triunfo embellece, infunde mística y congrega algo. Pero no resuelven su insularidad, la tensa coexistencia de varios referentes que no trascienden una provincia. Tienen elementos para reconstruirse pero no existe una oposición homogénea y unificada. Las campañas venideras en Córdoba, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Santa Fe y Buenos Aires en especial, testimoniarán antagonismos reales, disputas de espacios que expresarán algo muy diferente a la unidad.

Es un espejismo deliberado identificar el largo setenta por ciento que no optó por el FpV con un colectivo unificado. Para empezar mentemos a una minoría emergente, una sorpresa del escrutinio, la izquierda y el centro izquierda reales existentes. El 3,26 por ciento del padrón nacional acompañó al Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), es el sector mejor posicionado. Un cúmulo de partidos de izquierda adiciona una cifra conjunta mayor, acaso el 6 por ciento, medido según el ojímetro del cronista.

El criterio aplicado al kirchnerismo podría reiterarse para sus contrincantes mejor posicionados el domingo pasado. El método sería simétrico, con su carga de verdad y de chicana parciales. El intendente de Tigre, Sergio Massa, fue el protagonista central y el que asoma con mayor potencial. Su 35 por ciento es una gran elección, pero el 65 por ciento votó en su contra, nómina que empieza con el FpV pero que llega hasta la izquierda, pasando por las listas que encabezan los diputados Margarita Stolbizer y Francisco de Narváez.

En muy contadas provincias, el vencedor, aun aquellos que golearon, superó el cincuenta por ciento de los sufragios. Si les va igual en octubre, serán primeras minorías exitosas distritales, jamás a nivel nacional.

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Leer sin subestimar: El voto es la expresión más cabal de la soberanía popular: nadie debe subestimarlo o desoírlo, menos que nadie una fuerza nacional-popular. Un agregado de 24 provincias no se deja cifrar en pocas variables pero (sin originalidad y a la par que muchos dirigentes y militantes kirchneristas) el cronista cree que hubo una señal crítica al oficialismo nacional, que debe inducirlo a una respuesta de su marca.

La comparación con el 2009 es aleccionadora en varios sentidos. Son los resultados más flojos del kirchnerismo desde que gobierna, una luz de alerta. Pero aquel duro veredicto no signó el “fin de ciclo” garantizado a coro en tantas tribunas, foros y corporaciones. Lo que produjo es una reacción del oficialismo que comprendió que debía relanzarse. Modificó y amplió su agenda, incorporando medidas sociales históricas que venía rehusando o postergando (la Asignación Universal por hijo por antonomasia), amplió derechos de minorías, resignificó su propuesta sin alterarla en lo esencial.

Agregó instrumentos novedosos, modificó líneas básicas del “modelo”.

El cotejo estricto con 2009 está pendiente hasta octubre. El sesgo total del electorado se insinúa poco mudable. Es impropio subsumir las variables que lo causaron en una pero es evidente que interpela a las políticas oficiales: las públicas y las de campaña. Son dos ámbitos que se superponen por un lapso pero que tienen magnitudes y proyecciones distintas. El FpV le buscará la vuelta a su accionar proselitista (ver asimismo nota aparte) pero su mayor desafío está en lo que hará como gobierno.

La palabra “reinventarse” se propaga en el universo kirchnerista. La usó la presidenta del Banco Central Mercedes Marcó del Pont, en un seminario realizado en la semana que pasó. Se refería a las políticas. Otros dirigentes la proyectan más allá, al cambio de elencos o de modos de comunicación. Reinventarse, glosa a su guisa el cronista, no equivale a traicionar las banderas históricas, que (entre otros aspectos) son el contrato con los votantes que se mantuvieron fieles. Pero sí recapacitar sobre los instrumentos utilizados, “desenamorarse” de algunos que están herrumbrados o desactualizados por el paso del tiempo. Y volver a enamorar a quienes restaron apoyo al FpV.

Innovar, dentro de un plexo de convicciones que no se deben arriar. Recalcular las políticas de “segunda generación”, las demandas populares ulteriores a conquistas ya adquiridas, calibrar cuánto (y cómo) se aplicó la “sintonía fina”. La Argentina está en un estadio nuevo (y mejor) de su desarrollo social, económico y político. Una fuerza habituada a los retos tiene dos meses para ampliar su cosecha de votos: es un plazo breve. Cuenta con dos años para gestionar, pensando en los intereses de la mayoría de los argentinos, en especial de los más humildes. Si lo hace bien, seguirá siendo la principal aspirante a ganar en 2015.

El contexto internacional es menos propicio que cuatro años atrás, se debate qué pasa con el horizonte económico. Para sopesar los dictámenes que lo pintan irremisiblemente peor hay que releer qué decían sus autores por entonces.

No contar con la reelección de la Presidenta resta a las perspectivas del oficialismo. No hay equivalente a ella en la fuerza propia ni en la de los adversarios. La primera parte de la frase anterior señala la cuesta arriba, un reto que el kirchnerismo jamás tuvo hasta ahora.

La segunda alude a la destreza de quienes le hacen contra. Fue llamativa la metáfora futbolera que pronunció la Presidenta el lunes. Al cronista, amante del fútbol, le tienta reescribirla. Hasta acá, los dirigentes opositores, en abrumadora mayoría, jugaron como olímpicos pataduras, aunque el domingo unos cuantos metieron sus goles.

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El salto del Tigre: Si se repasan las crónicas de estos días, un factor común es dar algo remoto y virtual por sentado: Massa en el sillón de Rivadavia. Se presupone que gobernadores e intendentes peronistas “irán al pie”, incluso sin custodiar sus posiciones y renegando de sus ambiciones. Los precedentes desalientan el simplismo: es larga la lista de aspirantes peronistas a la presidencia que se mancaron antes del disco. En 2003 y en 2009 también. La historia no se repite, de pálpito... pero es instructiva.

Massa está a un tris de entrar en ligas mayores, le bastará revalidarse en octubre. Pero la interna peronista es menos sencilla de lo que suponen estrategas de escritorio, usualmente gorilas. Los mandatarios provinciales no son, en promedio, ejemplo de lealtad pero tampoco son atolondrados en sus decisiones. Ponerse a la zaga de un intendente exitoso no está entre sus costumbres. Por la parte baja no lo harán bajándose los pantalones así como así. La posibilidad de aunar en un partido la gobernación bonaerense y el gobierno nacional que fascina al massismo es un factor en contra: hace alzar la guardia a compañeros dirigentes de otras provincias.

Massa se alzó con el 13,5 por ciento de los votos nacionales válidos emitidos. Un gran caudal que podría mejorar aglutinando un fuerte bloque de diputados nacionales, acaso el segundo a buena distancia del FpV. El establishment lo apoya: los “dueños de la pelota” y no sus gerentes asistieron (aguantando los trapos) al palique que “Sergio” pronunció en un cónclave empresario. El apoyo del multimedio Clarín es rotundo, se duplicará cuando acabe la “interna abierta” y diseminada del archipiélago opositor.

Los recursos democráticos son a vez minoritarios y potentes. El aval de los poderes fácticos puede ayudar pero no es condición suficiente. El escarpado terreno de la política cotidiana pondrá a prueba al joven emergente, un cóctel con tono de época que combina neomenemismo y sciolismo. La performance del kirchnerismo en el porvenir será su principal contrincante. Habrá otros.

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La necesidad de comprender: Las vigas maestras de las políticas públicas del kirchnerismo (intervención estatal, sistema jubilatorio, AUH, ampliaciones de derechos ciudadanos, hasta el Fútbol para Todos) cuentan con una aprobación masiva, mucho más elevada que los votos que sumó el 11 de agosto. Encuestas de consultoras de varios palos lo corroboran.

En un plano más opinado, el cronista cree que el FpV representa mejor que nadie a un universo mucho más vasto que el que eligió su boleta.

Esas diferencias convocan a la acción, jamás al desdén por quienes se pronunciaron por otras opciones. El kirchnerismo no les ha hablado todavía, lo hará si aspira a recuperar su favor.

Una frase de Charles de Gaulle, quien fue presidente y líder de Francia por un largo período, asaltó al cronista. En una peculiar ocasión, expresó “Je vous ai compris”, Traducido libremente, daría “Franceses, los he comprendido”. La analogía no debe ir más allá, es imposible hacerlo con historias de países y siglos diferentes. Lo que acá se quiere rescatar es que De Gaulle le habló a un país dividido, interpelando a la totalidad. Luego, emprendió una acción política para nada ambigua ni tibia, ligada a la autodeterminación de Argelia.

La frase seduce a este escriba, que (sin mayor respeto por la etimología) propone dos acepciones de la palabra “comprender”. Una es entender, captar el sentido de lo que quiere “el otro”.

La otra acepción es abarcar, contener al conjunto. Como la representación política es dialéctica, eso no equivale a perder identidad pero sí a asumir la densa carga de quien maneja el vértice superior del poder público.

Comprender es un desafío para el Gobierno, no para sumarse al campo adversario sino para fortificar el propio. Volvamos a la referencia a 2009. La respuesta no fue la mera enumeración de los logros obtenidos hasta entonces sino un haz de nuevas propuestas. No solo celebrar y reseñar la llegada al Purgatorio sino sentar nuevas bases para un futuro mejor. Tal vez en la campaña faltó futuro y sobraron balances, lo que parcialmente podría subsanarse. La construcción genuina del escenario de 2015 (y de la vida de los argentinos) tiene más de dos años para edificarse.

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Imagen: Guadalupe Lombardo
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