EL PAíS › PANORAMA POLITICO

Ensalada con papas

 Por Luis Bruschtein

El polaco Karol Wojtyla inició en 1978 un papado muy conservador, con el obispo alemán Josef Ratzinger, su mano derecha, al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe, la ex Inquisición. Durante 35 años la Iglesia representó la imagen militante del statu quo y el antiprogreso. Durante esos 35 años la Iglesia no cambió nada. Pero los dos obispos que controlaron el Vaticano en ese tiempo ya no están. La llegada de Jorge Bergoglio implica un cambio. Todas las señales que se encargó de transmitir el flamante papa Francisco son para demostrar que no habrá continuidad, que habrá un cambio. Se habla de un cambio en la posición del Gobierno, pero lo que ha cambiado ha sido el Vaticano. Resulta tan evidente que no se entiende esa evaluación crítica de la posición oficial ante la Iglesia. Es más, el Gobierno cambia su posición porque percibe el cambio que se quiere plantear desde el Vaticano.

Hasta aquí se puede llegar sin hacer futurismo, porque nadie puede predecir hasta dónde llegarán esos cambios tanto en la Iglesia como en el Gobierno en relación con ella. El cambio de papa tiene una proyección que trasciende a la Argentina, que es apenas un hilo en el enmarañado entretejido del Vaticano.

El papado de Wojtyla fue el de la hegemonía del neoliberalismo en el mundo, de la caída de los socialismos reales, del surgimiento de un mundo unipolar y de la globalización, de los reinados de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Por eso Wojtyla fue Wojtyla. Como hombre de esa estructura vertical, el arzobispo Bergoglio fue expresión de esa Iglesia. El mundo actual es más complejo, las hegemonías están en discusión, los capitalismos centrales están en crisis y se produce el resurgimiento de procesos populares en América latina. El esquema cortesano y conservador de Wojtyla estaba en decadencia desde hacía varios años, no podía dar respuestas ni interpelar a ese nuevo mundo. Con esa idea de que todo es negocio y oropel, asoció a la Iglesia con grupos empresarios que terminaron por embarrar al Vaticano en un mundo de corrupción. Ese esquema se agotó y por eso se plantea este aparente sinsentido donde el arzobispo Bergoglio, en alguna medida no es exactamente lo mismo que el papa Francisco, aunque sean la misma persona. El primero expresaba el ciclo que se termina, y el segundo, al que empieza.

Estos cambios pueden ser sutiles o evidentes, superficiales o profundos. En tan poco tiempo es difícil saberlo. Si realmente beatifica al curita Carlos de Dios Murias, asesinado por la dictadura en La Rioja, implicaría un hecho trascendente. Los responsables de su asesinato están en prisión, entre ellos el ex general Luciano Benjamín Menéndez, el señor de la Muerte en la zona del Tercer Cuerpo de Ejército y amigo personal del entonces arzobispo Raúl Primatesta. La beatificación del curita entrañaría una mirada diferente hacia el pasado. Llevaría implícita una autocrítica por la complicidad de la jerarquía eclesiástica con la dictadura, algo que difícilmente haría la Iglesia argentina en forma explícita. Pero si esa beatificación se cajonea, quedaría como un gesto pour la gallerie, una escenificación del cambio sin que nada cambie.

Se pueden hacer muchas disquisiciones sin llegar al hueso. Todas son posibles. La Presidenta pudo percibir esa apertura, la llegada de un escenario diferente. La reacción de la oposición, en cambio, fue de desconcierto, sobre todo en los grandes medios. Los protagonistas no se ajustaron a sus libretos. Todos esperaron una sensación de derrota en el oficialismo y una cantidad de gestos hacia la oposición. Cada quien tuvo lo suyo, pero las dos horas y media que estuvo la Presidenta con el Papa generaron inquietud en la oposición. Son señales, un arzobispo no es lo mismo que el Papa, pero por muy fuertes que sean, sólo son señales. Falta un recorrido.

Es cierto que el arzobispo Bergoglio siempre manifestó vocación por estar cerca de los humildes y que efectivamente realizaba misas en las villas. Pero el estado de pobreza no es un estado de gracia ni una situación deseada. Por el contrario, se trata de que los pobres dejen de serlo. Las misas son bienvenidas, pero lo que derrota a la pobreza son las políticas económicas que crean trabajo y los medios para dignificarlo, así como las políticas sociales que contienen a los más vulnerables, como los niños y los ancianos.

La Iglesia tiene una Doctrina Social y un sector del peronismo afirma que de allí sale el pensamiento central de sus tesis, algo en lo que Perón nunca hizo demasiado hincapié. Porque a pesar de sostener esa supuesta Doctrina, la Iglesia se opuso a los gobiernos peronistas. Los golpes antiperonistas usaron a las Iglesias para conspirar, y sus símbolos, como el del Cristo Vence, para identificar a sus fuerzas. Perón fue excomulgado por el Vaticano y perdonado después de muchos años. Según se dice, Bergoglio es peronista, pero lo que muestra su relación con el kirchnerismo es que se trata del primer gobierno en cuarenta años que tiene una política económica que abrió millones de puestos de trabajo, que tiene políticas sociales de alto impacto hacia la niñez, como la Asignación Universal por Hijo, y hacia los ancianos, incorporando a millones de personas a una jubilación de la que habían quedado afuera con las AFJP. Es el gobierno que logró por primera vez en 40 años que cambiaran en forma positiva los índices de desocupación, pobreza y mortandad infantil y, sin embargo, ha sido el gobierno al que más se opuso la Iglesia en estos cuarenta años, incluyendo a la dictadura militar y al menemismo, que fueron tratados con beneplácito.

Al revés que otros gobiernos populares del siglo pasado, que rápidamente expresaron su antagonismo con la Iglesia, el peronismo –incluyendo al kirchnerismo– siempre trató de llevarse bien con ella, y sin embargo siempre le cerraron las puertas. Por eso mismo y a su pesar, el peronismo ha puesto en evidencia el trasfondo regresivo de la jerarquía eclesiástica.

Las tensiones entre los gobiernos kirchneristas y Bergoglio se encuadraron en ese desencuentro histórico en dos ciclos muy conservadores de la Iglesia católica. Uno termina en los años ’60 con el Concilio Vaticano II y el reflujo anticoncilio lo encabeza después el dúo Wojtyla-Ratzinger que le toca al kirchnerismo.

El papa Francisco abre un período diferente. Todas las señales, expresamente meditadas, lo presentan así. Pero en tan poco tiempo nadie puede predecir sentidos y densidades. Cada quien lo tomó a su manera.

La derecha peronista, a través del ex embajador menemista en el Vaticano Esteban Caselli, apostó primero al cardenal italiano Angelo Scola, que representaba la continuidad de los cortesanos del Vaticano entronizados en los dos papados anteriores. Cuando fue elegido Bergoglio, montaron una operación mediática para sacar al embajador Juan Pablo Cafiero. El cálculo era que se desataría una guerra fulminante entre el papa Francisco y Cristina Kirchner que debilitaría a la Presidenta. Hicieron circular versiones de que Cafiero había hecho campaña contra Bergoglio. “Habría”, “podría”, “haría” y así construyeron una historia indemostrable que fue repetida y enriquecida por sus operadores y periodistas militantes y que se fue pinchando a medida que el nuevo papa no reaccionaba como esperaba la oposición.

Para la ultraderecha católica argentina, desde el Opus Dei hasta el obispo de La Plata Héctor Aguer, significó un retroceso aunque celebren tímidamente. Los que esperaban una señal o apenas un gesto a la oposición para las elecciones de medio término de 2013 también se frustraron porque ya se anunció que no viajará a la Argentina cuando visite Brasil, en julio. El gesto es claro, pero en sentido contrario: no quiere visitar a su país en el marco de un proceso electoral.

Si resultan incógnitos otros caminos, podría decirse con bastante seguridad que en el plano de los derechos de las minorías sexuales y los derechos de género, como la interrupción del embarazo o las políticas de salud reproductiva, la Iglesia mantendrá el mismo tono. Tras su reunión con el Papa, Dilma Rousseff ya anunció en Brasil que se opondrá a la despenalización del aborto. Esas luchas se darán ahora en un contexto más difícil. Cristina Kirchner no se derramaría en elogios hacia un ex duro adversario y Dilma Rouseff no resignaría un objetivo por el que siempre luchó si no tuvieran una razón para hacerlo. Fue con las jefas de Estado con las que se reunió primero. Y sería muy revelador, seguramente, acceder a los textuales completos de esas dos conversaciones.

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Imagen: EFE
 
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