EL MUNDO › OPINION

La espada y la cruz

por claudio uriarte

“Esta no es una guerra de civilizaciones”, dicen Tony Blair y George W. Bush en cada oportunidad que tienen, a menudo mientras estrechan las manos de altos dignatarios musulmanes de sus respectivos países (y de otros países también). Pero es difícil que se lo crean. De un lado, están sus propias, también repetitivas declaraciones en el sentido de que no permitirán que el terrorismo islámico suprima el modo de vida occidental, cristiano, respetuoso de las libertades y los derechos humanos. Del otro, las también rutinarias llamadas de Osama bin Laden y sus secuaces a la guerra santa contra “los infieles” y un sorprendente diseño de atentados que ayer dejó por segunda vez en 15 días la forma de una cruz sobre la ciudad de Londres, además de una escalofriante declaración en el primer comunicado de la presunta filial europea de Al Qaida el 7-J, vanagloriándose de que la capital británica “arde en una cruz de fuego” (ver nota principal).
Este contenido religioso y cultural ayuda a explicar la escala sin precedentes de lo que no deja de ser, en términos estrictamente militares, una guerra de baja intensidad. En una guerra antiterrorista (o de liberación, según se prefiera) de diseño clásico, la polarización, sin perder sus distancias, tiene como eje el abroquelamiento de las respectivas partes en torno de posesiones materiales (unos territorios, unos recursos, una suma de recursos militares); en lo que se ha dado en llamar una guerra de civilizaciones, donde un conjunto religioso-cultural busca a toda costa la supremacía total sobre el otro, no. Por decirlo de otro modo, las demandas del IRA (Ejército Republicano Irlandés), ETA (Patria Vasca y Libertad) o la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) eran negociables –por avanzados o estancados que se encuentren ahora los procesos en pos de un acuerdo en cualquiera de los tres casos–, como también lo eran las posiciones de fuerza de Gran Bretaña, España o Israel, pero esto no se repite aquí. En este sentido, es bienintencionada, pero ingenua, la lectura que atribuye este tipo específico de terrorismo a la invasión de Irak, o al conflicto israelo-palestino, o a la pobreza mundial: Osama bin Laden lanzó sus grandes ofensivas antes de la invasión a Irak, no tiene nada que ver con los palestinos –que llevan a cabo su propia guerra por su propia cuenta–, y ni él ni ninguno de sus seguidores y ejecutantes es pobre. Por eso, el desalentador panorama que se eleva tras los atentados de ayer es más atentados, y más represión.

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