CONTRATAPA

¿Qué hiciste vos en las cámaras, papá?

 Por Vicente Battista

Suele decirse que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, podríamos agregar que ciertos políticos argentinos tropiezan, alegremente, dos o más veces con los mismos planes. El 1 de mayo de 1933, el gobierno presidido por Agustín P. Justo firmó con el Reino Unido el tratado Roca-Runciman: Inglaterra se comprometía a seguir comprando nuestras carnes siempre y cuando su precio fuera menor al de los demás proveedores. Como contrapartida, debíamos liberar los impuestos que pesaban sobre los productos ingleses y nos comprometíamos a no autorizar la instalación de frigoríficos argentinos. Era, decían quienes apoyaban el Pacto, un modo de entrar al primer mundo, “somos –proclamaban sin ruborizarse– una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad”.

El 18 de junio de 1935, Lisandro de la Torre inició su discurso en el Senado con estas palabras: “La industria más genuina del suelo argentino, la ganadería, se encuentra en ruinas por obra de dos factores principales: la acción extorsiva de un monopolio extranjero y la complicidad de un gobierno que unas veces la deja hacer y otras la protege directamente.” El discurso fue abruptamente interrumpido, no por orden del presidente del Senado sino por las balas del ex comisario Ramón Valdez Cora, un matón del Partido Conservador al que habían contratado para asesinar a Lisandro de la Torre. No logró su objetivo, pero terminó matando a Enzo Bordabehere, un amigo y compañero de bancada de De la Torre. Las nefastas consecuencias del tratado Roca-Runciman las sufrimos durante décadas, pero no conseguimos entrar en el primer mundo.

No había que perder la esperanza: el 2 de abril de 1976, José Martínez de Hoz, en su condición de flamante ministro de Economía de la última dictadura cívico-militar, presentó su “Programa de recuperación, saneamiento y expansión de la economía argentina”. Ese plan económico, aseguró, apagaría los “tres incendios” que asolaban al país: la inflación, la deuda externa y la recesión. Realmente, echó nafta al fuego: dos años más tarde, la inflación había llegado al 160 por ciento y la deuda externa había crecido de 7000 millones de dólares a más de 40.000 millones. Las balas que mataron a Enzo Bordabehere también se multiplicaron: 30.000 es la cifra de desaparecidos, a esta suma hay que agregarle el número de asesinados “legalmente”.

El 6 de abril de 1991, Domingo Felipe Cavallo, conspicuo discípulo de Martínez de Hoz y funcionario durante la última dictadura cívico-militar, ahora en su condición de ministro de Economía del gobierno de Carlos Saúl Menem, habló por radio y TV: con voz vigorosa aunque emocionada, anunció su plan de convertibilidad que pondría fin a la inflación y nos ubicaría definitivamente en el primer mundo.

Esta vez, tampoco pudo ser: en los cuatro años de gestión de Cavallo como ministro, el salario real descendió un 25 por ciento, creció en un diez por ciento la desocupación (de 8,1 por ciento a 18,4 por ciento) y la tasa de pobreza subió del 19 por ciento al 36 por ciento. No se le pueden negar méritos infaustos, seguramente por eso el gobierno de Fernando de la Rúa lo volvió a conchabar: los descalabros que produjo para el país están en la memoria de todos. O tal vez no. Los delfines de este demoledor personaje integran hoy el equipo económico de la administración Macri (convengamos que más que un gobierno es una administración). Sin que se les mueva un pelo, estos jóvenes empecinados prometen levantar la dura herencia que les dejó el gobierno anterior, dicen que pondrán fin a la inflación y llegarán a la pobreza cero, claro que previamente habrá que cumplir con la sentencia dictada por el honorable juez municipal Griesa y pagarles calladitos a los fondos buitre. Entonces, aseguran, llegará el ansiado maná de capitales e ingresaremos, de una vez por todas, al primer mundo. Los avispados funcionarios corean las mismas palabras y el mismo plan económico de sus maestros Martínez de Hoz y Cavallo. ¿Qué hace suponer que no se repetirán los mismos desastres que para el país y para la mayoría de sus habitantes produjeran las versiones anteriores de ese mismo plan? Un buen número de diputados de la oposición acaban de aprobarlo, ahora les toca el turno a los senadores y parece ser que se disponen a repetir el gesto gentil de esos diputados.

En 1966 se estrenó una película de Blake Edwards, donde con acertado tono de comedia se narraba un posible episodio registrado durante la Segunda Guerra Mundial. La película mostraba un título sugestivo: ¿Qué hiciste tú en la guerra, papá? En un futuro no muy lejano, imagino a los hijos y a los nietos de esos diputados y senadores preguntándoles: “¿Qué hiciste vos en las cámaras, papá?”. Ignoro qué respuesta darán, pero creo que a más de uno se le pondrá la cara roja, de vergüenza.

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Alfonso Prat-Gay.
 
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