CONTRATAPA

El oleaje imprevisto

 Por Sandra Russo

Los porcentajes del ballottage, esas dos mitades de torta no idénticas, y cuya asimetría le dio el gobierno a Macri, son, si uno observa cualitativamente su gráfica, un sinceramiento de lo que a menudo se llama “la grieta” y que es la puja entre dos modelos de país. Precisamente, y por las sabias consecuencias de la lógica democrática, el ballottage sintetizó lo que en la primera vuelta aparecía diversificado en más ofertas. Pasada la elección no es que esas ofertas se hayan diluido, y la lectura del resultado sería errónea si se creyera que esas dos mitades son estáticas, pero el ballottage sí dirimió la opción entre un país nuevamente regido por las finanzas y la lógica de los organismos internacionales de crédito, y otro país heterodoxo, con la meta puesta en el desarrollo y el mercado interno. El nuevo gabinete no puede expresar mejor a ese país mayoritariamente electo. Es descriptivo decir que la procedencia de sus integrantes lo hace parecer más una fabulosa pauta publicitaria que “un equipo” de los que promueve Macri.

Durante los últimos años se responsabilizó al actual oficialismo por esa grieta que puede usarse sin comillas porque si se la resignifica es, claro, un corte, un tajo, una línea que separa a esos dos modelos de país. Pero por eso mismo es completamente absurdo remitirse a esa puja a modo de “denuncia” de confrontación. Esa misma “denuncia” lo que a su vez denuncia es la pretensión de hegemonía a la que la derecha no renuncia ni en este país ni en ninguna parte. A la derecha lo que siempre le cae mal es que se confronte con lo que la propia derecha comunica como “lo normal”, “lo serio” o “lo inevitable”.

La idea de que el kirchnerismo era responsable de la grieta, entendida como la división entre argentinos, supone que los argentinos no debíamos dividirnos a costa de no poder elegir, a costa de sacrificar la verdadera alternancia democrática, a costa, en fin, de lo que ya tuvimos y se intentará que volvamos a tener: bipartidismo. La grieta es lo que hay cuando no hay bipartidismo.

No somos originales. Escuché el otro día por televisión a una periodista española muy verborrágica y difundida, que decía que ser kirchnerista o incluso ser macrista le parece a ella algo insensato, cercano a secta, porque las convicciones de los ciudadanos se dividen en líneas de pensamiento más amplias, como por ejemplo, ser socialista, o conservador. La verdad que esa señora que era escuchada con beneplácito atrasaba dos décadas, que fue cuando el socialismo global empezó a bajar todas sus banderas y a dejarse perforar por espadas neoliberales. Con el socialismo Gran Bretaña fue a la guerra de Irak, con el socialismo España y Francia diagramaron sus respectivos ajustes y recortes a la seguridad social. Con socialismo la Grecia ya arrodillada volvió a votar la austeridad. Lo que le parece acertado a la periodista española es precisamente lo que no significa nada, y donde nos quieren instalar otra vez. En un mundo en el que las opciones políticas no signifiquen nada. Los partidos que están vivos ahora, en el mundo de hoy, son los que se han purgado y han reespecificado sus identidades. En España, en Grecia, en Portugal, en Gran Bretaña, en Canadá. Y si seguimos así también lo harán los demócratas norteamericanos.

En la Argentina ya se puso en marcha el lento intento de restauración del bipartidismo que fue, en rigor, lo que nos introdujo en el neoliberalismo salvaje de los 90, cuando ser peronista o ser radical daba lo mismo, porque las riendas de la economía las llevaba Cavallo. Para eso, que fue el proyecto de las corporaciones, fue necesario licuar la política y disolver identidades partidarias. Un sector del peronismo está hoy preparado para volver a ser una opción en un bipartidismo en el cual se borre la grieta: la hilacha se le ve en la inclinación por la Alianza del Pacífico. Esa no es solamente una línea de política exterior sino la definición de un modelo de país. Ni independencia política, ni soberanía económica, ni justicia social son posibles dentro de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. No hay que ser demasiado astuto para darse cuenta.

Al proyecto de las corporaciones ahora lo tenemos de nuevo en el gobierno, pero elegido por el voto popular. Es una escena nueva y ligeramente escalofriante, pero al menos ha dejado al desnudo de qué se trataba la grieta, por qué se la denostaba y por qué ahora se querrá borrarla con una palabra linda, “unión”. Será necesario, como siempre, pedir especificaciones cuando se hable de “unión”, porque a juzgar ya por la primera visita protocolar del presidente electo a la presidenta saliente, no se está hablando de una “unión” entre las dos mitades de esa torta. El proyecto de país de las corporaciones no está dispuesto a convivir con un proyecto nacional y popular. El kirchnerismo sigue siendo un yuyo que hay que arrancar de la historia para que todo vuelva a la normalidad. Ya está montada nuevamente en los diarios, la radio y la televisión la operación para hacer de Daniel Scioli un antagonista de Cristina, y disponerlo para la “unión” con otro sector del peronismo, el Renovador, que a su vez brega por la “unión” liderada por el PRO.

Y sin embargo, abajo de las baldosas, en los barrios, bulle algo que lejos de replegarse se ha comenzado a desplegar. Uno de los rasgos distintivos del grupo de facebook Resistiendo con Aguante –del que se habló aquí hace dos semanas y que en la que pasó fue objeto de una foto dedicada de la Presidenta, seguida de análisis en algunos diarios– es que entre su casi medio millón de adherentes el celeste y el naranja conviven plácidamente. Se revela algo superador, ahí en la base.

Fue gente inorgánica en la mayoría de los casos que se juntó para remontar la campaña y la fórmula Scioli-Zannini. Gente que se referencia en Néstor y Cristina, que trabajó activamente y que todavía en muchos casos sigue teniendo como foto de perfil el pin Yo voto a Scioli. Gente que responde a Cristina, que es conciente de que Scioli estuvo en condiciones de proponer un modelo de país porque antes hubo tres gobiernos que lo tallaron tragándose cientos de operaciones e injurias a las que pocos se hubieran animado. En ese recorte generoso que discute política y lentamente se articula más allá de las redes sociales, hay una síntesis nueva, surgida de la acción política directa de cara a las elecciones, y que, contra la inercia separatista de los grandes medios, ha encontrado en la defensa de un modelo inclusivo y de desarrollo la superación de antiguas contradicciones o diferencias. Gente que es demasiado poco escuchada por las organizaciones, algunas de las cuales postean invitaciones a la militancia; algunas, incluso, con un dejo despectivo (“Vengan a militar en serio”), como si lo que esos cientos de miles de personas fuera banal. No es banal. Hay que escuchar mejor, hay que aprender.

Seguramente si uno profundizara en las procedencias o especificaciones, surgirían entre esa gente y entre mucha otra los matices. Pero en los cuatro años que vienen no andaremos con matices: el objetivo será el regreso a un modelo de país que defienda la industria nacional, que crea en el Estado como una herramienta de igualación, y que se preserve de las recetas del FMI. Como alguna vez dijo Néstor: “El objetivo es la construcción de poder popular. Lo demás lo discutimos”.

Sorprendentemente, entre esa gente han comenzado a surgir, embrionarios pero sintomáticos, los ámbitos. Esa herramienta que fue la que hace muchos años permitió organizarse al Frente para la Victoria santacruceño. Ambitos, grupos pequeños de vecinos o de amigos que llevan a amigos, familias ampliadas con compañeros de los hijos o de trabajo de los padres, lugares de reparo para discutir y profundizar diversas lecturas de la realidad. Lo virtual sigue siendo, después del resultado adverso, insuficiente. De ese oleaje forman parte también muchos afiliados a partidos o militantes de organizaciones que sin embargo, necesitan el oxígeno que viene de las calles. Ese oleaje es imprevisto, desencuadrado, desesquematizado, pero de una voluntad y convicción inequívoca, y sin duda forma parte de la fuerza propia de Cristina.

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Imagen: Adrián Pérez
 

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