En estas tierras se dice que alguien es peligroso como mono con navaja, pero para el hawaiiano Stan Sakai, lo auténticamente letal es un conejito con una katana y el corazón puro. Planeta Cómic acaba de lanzar en la Argentina el primero de dos volúmenes del enorme Usagi Yojimbo, que recopilan buena parte del paso del personaje por el emblemático sello independiente norteamericano Fantagraphics.

Las casi 600 páginas de este tomo son una fiesta para cualquier amante del cómic de aventuras. Usagi Yojimbo (literalmente, “conejo/liebre guardaespaldas”) es una serie de samurais clásicas montada sobre la idea romantizada del bushido y del honor, inspirada en los clásicos cinematográficos de Akira Kurosawa, Toshiro Mifune (a quien homenajea con su nombre en un personaje) e Hiroshi Inagaki, entre otros, que el autor veía en el cine de su barrio cuando era pequeño.

Lo particular es que aquí los samurais, ninjas, lores, civiles y bravucones de camino son animales antropomorfizados que circulan por una suerte de Japón fantástico en una época vagamente anterior a la popularización de las armas de pólvora en el archipiélago. En ese contexto, las conspiraciones políticas entre los lores son un buen condimento, pero ofician de excusa para movilizar algunas aventuras. Porque lo de Sakai es esencialmente una historia “para todo público”. No sólo por el uso de animalitos sino por la notable ausencia de sangre. Sí, Usagi liquida a katanazos a rivales de toda especie: mueren cerdos, osos, zorros, topos, tigres, rinocerontes, cabritos y casi cualquier bicho imaginable, pero jamás vuela ni una gota de tinta. Las batallas –magníficamente dibujadas, por cierto-, son bien vainillitas.

Usagi Yojimbo es cualquier cosa menos una historieta gore y si alguien abre el libro esperando encontrar una tormenta de espadas y destripamientos se va a llevar un chasco. Eso, que puede ser visto como una rareza en esta época donde de toda serie se espera cierto realismo, cinismo y oscuridad, es parte de la magia de la historia: a cualquier oscuridad que pueda sobrevolar el relato siempre se contrapone la luz del corazón puro y honesto del conejito y su peregrinar.

El protagonista está inspirado libremente en la figura del famoso espadachín Miyamoto Musashi y tiene uno de los diseños de personaje más encantadores de la historieta, al menos de los últimos 30 años. Es un ronin (un samurai sin amo, al que Usagi perdió en una batalla) y recorre su patria intentando sostener los preceptos del bushido. Claro, siempre termina envuelto en la defensa de los débiles y de la justicia del Shogun. Obviamente es un dechado de virtudes a quien es fácil entronizar como héroe, pero en sus aventuras Sakai echa mano a un montón de personajes auténticamente hermosos, como Tomoe Ame (guardaespalda personal de un lord fiel al Shogun), el espadachín ciego Ino (imposible no pensar en cada una de sus apariciones en Zatoichi -2003- de y con Takeshi Kitano), el ronin cazarrecompensas Gen, e incluso hasta Shingen, el líder de un clan ninja, que no aparece mucho, conquista al lector en cuanto tiene dos líneas de diálogo.

Además de aventuras de ritmo ágil, Sakai propone muchas buenas ideas. Algunas, bastante transitadas, como la idea del viejo león mentor, o el lord-serpiente confabulador, pero otras mucho más refrescantes, como el clan de topos-ninja que atacan desde la tierra, cavando con sus garras. Aunque en este volumen no aparecen los cruces y referencias más famosos de Usagi Yojimbo, como sus interacciones con las Tortugas Ninja o Groo, del español Sergio Aragonés (donde Sakai ofició de letrista), es un título genuinamente magnífico, para atesorar como una katana legendaria.