Mirtha Legrand, la diva de los almuerzos, ya venía molesta porque el Presidente no tuvo ni un gesto para saludarla en la previa, pero cuando escuchó su discurso meneó la cabeza con sorpresa y aún más desconcierto. El disgusto lo percibieron los invitados a su lado, que esgrimieron los mismos niveles de estupefacción. El discurso de Javier Milei en la cena de la Fundación Libertad -donde imitó a economistas críticos, se burló de participantes y faltó el respeto a propios y extraños- volvió a encender las alarmas sobre la personalidad y la estabilidad emocional del mandatario, algo que se había planteado como una luz roja en la campaña, en el período previo a la primera vuelta electoral. La mayoría de los presentes en una platea muy afín, dado que la Fundación es un think tank conservador y liberal, coincidieron ante la consulta de Página I12 que la ponencia “fue una payasada y técnicamente inentendible” (intentó explicar el orígen del concepto salario con apelaciones equivocadas sobre la sal como moneda), y apuntaron, además, que “hay que cuidar los niveles de intelectualidad, no deja de ser Milei el Presidente”.

El dato es políticamente más relevante por la pertenencia ideológica de esa tribuna, pero no es el único detalle a mirar: un puñado nada despreciable de los asistentes al evento, muchos ceos que operan como evangelizadores de Milei, explicaron a este diario que “para hacer estos cambios se necesitaba un loco”. Lo dicen entre risas que buscan complicidad, sin tapujos, y el dato es inquietante, pero no es la primera vez que la teoría del "loco coraje" se pone sobre la mesa o se intenta naturalizar. En la campaña, en un almuerzo en Puerto Madero, un grupo de empresarios del agro y de la carne le preguntaron a Darío Epstein, entonces asesor del Presidente, si Milei estaba loco. Epstein se sonrío y respondió: “para gobernar este país hay que estar loco, y Milei tiene esa condición”. Algo parecido ocurrió días después, en una visita del Presidente al Yacht Club de Puerto Madero, un almuerzo que armó uno de sus financistas, Sebastián Braun, gestor del Club Político Argentino. Varios preguntaron allí lo mismo, entre otras cosas porque Milei decidió no comer (como también hizo en la Fundación Libertad), y se mostró distante y aferrado a su carpeta de apego, ante empresarios que le habían armado un salón VIP para interactuar en la previa.

Sebastián Braun, un multimillonario dueño de los terrenos de La Huella, en el Uruguay, pariente de los Braun de La Anónima y nieto de los herederos de Bunge y Born fue, por entonces, el que debió tratar de traducir las conductas del presidente. Braun también fue uno de los que bancó, desde la primera fila del evento de la Fundación Libertad, lo que considera “histrionismo” del mandatario.

Censura y misterio

“Hasta Mauricio cayó en la volteada”, charlaron dos ex funcionarios del PRO, asombrados por la dualidad de comportamiento presidencial, del saludo efusivo con Macri a decir, en el estrado de la Libertad, que la gestión macrista fue un fracaso. Todo después de que el ingeniero lo elogiara en ese mismo evento. Los que frecuentan Los Abrojos aseguran que Mauricio queda impresionado con la mala educación y el desborde presidencial, la cual admite, por ahora, sólo en privado. 

El mayor golpe de la charla en la Libertad fue, de todos modos, la imitación que Milei hizo de Carlos Melconian, que había criticado la idea de dolarizar del libertario. Melconian, que fue candidato a ministro de Patricia Bullrich, estaba entre los presentes. Ante la burla, se levantó y se fue. Un rato después, empezó a circular la información de que la Casa Rosada había pedido desinvitar del encuentro a economistas críticos, volteada en la que cayeron Ricardo López Murphy y Roberto Cachanosky, un histórico economista del conservadurismo y el CEMA. Ese pedido, según supo este diario, lo hizo Karina Milei, la hermana y secretaria de la Presidencia, que llegó al evento con una asistente y lejos de los funcionarios de su gabinete. De esa misma usina y la interacción con los asesores también se disparó, curiosamente, la operación periodística contra la ministra de Capital Humano, Sandra Petovello, de la que filtraron que la detestan sus súbditos y que llora y grita en privado, apremiada por no poder gestionar un ministerio caliente. Un culebrón del off. 

En este contexto, la pregunta que se hicieron muchos de los asistentes a la Fundación Libertad es por qué Milei volvió a quedar en desequilibrio emocional esta semana, casi a los niveles que mostró en campaña. La desconexión, para muchos, tuvo que ver “con el golpe que sufrió a raíz de la marcha de las universidades”. Los que abonan esa teoría lo justifican diciendo que “lo mismo le pasó aquel fin de semana donde se cayó el paquete fiscal de la Ley Ómnibus”. En esos días, su hermana debió calmarlo en privado, porque estaba furioso con el ministro de Economía, Luis Caputo, el ministro del Interior, Guillermo Francos y el jefe de Diputados, Martín Menem, por no haber conseguido respaldo y aval a la norma.

Desde una posición en paralelo, otra porción de los que fueron a la Fundación Libertad se hizo, quizás, la pregunta más pertinente: sea cual fuere la razón de este renacimiento del Milei fuera de sí, el asunto se transforma en un problema de gestión cuando se trata de un Gobierno que depende de no más de dos o tres personas y carece de potencia política. La referencia es para Milei, Karina y alguno de sus asesores más cercanos. Ya ni cuentan en ese círculo al ex Corporación América y actual Jefe de Gabinete, Nicolás Posse, quien según fuentes oficiales no pasa los mejores días de su relación con el Presidente. "Lo escucha poco", cuentan. 

La emoción, un tema de Estado

Para el sector privado, la estabilidad emocional del Presidente es un tema de Estado. En realidad, lo es para todos los ciudadanos, pero para ellos es un asunto particularmente relevante: la mayoría observa que se está cumpliendo su anhelo de liberación del mercado, de los precios, de los flujos de capital y hasta de la concreción de una reforma laboral y tributaria. Por eso, es clave sostenerlo, a pesar de que los aplausos en la cena de la Fundación Libertad fueron entre de compromiso e incómodos. En este escenario, los unicornios, entre ellos Marcos Galperín, de Mercado Libre y Guibert Englebienne, de Globant, son los justificadores centrales de los desbordes de la conducta, los que explican que el comportamiento del Presidente es una excentricidad para nada peligrosa. Ambos lo hicieron, también, en la exposición del mandatario en el Foro Llao Llao. “Él es así”, justifican, y relatan que, “en privado, también suele hacer imitaciones y nos pide que le digamos Javier, que lo llamemos por su nombre”.

Otro de los que estuvieron en la cena y tradujeron el desborde presidencial como “algo disruptivo” fue Eduardo Bastitta Harriet, dueño de Plaza Logística y clave en la campaña bonaerense de Milei. Al Presidente le dieron en el evento una mesa con cuatro lugares, él sólo pidió a la organización que le traigan bebidas energizantes y avisó que no cenaría. Bastitta siempre estuvo cerca. Karina y su asistenta ocuparon la mesa, pero la dejaron ni bien terminó de hablar Milei. En esos lugares se sentaron varios empresarios, entre ellos Claudio Stamato. Dueño de la Isla El Descanso, en el Tigre, es el histórico secretario privado de los Blaquier, dueños de la azucarera Ledesma. Stamato sigue la línea de que lo de Milei es una gestualidad excéntrica, es de los que bancan. Allí mismo se ubicó el ítalo argentino Cristiano Rattazzi, el ex FIAT, un cruzado libertario.

Hoy, la foto muestra que la mayor parte del sector privado quiere el modelo Milei porque le permite ajustar, despedir y trabajar sin regulaciones. Por ahora, son pocos los que alertan que los desbordes de carácter del presidente son un peligro. No la ven