El pintor Martín Reyna (nacido en Buenos Aires en 1964, residente en París desde 1992) visita con frecuencia la Argentina, y a lo largo de más de treinta años atravesó el Atlántico muchas veces. El océano es el punto medio de sus lugares de vida y pertenencia. El agua, mezclada con colores y aplicada sobre el papel, constituye buena parte de la materia prima de sus evocaciones y de su trabajo. En su obra, el pintor considera que la que habla es la elocuencia de los materiales, porque el acento está puesto en la materialidad, en el gesto, en el color, como si el artista fuera un intermediario.

En estos días presenta una exposición monumental en el Museo del Agua, situado en el edificio emblemático de la Avenida Córdoba. Página 12 entrevistó a Martín Reyna, en el marco de una visita guiada de su exposición que el artista hizo para un grupo de invitados, el miércoles 30 de noviembre.

“Paso casi tres o cuatro meses el año en Argentina -cuenta el pintor-. Mis padres y mi hermano (con su familia) viven en la Patagonia, entre El Bolsón y Lago Puelo, en un barrio que está justo en el Paralelo 42, en una zona de montaña. Entonces esto es un buen pretexto para inventar una exposición. Allá pinto mucho. Porque si no trabajara para hacer una muestra resultaría más difícil venir por tanto tiempo. Por eso, además de visitar a mi familia, desplegué todo un sistema de trabajo.

La zona patagónica donde trabajo es un lugar aislado, en el cual uno pierde la noción de en qué país está, salvo que encienda la televisión. Y desde allí vengo a Buenos Aires y también voy un poco a Colonia, Uruguay, donde estoy haciendo un taller.

-¿Cómo y dónde preparaste esta exposición monumental?

-La exposición surgió de un itinerario particular, porque tenía que pintar ciento diez metros en bobinas de papel. Una parte de la exposición la hice en mi estudio en París -por eso en uno de los videos que se presenta en la muestra aparece La place de la République-. Otra parte la pinté en el Paralelo 42 y la parte final la hice en el edificio de AySA, dentro de lo que fue uno de los tanques de agua.

-El agua y la idea de lo fluido siempre fue parte de tu obra, y eso se junta con tus viajes constantes atravesando el océano, entre Francia y Argentina.

-Por eso apareció rápidamente el nombre de “Atlántico” para la exposición, porque es la frontera de mi doble vida argentina y francesa. Por otra parte crucé muchísimas veces el Océano Atlántico y tengo muy poca idea de cómo es. De algún modo la exposición es lo que yo me imagino que hay ahí abajo, cuando estoy en el avión. Mi obra sintoniza con el sentido del Museo del Agua, porque el tema del agua es algo recurrente para mí. Suelo decir que quien pinta mis cuadros es el agua y no yo; o también digo que el agua es mi mejor asistente. Y especialmente en esta serie, puedo decir que el agua es la que pinta. Porque tengo otras series hechas con óleo y son diferentes. Pero en este caso lo que busqué es que el agua manejara el color. La hipótesis es que yo desaparezco mientras el agua y el color me muestran lo que pueden hacer.

-El sujeto se coloca detrás de los materiales.

-A lo largo de los años, mi objetivo es borrar al autor. Ver cómo podía ausentarme de la idea de que el artista controla, domina y maneja todo. Me gusta pensar lo que tal vez sea un poco utópico: que son los elementos y no yo. Tal vez hay que llegar a cierto punto para poder soltar. Y en todo caso, yo podría no saber quién soy, pero puedo mirar cómo los materiales se convierten en pintor. Ese sería el ideal de esta práctica. Aunque muchas veces siento que intervengo demasiado, pero el objetivo es que cuanto más desaparezca como autor, más logrado estará el trabajo.

-Una perspectiva pictórica de la ‘modestia’ borgeana.

-¡Eso mismo!, que la escritura, o en este caso la pintura, nos atraviese. Es ponerse al servicio de que algo suceda y de que la naturaleza, la luz y el color pasen a través de uno. Y del otro lado aparece la pintura.

-¿Cómo fue esta suerte de puesta en escena en espacios tan poco convencionales como los que elegiste para desplegar tu exposición en el Museo del Agua?

-Fue delicado producir e intervenir este lugar, con tanta carga histórica y simbólica. Me ayudó mucho Julián Mizrahi, -director de la galería Del Infinito con la cual trabajo hace muchos años- que también aportó la banda sonora que forma parte de la exposición. Por ejemplo, haberme puesto a pintar dentro de uno de los tanques de agua (donde hubo seis millones de litros de agua) fue toda una experiencia, junto con ir conociendo la historia del edificio, en el que por momentos me quedé solo (salvo por los guardias). Increíblemente, antes de realizar esta exposición nunca había entrado al edificio, a pesar de haber pasado por acá mil veces, y de haber ido a la escuela acá a la vuelta.

-La instalación de pinturas y secuencias de luces dentro del tanque de agua, que podría recordar un poco a Christian Boltanski, produce un efecto de gran teatralidad, no solo por el ritmo que van marcando las luces en ese enorme espacio, sino porque cuando uno busca enfocar la vista para ver las pinturas, las luces se apagan en ese sector, mientras en otro sector se encienden y uno puede ver a medias, caminando tentativamente dentro de un espacio que resulta protagonista.

-Es lo que busco con esta instalación: cambiar para los visitantes la que podría ser una situación de galería de arte, para hacerlos recorrer el espacio. En cada sector hay un momento en el que no se puede seguir mirando y entonces hay que desplazarse, circular. Así, el espacio resulta más importante que la obra. Por su historia, por su función, por los seis millones de litros de agua que albergó para abastecer a la ciudad.

-Por otra parte, la historia, la función y el arte se cruzan también si se incluye en el relato la que fue la primera planta purificadora que tuvo la ciudad de Buenos Aires, que funcionó donde está el Museo Nacional de Bellas Artes.

-Es el agua y el arte.

* En el Museo del Agua, Riobamba 750, de lunes a viernes, de 10 a 13 y de 14 a 17, con entrada gratuita, hasta el 11 de diciembre.