En un momento político en el que el lugar del Estado está en el centro de la escena -en discusiones y propuestas que quieren mejorar su funcionamiento y capacidad de hacerlo más presente y solidario, hasta quien propone llevarlo a su mínima expresión- la instalación Leviatán, de Andrés Denegri, es una alegoría crítica de los tres poderes del Estado, poniendo el foco en la burocracia, desde una perspectiva de genealogía kafkiana, en la que el poder político público se exhibe como un sistema tan laberíntico como inestable, tan complicado como frágil.

La instalación toma los ecos de la lectura de Leviatán, la célebre obra que Thomas Hobbes -cuyo punto de partida es la figura del monstruo bíblico del mismo nombre- publicó a mediados del siglo XVII, sobre una filosofía política del Estado, su funcionamiento y sentido, como garantía del imperio de la ley y de un contrato social que articulara las relaciones entre los individuos y la administración pública.

La muestra es un despliegue de proyectores y proyecciones super 8, y de videos, como un modo de establecer collages artesanales y montajes cuadro por cuadro -en una articulación obsesiva y productiva entre cine y fotografía-, que ofrecen secuencias de laberinto, bellas y dislocadas, del edificio de los tribunales y del parlamento. El capítulo tribunalicio es el más importante de la instalación y el que ocupa más espacio. Le sigue el núcleo dedicado al Poder Ejecutivo, con un complejo y barroco sistema de carretes fílmicos funcionando en serie con el proyector, en el piso, que proyecta una imagen muy pequeña de la Casa Rosada, arrinconada en el zócalo de la sala, en pelea despareja con el poder real. La estructura tubular y las películas que contienen y proyectan el capítulo dedicado a la justicia, así como la puesta en escena del capítulo dedicado a la casa de gobierno, dejan a la vista el mecanismo, tanto o más importante que lo proyectado: un complicado sistema de carretes que se reparten por tramos el traslado del material fílmico/fotográfico para hacerlo pasar por el proyector como un sinfín. Así no solo se deja el funcionamiento expuesto -que juega con la complicación hasta el absurdo-, sino que se fabrica una suerte de ruido blanco que oficia de banda de sonido de la instalación.

El Congreso, por su parte, se evoca desde un conjunto de cinco paneles fotográficos que descomponen y recomponen fragmentariamente el edificio parlamentario.

“Durante la pandemia -cuenta Denegri- sentí tanta saturación de las pantallas y del pixel digital, que necesitaba volver a practicar ese oficio que considero tan propio, que es filmar y fotografiar por medios analógicos. Vivo en el barrio de Monsterrat, a pocas cuadras del Congreso y siento el pulso cotidiano de ese lugar, porque llevo todos los días a pasear a mi perro. Entonces tengo mucho contacto con el espacio y con lo social, como lugar de encuentro con los vecinos, con quienes conversamos. Los perros son la excusa. Así que durante la pandemia uno de mis lugares más accesibles era el Congreso, esa arquitectura monumental que siempre me llamó la atención y sobre la que apliqué una técnica que ya venía usando, que es la de la fotografía super 8 cuadro a cuadro, haciendo peliculitas que están editadas dentro de la cámara, hechas fotograma por fotograma. Es la lógica de la fotografía fija puesta en una secuencia reproducida en velocidad para generar imagen en movimiento, que en realidad no es tal, porque salvo en la imagen de la Casa Rosada, no tenemos aquí filmación continua. Hay que tomar en cuenta que un rollito de super 8 tiene cerca de cuatro mil fotogramas, cuando el estándar de los rollos de fotos era de 36. Es una locura el trabajo de estar tomando cuatro mil fotitos. A partir de allí, luego del Congreso, decidí trabajar con la fachada y los edificios de los tres poderes. Y fui haciendo cada vez más compleja la obra”.

Denegri toma el material y genera nuevos montajes y ordenamientos presentando sistemas en los que combina tiras de fotogramas, secuencias, proyectores, mecanismos de pase, estructuras de soporte, imagen proyectada: todo como parte de la obra, en un mismo nivel.

“Como vivimos en un universo donde hay centralidad total de las pantallas -explica el artista-, yo me aparto de las pantallas y minimizo el valor de la imagen, poniéndolo al mismo nivel que los demás elementos que componen la obra”.

La exposición cuenta con un texto de María Moreno.

* En la Fundación Andreani, Pedro de Mendoza 1981, hasta fin de febrero. También se exhibe una muestra homenaje a Clorindo Testa en el centenario de su nacimiento y una exposición individual de Florentina González.