Argentina es un país con variados íconos que podrían unir fronteras adentro e identificarla más allá de sus límites. El último mundial de fútbol consolidó a una de ellas, que sin embargo no llegó a desplegar su magia pagana en torneos de esta tierra. Y hay otros antiguos, construidos para narrar historias de injusticias y despojos o cantar elegías al respeto a la autoridad y las jerarquías. Las representaciones del gaucho condensan esa totalización imposible desde mediados del siglo XIX, y todavía hoy es terreno de disputas. De eso habla Ezequiel Adamovsky en El gaucho indómito (Siglo XXI Editores). “Desde muy temprano fue la voz de lo popular, la figura que habló en nombre del pueblo, desde la poesía gauchesca de la independencia”, dice el autor a Página/12. Por su pregnancia y circulación, desde fines del siglo XIX “los grupos más conservadores intentaron reconstruir su figura con muchas dificultades, pero consiguieron asociar al gaucho con la idea de la tradición en un sentido más conservador o de derecha”, detalla.

“Es una captura que sin embargo no es completa”, se ataja el historiador, que analiza esas representaciones encontradas que tensionan el sentido del gaucho y lo criollo en textos, obras de teatro, canciones, películas y proselitismo desde la publicación del Martín Fierro (que construye un gaucho rebelde en la ida y otro adaptado en la vuelta) hasta el posperonismo. “Desde Leopoldo Lugones en 1913 hasta que el Estado acepta esa idea e instaura un culto estatal al gaucho a fines de la década del ´30, sectores más bien de derecha son los que se interesaron en esta figura tratando de cargarla de un sentido más conservador, relacionado con la autenticidad nacional, con lo militar, con la obediencia como valor”, plantea, aunque resalta que a pesar de esa apropiación “el gaucho siguió siendo útil para transmitir visiones políticamente disidentes. Fue muy utilizado en los ´70, por ejemplo por Montoneros. Todavía hoy hay una disputa fuerte en ese sentido”.

-¿Cuál es el encanto de la figura del gaucho? Su idea como representación de la nación se tensiona entre lo popular y el europeísmo como polos opuestos...

-A fines del siglo XIX había una enorme fragmentación en las clases bajas, había venido gente de todo el mundo que hablaba lenguas distintas, y un fenómeno de clausura política por arriba. En ese momento sirvió para formar un pueblo a partir de esa fragmentación, identificándose con la figura del gaucho que tenía el componente antioligárquico (decía que la ley era injusta, peleaba contra el Estado, contra los militares y estancieros), y que rechazaba los discursos oficiales como el de (Domingo) Sarmiento en Facundo, donde decía que era la barbarie que había que extirpar. Sabemos que las historias de gauchos rebeldes las consumían con igual pasión los criollos pobres y los inmigrantes, y les permitía imaginarse como pueblo en oposición a los de arriba. Incluyendo la dimensión racial, que también influía en esas representaciones. Eso creó un hecho consumado, que el gaucho fuera un emblema de lo popular mucho antes de que las clases altas y sus intelectuales decidieran proponer que fuera el emblema nacional. Y ahí se abre una disputa para cargar de contenido al gaucho, porque era fuertemente rebelde y antiestatal, de asociación con lo no blanco, y la captura que hacen las clases altas y los intelectuales trata de "limpiarle" todos esos aspectos.

-En el libro hacés un recorrido por los distintos espacios en los que aparece el gaucho en la tradición de lo popular como símbolo de rebeldía. ¿Notás algo de eso hoy, sea con esa figura o con otras? ¿O se va perdiendo y por eso los sectores dominantes pueden apropiarse de estos personajes rebeldes?

-Hasta la segunda mitad del siglo XX, la imaginería gauchesca era central en la cultura popular y de masas argentina. Incluso en la vida política, muy movilizada la figura del gaucho por (el ex presidente Juan) Perón. Eso deja de tener peso en ese momento, en parte porque el potencial del gaucho como símbolo rebelde fue reemplazado por otros emblemas de lo plebeyo, centralmente la figura del cabecita negra, que pasó a absorber muchos de los elementos que tenía el gaucho: la relación con lo criollo y lo moreno, con el interior profundo. Más recientemente, emblemas de lo plebeyo más asociado con la figura del pibe chorro, del marginal... Incluso, hoy la producción cultural asociada a la tradición del criollismo no es tanto masivo-popular como de alta cultura, o incluso de elite. Lo vemos en la literatura: ni el libro de (Oscar) Fariña (El guacho Martín Fierro) ni el de (Gabriela) Cabezón Cámara (Las aventuras de la china Iron) son de lectura de la clase baja, ni las películas de Martín Fierro comparables al éxito que tuvo la película de Juan Moreira de Leonardo Favio. Retoman esa tradición y circulan en sectores diferentes a los de sectores populares que tuvieron en su momento.

El libro nació por el interés de Adamovsky de estudiar cómo influyeron las diferencias de color de piel y origen étnico en las relaciones de clase en Argentina, pero no lograba encontrar documentos para trabajarlo. Sin embargo, asegura que “la tensión entre lo blanco y lo menos blanco aparecía de manera indirecta en la cultura popular”, lo que lo llevó al gaucho como emblema mestizo (y a los carnavales en el Buenos Aires de aquella época, libro en el que está trabajando ahora). “´Gaucho´ en el siglo XVIII se usó para referir a los cuatreros, gente de a caballo que faenaba ganado que tenía dueño. Después se fue haciendo extensivo a la población rural, y se transformó muy pronto en una figura literaria. Los documentos que hay de la voz plebeya son documentos judiciales, y como ´gaucho´ tenía una connotación de delito es posible que evitaran decir que eran gauchos. Más bien se autodefinían como ´paisanos´. Ni siquiera está claro que antes del boom literario fuera un término que los pobres usaran para sí mismos”, explica.

-Hoy distintos sectores políticos y sociales utilizan la figura del gaucho. ¿Cuál es su pregnancia para que tenga esa penetración? Incluso en situaciones en las que están defendiendo intereses contrapuestos a los que supuestamente representan…

-No me resulta sorprendente que todos quieran apropiarse de la figura del gaucho porque tiene la legitimidad de ser emblema de la nación. Si es gaucho es bueno, evoca algo positivo. Es más difícil discutirlo. Por eso se trata de investir de gauchos a los peones de Joe Lewis, o lo mismo hicieron los gringos chacareros cortando la 9 de Julio presentándose como gauchos. Eso lo vienen haciendo hace mucho. Lo han venido haciendo grupos de todo tipo, porque desde el peronismo también se reivindicó la figura del gaucho, incluso recientemente. Y lo mismo vale para la tensión que tiene con ese otro discurso blanqueador de que los argentinos descendemos de los barcos, que también está bastante "democráticamente distribuido" en el arco político. Lo suele movilizar más la derecha, pero con la declaración del presidente podemos ver que está también bien presente en sectores del peronismo. Son dos visiones acerca de qué es lo argentino, por un lado como gaucho y por el otro como blanco europeo, que no necesariamente están en conflicto pero que no se acomodan bien una con otra. Para que se acomoden bien hay que hacer del gaucho un personaje blanco y europeo y no es sencillo. Lo han intentado, no siempre con éxito.