En la política sobreactuada, Donald Trump es el primer actor. El presidente de Estados Unidos eligió ese juego de roles para mandarle señales a Cuba mientras él gana tiempo. Su anuncio realizado en Miami, el teatro que eligió para presentar lo que hará su gobierno con la isla, no fue escogido al azar. La ciudad es el epicentro político, económico y cultural de la Florida, el estado donde sacó una cantidad de votos sustantiva que le permitió superar a Hillary Clinton en la elección general de noviembre. También reside ahí el núcleo duro de la contrarrevolución cubana y además, es el bastión del senador Marco Rubio, el mismo que en campaña por las internas republicanas lo definió como “la persona más vulgar” que haya aspirado a la presidencia de EE.UU. Ahora ya no dice lo mismo. Necesita de Trump, igual que el magnate de él. Sobre todo porque el congresista integra la Comisión de Inteligencia del Senado que investiga la interferencia de Rusia en los comicios de 2016. El retroceso en los avances bilaterales que habían acordado Barack Obama y Raúl Castro tiene demasiado que ver con este intercambio de favores. 

Trump y Rubio pertenecen al mismo partido, pero ése es un detalle menor en su relación por conveniencia. Quedó demostrado cuando el ex director del FBI, James Comey, asistió al Senado el 8 de junio para hablar del Rusiagate. Había durado apenas 24 días en su cargo. El ex funcionario declaró que el presidente le había hecho saber que debía clausurarse la investigación sobre la intromisión rusa en las elecciones que lo llevaron a la Casa Blanca. Lejos de adoptar esa postura, Comey deslizó que Trump “podría mentir” sobre el contenido de varios encuentros mantenidos en privado. Aquel le había pedido “lealtad” cuando el asesor de seguridad nacional Michael Flynn avanzó en la pesquisa sobre su relación con los rusos.

Rubio empezó a jugar un papel clave en esta trama cuando se transformó en una especie de abogado defensor del presidente. Antes que preguntarle al ex FBI sobre el affaire que comenzó con la filtración de correos de la ex secretaria de Estado Clinton y siguió con la denunciada intromisión de Rusia en las elecciones, el senador prefirió acorralar a Comey. Le preguntó por las filtraciones a la prensa de su investigación. También cuestionó su credibilidad. Antes de hurgar más en la denuncia sobre un problema de seguridad nacional, se inclinó por saber qué hace de su vida un ex funcionario despedido. No tardó demasiado en conocerse cuál era su moneda de cambio. Dos noches antes de aquella reunión en el Senado, Rubio había cenado con el presidente en la Casa Blanca. 

La nueva-vieja política hacia Cuba que presentó Trump con su habitual histrionismo en Miami, es la que impuso de modo parcial el senador republicano. Son cambios a mitad de camino. La isla sigue perdiendo miles de millones en divisas -sobre todo por el bloqueo vigente desde el 3 de febrero de 1962-pero al mismo tiempo empresas de EE.UU comienzan a beneficiarse. Mantienen algunos intereses comerciales recuperados con la apertura de Obama. Así lo cuenta la periodista Fabiola Santiago en el Nuevo Herald, un medio que está lejos de reflejar los intereses del gobierno cubano: “…esta reversión instigada por los congresistas cubanoamericanos Marco Rubio y Mario Diaz-Balart exime a las industrias de las aerolíneas y los cruceros, las cuales podían haber perdido 3.500 millones de dólares de haber tenido lugar un cambio en las regulaciones del Departamento del Tesoro que les permite añadir los puertos de escala cubanos a sus itinerarios caribeños”.

Cuando Trump anunció este lavado de cara sin jabón de su política exterior hacia Cuba, estaba rodeado del elenco estable de conspiradores y terroristas cubanos. Si se trata de la isla, la política de EE.UU. tiene doble racero. Acompañaban al presidente los ya veteranos Angel de Fana, Jorge Luis García Pérez y Caridad Roque a quien el presidente llamó “la corajuda disidente cubana”. Esta mujer, tras la invasión de Playa Girón, recibió una condena a 20 años de prisión “por acciones de terrorismo y sabotaje”. Cumplió la mayor parte y emigró a Estados Unidos. De Fana también estuvo detenido en la isla y se sumó a la organización Cuba Independiente y Democrática (CID), dirigida por el fallecido Hubert Matos, comandante disidente de la Revolución. García Pérez, como los anteriores, es un declarado admirador de Luis Posada Carriles, el agente de la CIA que ideó el derribamiento del avión de Cubana en 1976 donde murieron 73 personas, entre pasajeros y tripulantes.En 2015, un documento desclasificado por el Departamento de Estado de EE.UU, señaló al terrorista cubano americano como el autor más probable del atentado.

“La relación de la CIA con Posada, quien cada vez más parece ser la persona que planeó el sabotaje, podría posiblemente llevar a alguna mala interpretación y bochorno, en cuanto él proveyó información no solicitada sobre planes extremistas significativos, más recientemente en febrero y junio de este año”, dice el documento del 76 que en 2015 reprodujeron los medios de Miami. Posada Carriles declaró cuando falleció Fidel Castro, que el líder revolucionarion “buscaba la oportunidad para matarme a mí y yo para matarlo a él”. 

Trump eligió la compañía de gente afín a estas ideas para presentar su política hacia Cuba. Pero en los hechos, su directiva que deroga una anterior del ex presidente Obama, solo se conocerá en los próximos 30 o 90 días. Es el tiempo que dispone para divulgar su letra chica. Recién en ese momento se sabrá cuál es el alcance de sus medidas hacia la isla. 

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