La racionalidad burocrática de las sociedades capitalistas –audaz a la hora de exterminar la libertad y la creatividad– es la cárcel del alma humana. El lado siniestro de la realidad deviene un disparate extremo o una fatalidad ineluctable que parece “una burla del destino”. Un hombre se interna en una institución médica por una difusa dolencia que lo aqueja desde hace un tiempo. Al principio no lo ve ningún médico, no tiene ni tendrá un diagnóstico y será sometido a una extraña operación quirúrgica, sin que nadie le pueda informar si le extirparon o no algún órgano. Su prima Pochi aparece y desaparece como si el mundo de los afectos se fuera enfermando y alejando del hombre en cuestión. La jefa de enfermeras le requisa el teléfono celular; los practicantes le extraen sangre y se quejan de las venitas frágiles que tiene; el doctor Goldfard, mujeriego incorregible, hace unos chistes negros para alquilar balcones y una monja siniestra, con acento centroeuropeo, lo visita y le dice: “No tenerr miedo. Hombre joven como usted, en operación irrá bien, mucho bien”. Soy paciente, la primera novela que publicó Ana María Shua en 1980, una metáfora de la dictadura cívico-militar, llega al teatro de la mano de la adaptación de Andrea Szyferman y la dirección de Florencia Bendersky. El numeroso elenco de la obra, que se puede ver los jueves a las 20.30 en el teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062), está integrado por Eduardo Poli (notable interpretación del paciente), Cynthia Attie (Pochi), Santiago de Belva (excepcional en su papel de  la monja), Andrea Enzetti (Enfermera Jefa) y Cristian Sabaz (doctor Goldfard), entre otros actores y actrices.   

“La adaptadora Andrea Szyferman fue el alma de este proyecto. Ella leyó la novela y vio ahí una obra de teatro. La adaptación la hizo hace dos años y medio, me la dio a leer y me gustó. Ella se cargó el proyecto al hombro y luchó por sacarlo adelante”, cuenta Ana María Shua en el living de su departamento de la calle Laprida al 1200, un piso catorce con una vista formidable de la ciudad. Florencia Bendersky, directora y dramaturga, destaca el trabajo realizado con el elenco. “Hay once actores en escena que representan a veinte personajes. Aparte somos una cooperativa, es decir que estamos en los márgenes de los que es el teatro independiente –de las mejores cosas que tenemos los teatreros– y que nos permite ser parte y artífices reales de lo que estamos montando. Nos divertimos mucho ensayando la obra. Me pasaba que tenía que hacer callar a los compañeros que estaban abajo del escenario porque miraban las escenas y se mataban de risa”.

La escritora cuenta que todavía no puede creer que la obra se haya estrenado. No es fácil romper el maleficio. Soy paciente tuvo una versión cinematográfica que nunca se estrenó porque el director, Rodolfo Corral (1935-2007), se quedó sin plata. “El director era un hombre que hacía su primer largometraje. Él sabía que le alcanzaba para la mitad. Llegó a filmar toda la película con un elenco muy lindo, con Oscar Martínez, Gabriela Acher, Paco Jamandreu, Norman Briski, y se quedó sin plata para sonorizar y hacer el montaje. Él tenía la fantasía de que iba a aparecer un productor que iba a poner la plata que faltaba. Pero eso no sucedió”, recuerda Shua en la entrevista con PáginaI12. “La gracia de esta historia es que el personaje del paciente puede ser cualquiera, un personaje con el que el espectador se puede identificar y decir: ‘esto me podría estar pasando a mí’. Se trata del sometimiento al que se ve obligado un paciente que no tiene ni voz ni voto en todas las cosas que le pasan”, agrega la autora de Los amores de Laurita y La muerte como efecto secundario. Bendersky advierte que en la obra y en la novela lo cómico gira alrededor del paciente. “No hay nada que me parezca más trágico que un cómico”, subraya la directora.

–Cuando escribió Soy paciente, ¿buscó que fuera una comedia tan feroz?

Ana María Shua: –Sí, quería que fuera una comedia feroz. Esa era mi idea. Quería ir más allá del tema de la salud. Soy muy ambiciosa: yo quería hablar del absurdo de la condición humana. Cuando los periodistas venían y me decían que la novela era una crítica al sistema hospitalario argentino, yo decía “no”. No es una crítica al sistema hospitalario argentino, es algo que está profundamente imbricado en la relación médico-paciente.

Florencia Bendersky: –La obra trasciende el espacio hospitalario. Que no tiene que ver con que sea algo que el Estado brinda de una manera decadente. Al final de la obra, hay algo de purgatorio, un espacio donde se está transitando para llegar a una instancia que nunca aparece. Que es la de la salud, la salida. Yo comparo a la Pochi con la Esperanza ante los infiernos de Dante y al paciente con un Orfeo urbano. La Pochi cada vez que hay tensión se va. Es la esperanza que lo deja a Orfeo a las puertas del infierno mismo y él se va encontrando con estos mundos tan dantescos. La puesta la centré en cierta idea de circularidad: que empiece y termine de la misma forma y que sea el espectador el que pase a ocupar el lugar del paciente. 

–Escribió la novela mucho antes de que a usted le tocara padecer un cáncer en 2001 y estar en el rol de paciente.

A. M. S.: –Yo nunca había vivido una situación así. Jamás había estado internada ni casi nadie de mi familia. Después, cuando viví lo del cáncer, no me dieron ganas de seguir escribiendo sobre el tema de la salud, la enfermedad, la internación. Mi abuelo estuvo en una larga internación y falleció después de una situación particularmente torturante. De ahí salió La muerte como efecto secundario. El tema salud-enfermedad-médicos, la relación con la medicina, el cuerpo que sufre, vaya a saber por qué, es muy central en mi literatura. Y estuvo mucho antes de la enfermedad real.

Bendersky, autora de La intangible, obra que formó parte del ciclo Teatroxlaidentidad, pondera la importancia que tiene la risa. “El humor te rescata del dolor, de la muerte de los seres queridos, hasta de las propias enfermedades. Poder reír hace que uno se despegue del sufrimiento, sino todo es extremadamente crudo. Hay algo de curativo en la risa. El otro día estaba con dolor de cabeza y me hicieron una TAC. Me metieron en el tubo y escuchaba una voz, totalmente arcaica, que me decía: ‘por favor, respire profundo’ Y yo pensaba que son los mismos textos de la obra. ‘Sostenga el aire’… y pasa un tiempo. ¿Y si no apretan el botón de largue el aire qué hago? ¿Me puedo mover o no me puedo mover? De repente escucho que me dice: ‘suelte el aire’. Cuando vas a hacerte una mamografía, te ponen la teta como si fuera un huevo frito, tenés que sostenerte de abajo y mirar para el otro lado. Alguien me tiene que estar filmando y se tiene que estar cagando de la risa porque es absurdo”, plantea la dramaturga y directora.

–¿Se reía mientras escribía la novela?

A. M. S.: –Sí, me divertía mucho con las cosas que se me iban ocurriendo. La pasé bien escribiendo; era mi primera novela y quería reírme un poco de las cosas que pasaban. Tiene que ver con algo que le pasó a un amigo, a quien tuvieron que internar sin diagnóstico. Tomé muchas cosas de la realidad. Los piojos de paloma eran reales; no lo sacaron a pasear en ambulancia, como en la novela, pero sí lo tuvimos que ir a buscar y llevarlo a la casa por 24 horas. Cuando volvió, habían impregnado los colchones con formol y se cayó desmayado (risas).

F. B.: –Eso me gusta, ya la estoy llamando a Andrea Szyferman para decirle que nos olvidamos de incorporar a la obra una parte. El actor cae desmayado por el formol y apagón. ¡Me encantó! (risas).

–Hay cuestiones que son tan absurdas que no parecen reales, ¿no?

A. M. S.: –Claro, el hecho de que lo tuvieron internado una semana y ningún médico lo viera también es real porque los médicos estaban en un simposio en el hotel Sheraton. 

F. B.: –El paciente no tiene nombre, jamás sabemos cómo se llama. Ni su prima ni sus amigos lo llaman por el nombre. Si no te nombran, ¿seguís existiendo? La que decide que hay que operarlo es la monja que treinta dos veces le dice que lo tienen que operar. Y finalmente, lo terminan operando. Hay algo oracular en ese personaje.

–Soy paciente fue escrita durante la dictadura. ¿Hay algo del clima de esos años?

A. M. S: –Sí, el “no sale nunca más”. No me lo propuse. Yo vivía en Buenos Aires, tenía mucho miedo, quería publicar, quería escribir algo que no tuviera absolutamente nada que ver con lo que estaba pasando y sentía, al mismo tiempo, que mi palabra era trivial, que estaba dando vueltas alrededor de un agujero negro que no se podía nombrar. Me propuse escribir algo que no tuviera nada que ver con la realidad de la Argentina de ese momento. Pero para mi enorme sorpresa, tantos años después, Soy paciente hoy se lee como metáfora de la dictadura. Yo no me lo propuse, tenía mucho miedo, solo quería escribir algo que se pudiera publicar y que no me pasara nada. Pero la realidad que estaba viviendo está reflejada en “no sale nunca más”. Me gusta que la obra esté mirada desde el presente, que el hermano del paciente le mande mails y no cartas y que esté usando el celular, que tiene que ver con la adaptación que hizo Andrea. Hay situaciones que están muy bien logradas, como cuando le confiscan el celular. ¡Qué hay más aterrador que el hecho de que a uno le confisquen el celular! (risas).

–¿Qué es lo que le da cierta ferocidad a la novela y a la obra?

A. M. S.: –Lo que la hace feroz es la indefensión del personaje y cómo el sistema se lo va devorando. Y esa idea subyacente de que es algo que a cualquiera le puede pasar. Muchas veces nos encontramos en esa situación de indefensión y entrega.

F. B.: –Cuando decís feroz, automáticamente pienso en Caperucita y el lobo que está acechando. Hay algo de la medicina acechando a este personaje. La puesta muestra cómo el personaje está todo el tiempo invadido. Desde que empieza la obra hasta que termina, casi no tiene momentos de soledad. Se va a cambiar y tiene alguien que entra a la habitación. No hay puerta, por ejemplo. No sólo pierde el nombre, sino que pierde el espacio de intimidad. Hay un relato de lo que le sucede adentro de la institución hospitalaria y lo que le va sucediendo por estar adentro de la institución con el afuera: pierde su trabajo y pierde su casa. Eso es terrible.

–El colmo es que la indemnización del paciente la terminan cobrando sus compañeros de trabajo. ¿Qué más le va a pasar a este “pobre infeliz”?

A. M. S.: –Ese es un momento en que la gente se ríe mucho.

F. B.: –¡No lo dejan comer ni los sanguchitos! El rojo aparece en dos momentos muy concretos: con la bata manchada de sangre y con unos globos que traen sus compañeros de trabajo. Me parecía que había algo en estos globos, que aparte de lo absurdo, era trágico. Que en una escena donde lo han despedido y le han gastado su plata, encima le enchufan unos globos rojos, es una tragedia.