En el momento en que la FIFA dio a conocer en Rusia los nombres de los árbitros para las semifinales, las voces sobre la presencia de Néstor Pitana, Hernán Maidana y Juan Pablo Belatti en el partido que definiría al campeón del mundo se volvieron más fuertes. Ausentes en los dos choques previos a la última cita, los argentinos quedaban como los principales candidatos. Venían haciendo un torneo sin fisuras: habían bailado con elegancia en el partido inaugural y luego sorteado con firmeza el espinoso cruce entre Uruguay y Francia de cuartos de final. En el hotel donde concentraban los réferis, el rumor se esparcía por cada pasillo a toda velocidad. La confirmación llegó el 13 de julio, y desde entonces, Hernán Maidana, que participaba de su tercer Mundial, supo que el descanso sería un bien de lujo: “Me sacó toda la energía el pre, el durante y el postpartido. Fue intensísimo”, asegura sentado en un bar del barrio porteño de Almagro, mientras moja una factura en el café con leche. Maidana es el hombre que, con un banderín en la mano, lo vio todo.

-¿Qué significa una final del mundo, qué te pasa en un evento así?

-Terminás muerto, sin una gota de gasolina en el tanque físico y mental. Finalicé el día agobiado y agotado, pero bien. Di todo. 

-¿Se puede descansar en los días previos?

-Sí, aunque tenés muchas tareas y al ser una final se magnifica todo. El staff organizativo quiere que el partido salga once puntos, y dan lo mejor de sí para que sea de esa manera. El tema es que vos estás en el medio. Tenés entrevistas, un montón de requerimientos sociales para FIFA -como firmar camisetas y tarjetas-, ver al encargado de los relojes, cuidar que todo funcione, coordinar la hora, estar con los fisioterapeutas. Sos un multitasking. Y te sentís un poco tironeado desde todos lados, aunque bien en todo sentido. Llega un momento que aún con el cartel de “no molestar” en la habitación te tocan la puerta para que firmes algo. Hayque buscar el descanso y cargar las energías porque cuando empieza el partido es tremendo.

-¿Cómo es el vestuario a la espera de una final?

-No cambiamos nada de lo que veníamos haciendo. Escuchamos reggaetón, algo de Duran Duran. Teníamos nuestro estilo de temas que le gustan a cada uno, y temas en común. En algún momento buscamos los detalles finales, y salimos a la cancha.

-¿No hay una charla motivadora?

-Sí, sí, antes de salir, un minutito y medio, dos. Pasa que se entremezclan muchas cosas buenas, recuerdos, y gente que ya no está. La nostalgia es grande. Lo manejamos con cautela porque no podés entrar extremadamente emocionado a la cancha. Eso quedó para el final del partido. Lo que pasó es que las lágrimas se confundieron con la lluvia del final. Es más, me quedé enganchado con el partido.

-¿Con qué?

-Con situaciones, mantuve la concentración hasta después de la premiación y no podía salir del asombro. Después me liberé. Es un partido increíble.

El referato se despertó en Hernán Maidana con el impulso de las  vocaciones inequívocas: de chiquito, en General Pinto, su pueblo, leía los reglamentos de todos los deportes que practicaba en el colegio. Se transformó en el árbitro de su secundaria: cuando había campeonatos en el colegio, lo elegían para que arbitrara partidos de básquet, de vóley, de handball y, por supuesto, de fútbol.

-¿Por qué conocías los reglamentos de tantos deportes?

-Porque los compraba, los leía y los estudiaba. Compraba el reglamento de un deporte y otro en el kiosco de diarios. Era la época de esperar a que llegara El Gráfico al pueblo, y a mí siempre me gustó lo relacionado con el deporte. En vez de agarrar las revistas Corsa o Parabrisas, que eran de automovilismo, leía reglamentos para aprenderlos.

-¿Esta vocación por las reglas viene de tu casa? 

-Diría que de mi abuelo. Él me enseñó a jugar al truco con el reglamento en la mano. Desde los juegos de mesa familiares me fueron inculcando eso. No digo que lo llevo en la genética, sino que se me despertó a través de esas enseñanzas. Mi abuelo era honesto, laburante, y supongo que viene desde ese lugar.

-¿Ya en ese momento sabías que querías ser árbitro?

-Primero vine a Buenos Aires a estudiar para ser Contador Público y Licenciado en Administración porque quería ser bancario como mi viejo. Y me recibí. El tema fue que un día se me trabó la cabeza y dije: “Quiero ser árbitro”. Salí de mi departamento a las 11 de la mañana y me fui directo a la AFA. Como ahí no se dictaba el curso, me derivaron a las AAA y al SADRA. Miguel Darwich, un profesor, me llamó y me dejó un mensaje en el contestador diciéndome que me esperaban tal día. Y ahí estaba, firme, esperando el comienzo del curso. Cursé en 1996 y dos años después arranqué en AFA.

-¿AFA es un mundo si conocés a alguien y otro diferente si esto no pasa?

-Si sos de familia arbitral las cosas se facilitan. No es que vayas a ser bueno, sino que se facilitan algunas cuestiones en el comienzo de la carrera. Se ve más al principio, para despegar. No es lo mismo hacerte el espacio solo. Yo veía que los que tenían algún contacto más iban debutando más rápido y tenían más partidos. Cuando entendí por dónde transitaba el camino de lo que era ser arbitro de AFA, se me hizo todo más fácil. Y si sos bueno, te dedicás y demostrás en la cancha, bastan las oportunidades. 

-¿Cuál es ese camino?

-El difícil, el espinoso. El de no hablar con ningún dirigente para pedir favores. Nunca me gustaron los atajos. Y el de jugar con libertad, con pasión, con amor por la carrera, y tratando de mejorar cada fin de semana. 

-Siempre hay un momento de tu carrera en el que se define si vas a ser juez principal o asistente, ¿cómo fue en tu caso?

-Yo quería ser árbitro central. Me causó dolor porque hubo un cambio en la escuela. Me llegaron a decir que mi altura y mi contextura física no daban para ser árbitro. Me dolió mucho, pero no me mató ni me liquidó. Desde ese lado construí y me dieron una fuerza increíble para ser asistente: quería demostrar quién era, mi capacidad. Tenía 31, 32 años. Al año siguiente debuté como asistente en la B Nacional, y a los 20 partidos salté a Primera División. Era de los más jóvenes del plantel. Ahí me fui proyectando hasta que en 2007 me hice internacional. Y después no paré.

A Maidana no lo mataron: se hizo internacional, y su crecimiento fue tan marcado que empezó a aparecer en los torneos más importantes. Ya no es un juez de línea más. No lo es en el fútbol local y tampoco en el ámbito internacional. Es el único asistente argentino en haber participado en tres ediciones de la Copa del Mundo, y estuvo en 13 partidos, dos más el uzbeko Rashtan Irvmatov, el árbitro que más juegos dirigió en Mundiales. Maidana es una constante de esta década, un hombre que se mantiene en la elite aunque cambien las dirigencias, aunque cambien los reglamentos.

-¿Qué creés que ven en vos para que seas una fija en las competencias internacionales?

-Un poco los valores que pregoné. Yo siempre digo que el arbitraje no me gusta: yo amo el arbitraje. Esa es la gran diferencia. Tengo un gran sentido vocacional. Por ahí la personalidad, la fortaleza mental, y las ganas de aprender y hacerlo mejor.

-¿Qué es la fortaleza mental?

-Es superar cuando te equivocás. No bloquear el error, no abortarlo, pero superarlo, ir a la próxima jugada, al próximo partido y sobreponerse. Eso te lo da la experiencia, la cantidad de juegos. Yo lo fui desarrollando con la carrera. Hay gente a la que un error simple o mediano le hace mucha mella y recuperarse les lleva muchos partidos, meses o años. Yo no es que soy un loco que no le importa o que no siente, trato de dar lo mejor en cada partido para achicar el margen de error. Soy humano. Sé que me voy a equivocar porque es imposible no equivocarse. Pero apunto a dar lo mejor y jugar cada partido como una final del mundo. Y eso lo apliqué siempre: acá, en la Copa Libertadores, en Eliminatorias, y en el Mundial.Yo me siento al servicio del arbitraje y reconozco todo lo que el arbitraje me dio, que es mucho. Pero yo también les di muchos años de mi vida.

-¿Lo lamentás?

-No, al contrario. Le di años de mi vida, perdí el crecimiento de mis hijos, y cosas importantes. Pero tuve recompensa.

-¿De qué manera renovás tus ganas de seguir dirigiendo después de llegar a lo máximo?

-Es muy fácil: yo estoy muy cansado de jugar finales del mundo. Para mí el partido que viene es la final del mundo. Yo voy a ser un hombre récord en jugar finales del mundo porque yo me tomo todos los partidos así. Lo tomé, incluso, antes de jugar la verdadera final del mundo. 

-¿No te preguntás “y ahora qué”?

-No, porque lo siento así. Y así es muy fácil. Cuando deje de sentirlo de esta manera, dejaré de dirigir.