La identidad de un país no la definen los grandes acontecimientos sino su cotidianidad. Los pequeños detalles, situaciones, personajes y hábitos que más o menos anónimamente se reproducen en el tejido social terminan forjando una cultura, un ser nacional, ese ADN que a grandes rasgos se puede percibir aquí, allá y en todas partes. Algo de esa habitualidad repetitiva, que muchas veces cuesta desmenuzar por tenerla tan claramente frente a los ojos de todos, está atrapada con prosa lúcida y despersonalizada en La Argentina increíble. Historias de viveza criolla en un país de novela (Planeta), el libro de crónicas e historias escrito por la periodista Emilse Pizarro. Un trabajo que busca captar a la argentinidad no desde la tragedia, sino desde la comedia diaria de una realidad que solo puede ser nuestra.

El diputrucho durante la votación por la privatización del Gas del Estado, la Ferrari de Carlos Menem, la hamaca fantasma de Firmat, la cotidianidad de un bar en Villa Ortuzar, los misterios nucleares de la isla Huemul, la locura de Carlos Bilardo, la banda delictiva de los niños cantores de la Lotería Nacional, el World Disney argentino que se iba a instalar en San Pedro, el decreto del intendente de Cruz del eje a nombre de su hijo para que pase de año pese a llevarse tres materias: esas son algunas de las situaciones y personajes que entre la chantada, la estafa, la trampa y la avivada forman parte de un libro que se aleja de la indignación mediática para contar con detalles, pruebas y testimonios historias que solo pudieron haber pasado en este lado del mundo.

“Desde siempre tuve la obsesión o la intriga de poder definir a esa cosa llamada ser argentino”, le cuenta Pizarro a Página/12, sobre el origen de su primer libro. “Cada vez que tengo la oportunidad de poder entrevistar a un músico o un artista, le pregunto sobre cómo le explicarían a otro qué es ser argentino. Y siempre encuentro que ensayan respuestas de las más variadas, pero muchos coinciden en hacerlo contando alguna anécdota, alguna situación que supuestamente nos define. Y creo que La Argentina increíble va detrás de esas historias, que a mí me gusta contar y que iba a hacer que su escritura fuera más placentera y menos tediosa. Por eso cuando Juan Becerra, editor de Planeta, me propuso que contara una historia que ya tenían definida, le contrapropuse este libro: tengo claro que para escribir un libro hay que amar lo que contás porque en algún momento del proceso lo vas a odiar”, reflexiona la periodista que trabajó en distintos medios y que actualmente forma parte de Todo pasa, el ciclo que Matías Martin conduce de lunes a viernes a las 13 por Urbana Play.

-La Argentina se suele explicar desde sus grandes tragedias y logros. Sin embargo, en tu libro intentás describirla desde historias más pequeñas. ¿Por qué tomaste esa decisión?

-Tengo la sensación, errada quizás, de que los grandes acontecimientos se arman de cosas chiquitas. Hay un trasfondo más pequeño que suele originar el gran evento. El ADN está en esas cosas cotidianas, como el bar de tacheros de Villa Ortuzar, donde a simple vista uno piensa que no pasa nada y pasa de todo. Ese capítulo es uno de los más que más cuentan el ser argentino porque hay peleas, hay anonimato, es un bar de gente común que se va a buscar sin horario ni motivo alguno, donde ninguno sabe mucho de la vida del otro pero se pelean con una intensidad y con un fervor entrañable, al punto que cuando alguno no aparece por unos días preguntan por él. El bar como lugar de encuentro, de comunidad, de complicidad, de amor, de discusión, de actualidad, de barrio y de solidaridad, incluso. Eso es bien argentino. Todas las historias chiquititas que nos pasan a diario, cuando las ves en conjunto, conforman una foto más o menos cercana sobre cómo somos los argentinos. Las grandes historias están muy contadas. Yo estoy convencida que a la vuelta de la esquina tenés siempre una historia interesante, absurda o entretenida. En cualquier lado.

-¿Cuál fue el criterio de selección de las historias que forman parte de La argentina increíble?

-Una de las pocas cosas que teníamos en claro con el editor Juan era que las historias que íbamos a contar no tenían que tener fallecidos, por ejemplo, que no debían ser trágicas. O sea, que un fraude no terminara con la vida de alguien. La idea del libro siempre fue que cada historia la pudieras terminar con una mueca, con una sonrisa. 

-Las sensaciones que cruzan la lectura es “¡qué chanta tal persona!”, o incluso “¡qué fenómeno lo que hizo…!”… Aunque también que somos una sociedad muy difícil…

-Es que por eso somos un país increíble. La viveza criolla nos constituye. Los argentinos, creo, estamos muy atentos a encontrar el hueco. Por esa idea de que el sistema nos odia o está siempre en contra de nosotros. Entonces, muchas veces nos pasa de que fuimos tantas veces cagados, que cuando vemos una oportunidad de buscar un atajo, nos mandamos. En público, tal vez, la moral y el buen deber se imponen; pero todos alguna vez, en la intimidad, hemos festejado alguna acción “no muy santa” contra el sistema. Si nos cagan los bancos, si el pintor me dice que va a tardar un mes en hacer el trabajo y tardar tres, si las empresas me cobran lo que quieren... Creo que la viveza criolla y los estafadores vienen desde hace mucho en este país. No es que nos corrompimos en el último siglo: viene de antes. La explicación la debería dar algún sociólogo o historiador, pero tal vez las corrientes que conformaron lo que somos tengan que ver. ¿Cuánto de viveza criolla hay en tener que subsistir? Qué sé yo. Pienso en mi abuelo, colchonero, llegado de un barco a Buenos Aires a pelearla porque estaba muerto de hambre después de una guerra… No lo culpo si hizo alguna.

-De hecho, hasta La Argentina increíble es consecuencia de esa “viveza criolla”.

-No, ¿por qué?

-El editor, Becerra, te contactó para que escribieras un libro sobre una una historia ya definida y terminaste vendiéndole otro.

-Es verdad. Soy “el pintor” de Becerra. (risas)

Para leer en tiempos de TikTok

La argentina increíble compila crónicas que pudieron haber pasado en cualquier esquina del país, y en cualquier momento. Que, incluso, están sucediendo ahora mismo en distintos lugares del país. Se trata de dieciséis historias y una entrevista (a Carlos Bilardo, imperdible), narradas en textos no muy extensos. “Decidimos este formato -cuenta Pizarro- porque hoy los libros también compiten por la atención del público con otros medios. Un libro hoy no solo compite con otros libros, sino también con portales de noticias, con Netflix, con Paramount, con TikTok... ¿Cuánto tiempo tiene una persona para dedicarle al ocio? ¿Y en Argentina, donde estamos pensando más en cómo generar más guita para poder pagar la luz que en disfrutar de un libro? Los textos más o menos cortos permiten ingresar y salir más fácilmente de la lectura. Yo leo menos libros que antes, porque mi capacidad de atención también está tomada por Instagram, Twitter, los portales… Y contar las historias con textos no muy extensos es más difícil que escribir largo. Poder hacer que la historia se cuente bien, condensarla y que no pierda calidad narrativa, es todo un desafío.”