Hay infiernos que se prolongan más allá de las cuatro paredes de un campo de concentración. No se le cae la lagrimita a Silvia Labayru, como dirá con una ironía provocadora para diferenciarse del estereotipo de la víctima en carne viva, pero el daño que le hicieron es “irreparable”. Ella integraba el sector de inteligencia de Montoneros, tenía veinte años y estaba embarazada de cinco meses cuando la secuestraron a fines de diciembre de 1976. En la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) fue torturada, violada sistemáticamente por un oficial y obligada a representar el papel de la hermana de Alfredo Astiz, que se infiltró en la organización Madres de Plaza de Mayo en un operativo que terminó con tres Madres y dos monjas francesas desaparecidas. 

En ese centro clandestino nació su hija Vera, que fue entregada a los abuelos paternos. Labayru, hija de un mayor de la Fuerza Aérea y piloto civil, fue liberada en junio de 1978 y se exilió en Madrid, donde sus compañeros de militancia la acusaron de traidora. En 2014 fue la impulsora del primer juicio por crímenes de violencia sexual cometidos en la ESMA. En La llamada (Anagrama), Leila Guerriero retrata la compleja historia de esta sobreviviente y demuestra que la mejor literatura se construye con una polifonía de voces y perspectivas. Su “imperativo categórico” resulta tan sencillo como extraordinario: "escuchar de cerca y escribir de lejos".

"Uno de los nuestros"

El título de este excepcional retrato de Labayru tiene una explicación. Cada 14 de marzo, durante años, Silvia festejó con su padre, Jorge Labayru, el día en que se produjo la llamada que le salvó la vida. El 14 de marzo de 1977, con ocho meses de embarazo, la llevaron a la oficina de Jorge “Tigre” Acosta y él le dijo que iban a hablar con su padre. “Señor Labayru, le quiero hablar de su hija”, empezó el represor. El padre de Laybaru, que se había hecho a la idea de que su hija estaba muerta y que esa muerte era como consecuencia de su militancia en Montoneros, gritó: “¡Ustedes, montoneros hijos de puta, son los responsables morales de la muerte de mi hija! ¡Vengan que los voy a cagar a tiros, montoneros de mierda! ¡Soy anticomunista, antiperonista y antimontonero, hijos de puta, hijos de puta!”. Acosta colgó y la miró desconcertado a Silvia. “¿Entonces tu padre es uno de los nuestros?”, le preguntó. El "Tigre" Acosta volvió a llamar y Silvia le dijo a su padre “estoy bien”, “dentro de unos días va a nacer mi hijo y te lo vamos a entregar”.

Una nota de Mariana Carbajal en Página/12 suscitó el interés de Guerriero en la historia de Labayru, esa militante tan díscola como lúcida que justo cuando fue secuestrada estaba a punto de irse de Montoneros. Entonces lo primero que le llamó la atención fue que una chica tan joven trabajara en la inteligencia de Montoneros. Una amalgama de cuestiones fue despertando la curiosidad de la escritora y cronista: el parto en la ESMA --y que a diferencia de otros casos los militares no se apropiaron de la beba sino que la entregaron a los abuelos paternos-- y el repudio que padeció por haber sido forzada a acompañar a Astiz en la infiltración en Madres de Plaza de Mayo. “Yo no sabía del estigma que pesaba en algunos sobrevivientes, para mí fue una sorpresa ese ‘algo habrá hecho’ para haber sobrevivido”, confiesa Guerriero y agrega que otro condimento importante es la historia de amor de Silvia con su actual pareja, el psicoanalista Hugo Dvoskin, un amor de la adolescencia que quedó trunco por el secuestro. “Silvia intentó acudir a Hugo cuando salió de la ESMA con telegramas y cartas que nunca le llegaron porque fueron destruidas por los padres de él; con lo cual era una especie de tragedia shakespereana un poco romántica”.

Silvia Labayru. Imagen: Sandra Cartasso. 

“La violación se separó del resto de los tormentos recién en 2010, antes estaba subsumida en las torturas, lo cual ya es bastante sintomático, como si ser mujer y ser violada no tuviera ninguna especificidad”, advierte la autora de Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños, Una historia sencilla, Plano americano, Opus Gelber. Retrato de un pianista, La otra guerra y Zona de obras. “El juicio por violación a los represores no hubiera sido posible antes, me parece que la idea del consentimiento con sus complejidades está en la conversación pública en los últimos años, muy recientemente, con los feminismos. El fiscal le hizo preguntas muy raras para una víctima de violación en uno de los interrogatorios que ella tuvo en el juicio”, recuerda Guerriero.

Una víctima incómoda

--La víctima de una violación siempre tiene que lidiar con la sospecha; se pone la carga más en la víctima que en el victimario, ¿no?

-Sí. Fijate en el caso de la chica que fue violada por Dani Alves. La primera reacción de ella cuando hizo la denuncia fue decir, a través de su abogado, que renunciaba a la compensación económica para que nadie pensara que lo estaba haciendo por interés. O sea que renuncia a un derecho para probar su calidad de víctima; es absurdo y cruel. Imaginate en el caso de Silvia, que estaba secuestrada y torturada, era muy complejo hacer una denuncia por violación. Cuando salió de la ESMA, tuvo que dejar el país de un día para otro y llevarse a una niña de año y medio que apenas conocía y que no sabía cómo criar. Cuando rompió aguas en la ESMA, ni siquiera entendía qué era eso que le pasaba. Obviamente no había tenido revisión ginecológica, no sabía lo que era el trabajo de parto. En el exilio encima se encuentra con el repudio de los que habían sido sus compañeros. Con lo cual sus preocupaciones pasaban por resolver las urgencias cotidianas, aunque tenía mucho apoyo económico de sus padres. Pero tenía que buscar un lugar dónde vivir con un matrimonio que estaba en plena crisis.

-Silvia nunca objeta la lucha por Memoria, Verdad y Justicia, pero en un momento dice: “Yo no era peronista ni cuando era montonera. Si cuando me muero cubren mi ataúd con una bandera de los Montos, resucito y los mato a todos”. Es muy autocrítica y a la vez tiene un sentido del humor incorrecto. ¿Esta combinación la vuelve una voz incómoda y molesta?

-Depende para quién. Yo creo que es una víctima incómoda por incorrecta también, primero porque no cumple con las características prototípicas de la víctima que está rota y quebrada; hay gente que nunca se recupera de verdad, pero Silvia tiene otro temple y otra postura, seguramente a los veinte años estaba mucho menos equipada, después el encuentro con determinadas personas la fue rearmando. Es una víctima incómoda por esta autocrítica que ella hace, que no todos en el libro comparten. Yo no creo que ella tenga arrepentimiento, lo que tiene es una necesidad de asumir cierta responsabilidad en algunas cuestiones en las que cree que la organización se equivocó y también ella deja muy claro que era una mujer de extracción comunista, de izquierda, que encontró en Montoneros una opción para llegar a la gente y producir un cambio de vida. Pero nunca tuvo una convicción peronista profunda, como sí la tuvieron otros con los que hablé para escribir el libro. Para mucha gente puede ser un discurso con el que no estén en absoluto de acuerdo y hasta pueda resultarles incómodo. Pero ya vemos lo que pasa con las cosas que no se hablan; lo que barrés debajo de la alfombra en algún momento estalla y a mí me parece muy valioso que la conversación se dé en el ámbito de la militancia y no que sea apropiada por otros sectores.

Delación y traición

-¿Por que los sobrevivientes cargan con la mochila pesada de que “algo habrán hecho”?

-Creo que lo que salvó psíquicamente a Silvia es el hecho de no haber entregado nunca a nadie, y haber cantado la cita que tenía con su marido, aguantando la tortura embarazada, dos horas después cuando ya no había manera de que lo encontraran. Eso te salva, aunque los demás digan lo que digan. Yo no soy una especialista en el entramado de Montoneros ni del ERP, lo que puedo decir es que me parece que si tenías la convicción de entrar a una organización armada los requisitos eran muy duros sobre la traición o el delatar a alguien bajo tortura; estaba penado con juicios revolucionarios…. A (Roberto) Quieto le hicieron un juicio revolucionario mientras estaba secuestrado. Entregarle la opción de la muerte a los militantes bajo la fórmula de la pastilla de cianuro era una declaración de principios porque eso no solo era un resguardo para no sufrir, sino también un resguardo para los demás, para que no se quebraran en la tortura y no cantaran. El que sobrevivió a las torturas sale con la sospecha acerca de qué cosas habrá tenido que negociar, si delató, entregó compañeros, si salió a marcar. Yo creo que en una situación de cautiverio y torturas es pedir lo imposible… Por supuesto que no es lo mismo levantar la mano y decir “voy a salir a marcar” motu proprio que ser obligado y arrastrado a hacerlo. En ese momento no había lugar para las sutilezas. Sin justificarlos, intento entender qué es lo que pasó para que fueran tan duros con Silvia; pero también había muchos malentendidos y confusión. Como le pasó a Lydia Vieyra, que llegó a España exiliada después de la ESMA, y sus hermanas que estaban viviendo allá le dijeron que volviera a la Argentina, que ellas no la iban a recibir porque pensaban que había sido la delatora de una de las parejas de las chicas. Después, con el paso de las décadas, se pudo probar que no fue así. Pero en ese momento la palabra de Lydia que decía que ella no había hecho nada no era válida; por eso me parece tan importante rescatar los testimonios, para evitar versiones que se enquistan como si fueran una verdad que no es.

--Hiciste muchas entrevistas para perfilar a Silvia y tuviste algunas reticencias, como por ejemplo la voz de otro sobreviviente: Martín Gras, quien te contestó que la mejor intérprete de la vida de Silvia era ella misma. ¿A qué atribuís esa actitud? ¿Por qué no quiso hablar?

-No lo sé; es muy difícil leer un silencio, pero me sorprendió, yo pensé que iba a hablar. Él me dio sus motivos y me dijo que no hablaba de las víctimas sino de los verdugos. 

Como una directora de orquesta dispuesta a escuchar la diversidad de voces que afinará después, Guerriero se reunió durante dos años con Labayru y la acompañó a visitar la ESMA; entrevistó a ex parejas, excompañeros del Nacional Buenos Aires, excompañeras de militancia, familiares y amigos. “Silvia no leyó el libro hasta diciembre del año pasado, cuando ya estaba en imprenta y no se podía cambiar nada. O sea que se bancó toda la situación con un aplomo encomiable”, resume la autora de La llamada.

La oveja descarriada

--Uno de los momentos más conmovedores es cuando Silvia se encuentra en la ESMA con la persona que la entregó, una de las hermanas Beretta. ¿Cómo recordás el momento que te contó esa escena?

-Silvia tiene una capacidad de comprensión de la naturaleza humana muy especial, quizás por todo lo que le pasó, también porque se ha psicoanalizado muchísimos años. Cuando la confrontaba con una versión distinta sobre un hecho complicado, ella me decía: “qué raro que te diga eso; es su versión, está en su derecho”. No es para nada una santa, es muy compleja, pero parece poder comprender a las hermanas Beretta, que están desaparecidas. Una de ellas la delató bajo torturas en la ESMA. Silvia sintió impotencia y una frustración muy grande porque se suponía que ella estaba cambiando el mundo para que estas chicas de familia muy humilde estuvieran mejor. Cuando Silvia les insistió que tenían que “levantar todo”, que en la jerga era que tenían que renunciar al trabajo en el que estaban, ellas le dijeron que no podían hacerlo porque los padres dependían de ellas: “¿Dónde vamos a sacar el dinero?”. Eso le debe haber quedado como una espina clavada en el alma, pero me imagino que no habrá sido fácil encontrarse con estas chicas y saber que había sido una de ellas su delatora. No creo que haya sido una situación del tipo “soy Jesucristo y te absuelvo”, pero no hay en ella el menor rastro de encono.

-La pregunta más incómoda para el sobreviviente es por qué se salvó. En el caso de Silvia es probable que la hayan visto como “la oveja descarriada” de una familia militar, ¿no?

 

-Silvia construyó ese relato para los militares de la ESMA. Les vendió un poco esta historia de que era una pobre chica, que los padres se divorciaron y que se equivocó. Como los militares eran antisemitas y racistas, ayudó que Silvia fuera rubia, de ojos azules, de familia militar y que hablaba inglés y francés. Ella era alguien que tenía que volver al redil, era recuperable, en la concepción que tenían los militares. La mayor perversión para los sobrevivientes es no saber por qué se salvaron. Nunca van a saber por qué los eligieron y por qué después de torturarlos los dejaron libres, sabiendo que iban a cargar con el estigma de la traición. Soltar a alguien era arrojarlo también a sus propios leones.