Hace ya varias semanas, durante la ceremonia de los premios Grammy, el joven artista country Luke Combs hizo un dúo con Tracy Chapman. Quienes vivimos la segunda mitad de los años 80, incluso como niños, la conocemos bien. Tracy era una superestrella. Combs versionó, el año pasado, su mejor canción, la extraordinaria “Fast Car” y tuvo un éxito inmediato y premiado. Todo ese disco, el debut de Chapman en 1988, es una maravilla. Yo lo tenía en vinilo, y la vi tocar en vivo en Amnesty, cuando tenía doce o trece años. La recuerdo también por cómo se hablaba de ella: eran tiempos sin corrección política y se mencionaba muchísimo el color de su piel, ese chocolate sedoso; se especulaba sobre su sexualidad y, sobre todo en la generación de mis padres, se la llamaba “la negrita de Amnesty” (¡no lo nieguen!). Quienes no vivieron esa etapa también la conocen por la sencilla razón de que esa canción, y otras dos, “Baby Can I Hold You” y “Talking ‘Bout The Revolution” suenan en la radio desde hace más de treinta años sin parar. Quien ya no escucha radio porque es demasiado joven alguna vez debe haber tomado un taxi o un colectivo y ahí sonó ella seguro.

Chapman se retiró de los escenarios en 2009. Vive en San Francisco, siempre discreta, y tiene los derechos de sus canciones, es decir, cobra cada dólar de ese cover de Combs. La presentación en los Grammys fue hermosa: ella estaba bellísima, tranquila, sus canas en dreadlock eran una obra de arte, la voz deliciosa y triste. La canción en versión de Comb, ganó el premio a Mejor Tema Country del Año en 2023, lo que la convirtió en la primera mujer negra en ganarlo, porque es la autora.

La “cuestión” Tracy Chapman viene siendo hace tiempo una confusión generacional, comunicacional y diría cultural que, aunque parezca menor, ilumina cuestiones desesperantes de nuestro confuso modo de vida actual. Cuando “Fast Car” volvió a ser un mega éxito, la periodista Emily Yahr escribió en el Washington Post: “Aunque muchos celebran que la canción esté en primer plano para que una nueva generación la descubra, esa alegría está empañada por el hecho de que una mujer queer negra tendría cero chances de obtener ese éxito en la música country”. Hay tantos problemas en este párrafo. Suena bien, reivindicativo y puño en alto, pero es vacío y tramposo. En primer lugar, “Fast Car” no es una canción country, no se la consideró así en su momento --con razón-- y fue nominada a Canción y Disco del año en los Grammy de 1989, además de Mejor Perfomance Femenina, Mejor Disco Folk y Mejor Debut, todas categorías en las que ganó. La canción fue certificada platino, cuando eso significaba algo, en decenas de países. Gareth Roberts, guionista de Dr Who, escribió: “Lo peor del artículo es que borra el éxito real de Chapman en los ‘80, sugiriendo que ser una lesbiana negra arruinó sus ambiciones. En el mundo real, fue celebrada por la industria. El artículo es una re-escritura de la historia gay para que se acomode a los parámetros de hoy”. En todo caso, la prensa no puede ni quiere dejar ir esta oportunidad. Casi se los notó decepcionados por la felicidad con que Tracy Chapman celebró el logro y la versión de Combs, por cómo no la consideró una apropiación ni le molestó que él sea un chico blanco de Carolina del Norte. Al contrario. Sin embargo, el New York Times escribió luego de los Grammy: “Cuando estuvo en el mismo escenario en 1989, Tracy estaba sola con su guitarra. Ahora fue diferente por la presencia de Combs, que se dirigía a ella con reverencia. Parecía representar a gente a lo largo de los años, de todas las razas, géneros y generaciones, que sintieron sus deseos más profundos reflejados en esta canción”. La periodista del Times parece pasar por alto la Historia: no es, ni de cerca, la primera vez que Tracy Chapman está sobre el escenario con un chico blanco y un público que adora su canción. En septiembre y octubre de 1988 la gira de Amnesty llevó a Tracy Chapman junto a Bruce Springsteen, Sting, Peter Gabriel, Youssou N’ Dour y artistas de cada uno de los países visitados (como Argentina, Japón, India, Grecia, Brasil, Costa de Marfil) a presentarse ante cientos de miles de personas en el Camp Nou, Wembley, el Tokyo Dome, el estadio de River y muchos más: entre los artistas invitados estuvieron k.d. lang (artista country, canadiense y lesbiana), Milton Nascimento, León Gieco e Inti-Illimani, por citar algunos. Es decir: reconocimiento, público masivo, todas las edades, todas las razas arriba y abajo del escenario. Tracy Chapman ya lo hizo. ¿Acaso Lindsay Zoladz, del NYT, lo ignora? ¿Acaso cree que los Grammy son un escenario más importante que el mundo entero en la era pre digital?

Los datos, el periodismo, la capacidad de relacionar hechos sin interponer histeria o relato del momento: todo tiembla. El 10 de febrero pasado, el New Yorker publicó un artículo llamado “¿Están los medios preparados para su extinción?”. Desarrollaba: ya no se trata de la desaparición de el papel. La prensa en general está en una crisis grave. NBC, Vox Media, Vice News, Spotify, Condé Nast (que publica Vogue, New Yorker y Pitchfork) echaron a casi 3.000 trabajadores en 2023. Hay que sumar a esa crisis cada país y sus medios, los que se reducen y los que cierran. Matthew Goldstein, el investigador que habló de extinción, citó motivos claves: los consumidores están quemados por las noticias y no las leen, las redes sociales ya no promocionan artículos periodísticos y también hay cuestiones técnicas de buscadores e inteligencia artificial que hacen difícil llegar a la información. Goldstein escribe: “No está claro cómo se va a configurar el panorama además de lo obvio, es decir: menos periodistas. La crisis está aquí y necesita una solución si queremos que haya talento joven en los medios”. El artículo tantea opciones sobre cómo redefinir la relación de la prensa con su público: son, por ahora, velas en la oscuridad.

El periodismo que no sabe investigar o que, cuando lo hace, lee mal los datos –en el caso de Chapman, lo hace pensando en un lector que no admite complejidades-- es muy dañino hoy, porque necesitamos más que nunca claridad. Todo es nebuloso, distinguir lo que es “real” nunca fue más difícil –¿en quién confiar, además?--, incluso los datos no le importan a esa gente quemada. La claridad es necesaria incluso en casos como los de Tracy Chapman. Porque, si se falla ahí, ¿qué tipo de imprecisiones se comunican sobre Yemen, Congo, Ucrania? ¿Cómo explicamos la violencia política de Ecuador y El Salvador? ¿Qué hacemos con el periodismo científico y la crisis ambiental y sanitaria? No se trata de un Grammy, ni una elegante mujer cantante de folk, ni de los shows de Amnesty: se trata de construir la Historia. El periodismo siempre tuvo, tiene y tendrá errores, opiniones sesgadas y favoritismos discutibles. Pero lo que no puede hacer es contribuir a la nebulosa general. Y es difícil tener la cabeza despejada con una guillotina tan cerca del cuello.