Un poeta, o mejor dicho: un hombre, que en este gesto se hace poeta, encuentra las palabras para decir un dolor insondable, causado por la banalidad del mal. Y al tocar lo real con la palabra, en ese contacto, pone las palabras a decir más allá del tiempo y del espacio. Un poeta que habla por su tribu de dolientes, que le habla al poder duro y al pueblo ensordecido, ya es más que hombre y más que poeta: es profeta. Y al reunir sus certeros versos y ponerlos a andar en forma de libro, interpela a la sociedad y al poder.

Gabriel Caciorgna es ese poeta. Suéter punto garbanzo es ese libro. Publicado en 2023, a diez años de la explosión de calle Salta 2141, expande el eco de su crónica del hecho, en dos tiempos: primero el testimonio, luego los efectos invisibles en la subjetividad. El libro fue publicado en la colección Alfa de la Editorial Biblioteca de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil: institución que como él, como tantos, ha renacido de los escombros de otra destrucción causada por la banalidad del mal. Acaso no comparables, acaso sí. 

Suéter punto garbanzo es un libro de imprescindible lectura, cuyo reclamo tan potente de justicia y memoria hay que hacer resonar. Es la primera obra publicada de un autor que estuvo entre las primeras filas de los afectados por una explosión de la que hasta ahora solo fue condenado un culpable, "un perejil", como se apunta satíricamente en un poema. Gabriel Caciorgna es primo de María Emilia Elías, la joven mujer de 28 años con síndrome de Down que fue hallada entre los escombros abrazada a su perra Abril, que sobrevivió protegida por su cuerpo. 

Los medios del mundo entero se hicieron eco del relato, que dieron a consumir con los lugares comunes desexualizantes que suelen circular como discursos sociales sobre las personas con más inteligencia emocional que abstracta: se dijo que era "un ángel" (?). Caciorgna honra su vida, su alegría, su humor, su picardía y hace así un retrato vivo de María Emilia, que no obtura la pérdida sino que coexiste con el duelo interminable. Nos la acerca a los lectores, nos dice en un poema: "porque uno puede llorar abrazado a un perro / y no está solo // porque uno puede morir abrazado a un perro / y no está solo". Y evoca: "aprovechábamos las tardes de verano / esa vista al horizonte que se acabó".  

Interminable el duelo porque no hubo verdadera justicia; porque la cadena de obvias y probables negligencias de la empresa proveedora del gas y de los organismos estatales reguladores sigue impune, a diez años de aquel 6 de agosto que se conmemora con la bomba de Hiroshima. Esas irresponsabilidades hicieron estallar dos edificios, matando a 22 personas, hiriendo a 62 y causando graves pérdidas materiales. El poeta denuncia también la indiferencia del entorno, de un boulevard Oroño gentrificado que siguió corriendo estos 10 años como si no hubiera pasado nada: una Rosario que olvida.   

Para contar un real inenarrable, para ser el testigo que asumirá la responsabilidad de (valga la redundancia) "responder / aun por lo indecible", es preciso hallar "un aleph", un punto de acceso a la verdad. En medio del caos y del horror, Caciorgna encuentra tres palabras, que el azar le regala, en una página tirada en el piso. Ellas darán título al libro. Ellas, y esa imagen, se vuelven recurrentes como un sueño de trauma a lo largo de la segunda parte. El suéter que ya no se tejerá es sinécdoque -metonimia de la parte por el todo- de los proyectos que aquellas veintidós muertes evitables dejaron inconclusos.

El poeta elige sus palabras con un cuidado extremo, ejemplar, acaso comparable al que hubieran debido tener los imputados para que no estallara todo. Señala la ausencia, en los medios, de la palabra "desaparecidos" durante la búsqueda de personas que no se sabía si estaban vivas o muertas bajo los escombros, "ese adentro convertido en un abajo". El poeta asume su rol de intelectual como sujeto político dotado de voz pública y confronta ese otro "cuidado" discursivo, que solo cuidó a los imputados. Y denuncia, en otro poema, no solo la negligencia, sino la codicia empresarial que provocó el desastre. 

Esta poesía valiente nos humaniza ante lo injusto. Si un poema resume el sentido del libro, es "Nuevo código civil". Este reúne toda su potencia moral y admite hoy nuevas lecturas, de inesperada actualidad. Allí la voz del poeta se hace eco de la querella judicial por la explosión de 2013, mientras bosqueja entre lineas una definición filosófica de la vida como lo regulado; no sin amarga ironía, porque del literal dispositivo del "regulador" dependían aquellas vidas que se perdieron. 

Gabriel Caciorgna elige así con premonitoria precisión un término del expediente de la causa y de su relato mediático, en el que se inscribe de forma impensada (impensada, porque la última versión del texto precede por meses al mortífero DNU desregulador emitido hace una semana) el trazo profético: "desreguladas / la nube de gas, / las llamas, / la demolición // desregulados / el regulador / y los entes reguladores // la muerte desregulada, / minuciosamente democrática / el mismo dolor sin distinciones / entre dueños e inquilinos / herederos forzosos y no // qué poco valen las  leyes, / palabras sólo palabras // la justicia serpiente / siempre muerde a los descalzos // en el ostracismo / de no poder llorar / de no poder decir al dolor / sólo una hoja de papel / tirada en el piso / -suéter punto garbanzo- / decía".