Un jueves de un mes en que el dólar ni subía ni bajaba, el anfitrión nos demostró sus artes en la elaboración del pesto. El secreto, dijo, está en el color. Y mientras el verde brillaba como kriptonita en nuestros platos de fideos, mencionó la ley de radicación de capitales, es decir, la innovadora 14.222 del año 1953. Uno de los nuestros dijo: ¿desde cuándo la economía es tema de esta tertulia? Como si no lo hubiera escuchado, el anfitrión retrucó con su ya clásico desafío: ¿oyeron hablar alguna vez del agente Smith? Alguien negó con la cabeza; otro frunció el bigote radiante; y el que estaba a mi lado tiró tímido: ¿el de Matrix? Ante la decepción del anfitrión, pedimos mayores precisiones.

Su nombre era Lawrence, Lawrence Smith. Fue el primer agente literario que tuvo la Argentina y el fundador de la primera Agencia Latinoamericana de derechos de autor tanto literarias, teatrales como cinematográficas. Está mencionado al pasar en muchos libros, algunos muy recientes como Cartas de Walsh a Donald A. Yates que rescató el investigador Juan José Delaney. Sin embargo, la historia de su vida y los secretos de su trabajo, por extraño que parezca, apenas si se contaron hasta hoy. ¿Lo merece? El agente Smith es el eslabón fundamental entre la literatura argentina y la literatura inglesa del siglo XX. La pieza clave para el desarrollo de la traducción literaria en ese idioma y, desde ya, para la historia de las editoriales en el país. Entonces, adelante.

Smith nació en Manchester en 1909, y fue hijo de otro Lawrence, de origen irlandés, católico y rentista. Estudió literatura en la Universidad y comenzó su vida laboral como docente en un colegio de Nottinghamshire cerca de los bosques en donde Robin Hood se hizo leyenda. Allí, escribió cuentos y poemas. En 1936 escuchó con atención la propuesta que le hizo un amigo: vender derechos de obras inglesas en Argentina “país donde ninguna editorial paga lo que publica”. La idea lo sedujo y se embarcó a Buenos Aires acompañado de su hermana Ann Smith, especialista en Shakespeare y más tarde directora del Belgrano Girls School. Al principio, tanteó el panorama editorial y comprobó que casi ninguna editorial desembolsaba un peso en derechos. Mientras tanto, dictó clases de idioma, estudió piano y se dedicó a buscar primeras ediciones de títulos ingleses que entonces eran más fáciles de conseguir en Buenos Aires que en Inglaterra. Así fue que entabló amistad con los editores recién llegados al país tras la Guerra Civil Española como Antonio López Llausás, Nicolás Urgoiti y Gonzalo Losada Benítez.

Folleto de la primera agencia literaria argentina.

A comienzos de 1938 recibió un llamado telefónico. Se le ofrecía desde Londres vender los derechos de traducción y publicación de una novela que en un mes había batido récords de ventas en Inglaterra y Nueva York. Se trataba de Rebeca de la enigmática Daphne du Maurier, narradora que más tarde escribiría memorables cuentos de terror. De concretar el negocio, él embolsaría el 10 por ciento por comisión. Aceptó. Le enviaron por correo la edición inglesa del sello Gollancz, y al abrirlo, leyó la recordada línea: “Anoche soñé que regresaba a Manderley”. Smith sintió el impacto al igual que Alfred Hitchcock. El director inglés filmaría su primera película hollywoodense basándose en esa historia: una joven tímida se casa con un viudo millonario que la lleva a vivir a una imponente y ruinosa mansión donde será “vampirizada” por los recuerdos de quienes conocieron a la primera mujer del magnate, una mujer insuperable en belleza e inteligencia: la suicidada Rebeca.

Tapa de Rebeca, de Daphne du Maurier, primera edición argentina.

Pero la oferta tenía una cláusula: si en 24 horas no conseguía editor se caía el negocio. Smith se movió rápido, intuyó que algo de su destino estaba en juego. Llamó a Losada, fundada ese mismo año por su amigo Gonzalo, pero no quiso. Discó entonces otro número de teléfono. El español Carlos Torrendell lo invitó a tomar café y le extendió un cheque por 200 dólares. Así, Rebeca se editó por primera vez en Argentina en Ediciones TOR. La llegada a librerías se demoró hasta 1940 para esperar el estreno en Buenos Aires (28 de marzo) de Rebeca, una mujer inolvidable con la dupla Joan Fontaine y Laurence Olivier. El mismo día que Smith concretó la venta mandó a membretar en hojas de papel: “Lawrence Smith Agency. Author' s Publishers' representative”. La agencia L.S.A. había sido fundada.

El anfitrión corrió los platos de fideos y desplegó sobre la mesa un folleto de la agencia con motivo de los 20 años de su fundación donde se podía leer una lista impresionante de autores representados: de Faulkner a Hemingway; de Shaw a Hammett; de Capote a Dylan Thomas; de O'Neill a Chandler; de Green a Elliot; de Rohal Dahl a Agatha Christie; y, entre muchos otros, también Ray Bradbury. Precisamente fue Smith el nexo necesario para que en 1954 Paco Porrúa obtuviera los derechos de Crónicas Marcianas, libro que en 1955 inicia la editorial Minotauro. En aquel folleto --gentileza del economista y cantante Lorenzo Smith-- se dice que la agencia actuaba “exclusivamente en interés de los autores” y que se alineaba junto al espíritu de las democracias capitalistas occidentales: “Esta agencia no acepta libros de autores comunistas ni desea hacer negocios con editoriales totalitarias”. De ahí que en su catálogo figuren obras de Konrad Adenauer (primer canciller de la Westdeutschland) y del historiador Robert J. Alexander, junto a textos de Churchill, y hasta del mismísimo Orwell: 1984 y Rebelión en la granja, por ejemplo.

Creada 1938, la L. S. A. comenzó a funcionar en 1940 en la calle Virrey del Pino 2446, edificio de construcción lecorbusiana que aún resiste en el barrio de Belgrano. Allí, Smith solía recibir a un joven Rodolfo Walsh.

La relación entre ambos fue cordial y se intensificó entre 1954 y 1955, años en que Walsh estaba inmerso en las cuestiones editoriales. ¿Por qué? Porque su amigo Donald Yates, que de alguna manera ejercía el rol en Estados Unidos de agente de autores argentinos, quería saber cómo era el negocio en Argentina. Walsh le pinta un panorama desalentador culpando a la ley 14.222 que el peronismo había dictado para evitar la fuga de dólares. Se queja de las trabas para el pago al exterior y por consiguiente de la merma en traducciones. Se reúne varias veces con Smith para analizar el problema. Pero Smith es prudente, no suelta secretos, intuye la competencia. Walsh lo llama un hombre “amable” y Smith elogia sus cuentos y hasta le propone representarlo afuera. A comienzo de 1955, Walsh ya reconoce por carta a Yates los beneficios de la ley y hasta se le ocurre sugerir a los escritores que tienen sus regalías depositadas en pesos en cuentas bancarias nacionales en invertir en acciones de empresas que han decidido radicarse en el país como la automotriz IKA y así obtener un 8 por ciento anual de ganancias en dólares. “La ley es aún más favorable de lo que yo pensaba”, escribe Walsh y sueña con que los autores compartan sus dividendos para la creación de una revista de cuentos policiales. La idea no prospera. A los pocos meses Walsh y Yates crean la “New World Literary Agency” para competir con Smith. Pero esa idea tampoco funciona.

 

Smith siguió trabajando hasta el año 1992, cuando muere en Buenos Aires. Todos los testimonios dispersos en cartas remarcan su intachable honestidad y el respeto por sus representados. Una de sus hijas guarda enmarcada una carta de puño y letra de Bernard Shaw dirigida “al sensible agente”. Dice: “Deje de enviarme cheques por 10 chelines ¿usted cree que vivo al día?”.

La carta de Bernard Shaw a Lawrence Smith.