“¿Qué pasa cuando fotografiamos a las mujeres y diversidades marrones como sujetos de belleza, utilizando los mismos dispositivos que dichos medios poseen? ¿Podemos empezar a mirar por fuera de los estereotipos hegemónicos que consumimos cotidianamente?”, se preguntaba Alejandra López en el texto curatorial de Belleza Marrón, un ensayo fotográfico que la fotógrafa presentó recientemente en el Centro Cultural Borges y que tenía como propósito “combatir imágenes con imágenes” la idea naturalizada de que la única belleza posible y representada en los medios de comunicación es blanca y europea.

Alejandra López es una de las retratistas más reconocidas del país. En sus 30 años de trayectoria fotografió a grandes personalidades de la cultura y las artes. Su carrera como fotógrafa comenzó en 1990, en la revista El Porteño. Pasó por otras redacciones antes de lanzarse, en 2009, a dar forma a su proyecto independiente y tener un estudio con su marca. Lo suyo es el retrato: “con el retrato hago hincapié en el vínculo. Lo considero uno de los géneros más apasionantes. Fotografiar es mi manera de investigar el mundo; y lo que más me interesa de este mundo son las personas”, comparte.

Retrató a una gran cantidad de escritores y escritoras para las solapas de sus libros, entre ellos, Ricardo Piglia, David Viñas, Hebe Uhart, Marcelo Cohen, Martín Kohan, Juana Bignozzi, Adolfo Bioy Casares, Fabián Casas, Juan Forn, María Moreno, Diana Bellesi... También posaron para ella otras personalidades destacadas de la cultura y las artes, como Charly García, Gabo Ferro, Sandra Mihanovich, Alejandro Urdapilleta, Graciela Borges, Ricardo Darín, Diego Peretti, Cecilia Roth, Elena Roger, Rómulo Macció, Leonardo Sbaraglia, Sara Rus, Gustavo Santaolalla... Y realizó una gran cantidad de muestras y exposiciones, entre ellas, Retratos (2001); La máscara (en el Festival Internacional de Teatro); Retratos de la Memoria (imágenes de sobrevivientes del Holocausto) en el Museo Judío de Frankfurt; Algunos escritores (retratos de escritores argentinos; 2011); Ese día (serie de retratos de víctimas sobrevivientes del atentado a la Amia; 2021) y Belleza Marrón (2023).

En diálogo con Página/12, la fotógrafa argentina señala la violencia estética que subyace a la imagen y recorre sus treinta años de trabajo detrás de la cámara, décadas durante las cuales el denominador común ha sido “escuchar a las mujeres sufrir por su aspecto”. La exhibición que realizó con el colectivo antirracista Identidad Marrón (IM), la reproducción de estereotipos a través de la fotografía y el género del buen retrato, cuyo secreto está justamente en “entender y naturalizar que la belleza es diversa”.

--¿Cuál fue el disparador de Belleza Marrón?

--Siempre me preocupó el tema de la gente que queda fuera del estereotipo. El racismo es una realidad que me interesa en términos personales. El racismo aplicado a la belleza resulta en un combo muy violento. Conocí el trabajo de Identidad Marrón a través de las redes sociales, en plena pandemia. Identidad Marrón trabaja el racismo estructural en todos los planos, pero a mí me interesó una línea de trabajo que vincula la representación de las personas marrones en los medios de comunicación. Ellos señalan que “no hay marrones en las revistas, en las películas, en la televisión, al menos que estén asociados a un contexto de pobreza, marginalidad, son víctimas o victimarios”. Esto fue lo que me manifestó el colectivo en esa primera charla, que resultó un poco lo que yo pensaba: crecés en un mundo donde vos no estás. La mujer marrón es la piquetera, la que aparece en el comedor del barrio; no se la muestra nunca como sujeto de belleza. Cuando aparecen en los medios siempre es asociado a lo marginal. Pensándolo desde una perspectiva más feminista, ¿qué mujeres marrones aparecen en los medios? Bueno, aparece la cocinera comunitaria, aparece Ramona cuando se muere porque es noticia o porque reclama el agua en un barrio que no tiene agua, aparece una chica dando la teta en un piquete, o sea, siempre asociadas al territorio, a la pobreza, al conflicto. Una mujer marrón asociada a la belleza es algo invisible, imposible, inaceptable sería la palabra.

--¿Cómo se materializó la muestra?

--Nos reunimos por zoom en pandemia. El colectivo Identidad Marrón es muy horizontal, pensaron juntos y juntas la propuesta y a la semana me respondieron que les encantaba el proyecto. Tuve la suerte de que se prendiera Jorge León, que es un gran estilista. No hubo casting. Le propuse a Identidad Marrón hacer el trabajo, hicimos una grilla, las que se quisieron inscribir se inscribieron y las que inscribieron se fotografiaron. Lo importante era que fueran activistas, no se buscaba que fueran de cierta manera físicamente. La idea era que el acto de posar fuera un acto de militancia, de participar de un hecho artístico político. Algo fundamental era que el equipo de producción fuera de primera línea; quienes trabajáramos en eso debíamos ser también quienes solemos trabajar en las tapas de revistas, como se trabaja en cualquier lugar mainstream, porque la cuestión era ver qué pasa cuando sacás a esa gente del territorio y la ponés en el lugar en que ponés a cualquiera.

--¿Y qué pasó?

--Pasó de todo y excedió completamente nuestras expectativas. Por un lado, fue muy increíble la recepción que tuvo en las fotografiadas, que vivieron la experiencia con mucha felicidad y celebración. Identidad Marrón está compuesto por activistas, con lo cual sus integrantes tenían claro que estaban participando de un acto político. De lo que se trata es de dar vuelta la cámara y mirar a otras personas, a otras mujeres. Las pocas veces que una modelo de rasgos indígenas aparece en algún medio en general tiene que ver con que hay una marca que hace tejidos y que le compra a las tejedoras en Jujuy, por ejemplo. Y no. Lo que tenemos que entender y naturalizar es que la belleza es diversa. Lo que me nutrió este trabajo es incalculable. Quería que la muestra fuera un granito de arena para la discusión, pero realmente excedió largamente mis expectativas.

--¿Cuál fue la respuesta del público?

--Recibí una gran cantidad de mensajes conmovedores de mujeres que lloraban y repetían lo que agradecían haber visto esas fotos, después de toda la vida sintiendo que no podían ser lindas: “por fin veo a una persona como yo fotografiada de esa manera”... De este tipo de mensajes, muchísimos. Creo que el trabajo cumplió el cometido de generar discusión y movilizar. Formó parte de la muestra un escrito de Flora Nómada, artista visual e integrante de Identidad Marrón, sobre lo que implica crecer en un mundo en el cual la belleza y tus rasgos no tienen nunca un punto de contacto. Como señala Flora en el texto, “Latinoamérica posee un enorme componente de población indígena, y Argentina no es la excepción, aun cuando socialmente se muestre como el país cuyo origen se remonta únicamente a los descendientes de los barcos que llegaron de España e Italia. (…) Sin embargo, la realidad muestra algo distinto: en Argentina, el 56 por ciento de la población posee antepasados indígenas. Por eso, es llamativa la ausencia de lo marrón indígena en las imágenes que vemos cotidianamente”.

--¿Hay algún denominador común entre las personas que se acercan para ser retratadas?

--El 99 por ciento de la gente manifiesta incomodidad; en general, todos se ponen muy incómodos con la situación de ser fotografiado. Hay gente que lo tolera mejor, gente que lo tolera peor y un escasísimo 1 por ciento que lo disfruta. Todo el mundo sufre bastante la situación de la foto. Y, por supuesto, las mujeres el triple.

--¿Cómo suele manifestarse ese sufrimiento?

--Es muy impactante. Un tipo viene a una sesión de fotos y habla del clima, de la ropa que eligió, comenta que está escribiendo un libro. Una mujer viene a hacerse fotos y lo primero que emite es un comentario descalificador acerca de sí misma: “qué pena que me fotografiás recién ahora que estoy vieja”, “esta semana engordé un montón”, “a ver qué podés hacer con esta cara”. Todas, todas. No hay mujer que no diga algo así. No podemos destrabar esa mirada y esa presión demente sobre el cuerpo. Justamente, para Belleza Marrón tomé como herramienta teórica el trabajo de (la socióloga venezolana) Esther Pineda. En Bellas para morir. Estereotipos de género y violencia estética contra la mujer, Pineda dice que la violencia estética es una de las formas de violencia sexista más universal.

--¿Qué aportó puntualmente el enfoque de Pineda a Belleza Marrón?

--Pineda se refiere a la violencia estética y analiza cómo la belleza se organiza en torno a criterios sexistas, racistas, gerontofóbicos y gordofóbicos. Aunque seas “perfecta” --perfecta entre muchas comillas--, tarde o temprano es la edad, es decir, no hay forma de que zafes, porque si tuviste todo hegemónico en algún momento te llega la edad. Es una trampa. Lo que hay que hacer es militar contra eso. El discurso feminista no ha alcanzado ese terreno en lo personal. Todas sabemos ahora que está mal decirle a una amiga “che, engordaste”, pero decimos “che, estás divina, adelgazaste, estás bárbara”. Todas queremos estar flacas, todas queremos ser jóvenes. En el momento del retrato todas estas miradas están muy presentes.

--¿Cambió algo esto que describe a lo largo de los años?

--No, esto permanece igual. Hay algunas diferencias en la actitud de las chicas más jóvenes, las muy jóvenes, las de 20. Este aspecto es uno de los huesos más difíciles de roer en cuestiones de género. Hay una mirada sobre nosotras mismas que no podemos modificar. Seguramente sí lo logren las nuevas generaciones. Hace 30 años que escucho hablar a las mujeres mal de sí mismas. Tengo 30 años de fotógrafa, hice muchos años moda para medios gráficos y siempre me pregunté qué pasa con el 99 por ciento de la gente que no entra en ese esquema (de belleza) con el que nosotros trabajamos; esto es de una violencia muy fuerte. La belleza no es una suma de cosas perfectas, no es armonía; la belleza pasa por otro lado, es mucho más inasible. Es muy difícil para las mujeres tener una mirada amorosa sobre ellas mismas; en general, aquello que podemos advertir en las demás se vuelve imposible sobre nosotras mismas. Solo se mira lo que no encaja en el canon; es enloquecedor.

--¿De qué manera se reproducen los estereotipos hegemónicos a través de la imagen? ¿Varió la forma de fotografiar, de mirar, de concebir la fotografía a partir de las luchas de colectivos feministas y movimientos de mujeres?

--Casi nada, no cambió casi nada. Hay algunas movidas de algunas revistas que intentan poner imágenes un poco más alternativas. Los medios tradicionales todavía son un lugar muy duro en ese sentido. Las redes empezaron a cumplir la función en la reproducción de estereotipos que antes cumplían los medios; se trata de una función mucho más amplificadora porque las redes llegan a muchísima más gente. Mi sensación es que estamos peor, incluso. En ese sentido, Instagram ha sido terriblemente perverso.

--¿En qué sentido?

--El uso de los filtros y toda esta cuestión de no ver a una persona real nos afecta muchísimo, sobre todo a las mujeres. No es casual que seamos uno de los países con más índices de trastornos alimentarios. Todo el tiempo estás viendo en la redes cuerpos y caras irreales. Eso va envenenando la mirada. Y por momentos, hasta la mina más canchera e inteligente piensa: “qué genial Fulana, que tiene 70 y parece de 40”. Y no. No es genial. Una mujer es hermosa a los 30 y a los 60 de manera diferente. Estoy sorprendida con lo que escucho y veo hace décadas. Hace 30 años que trabajo y hace 30 años que escucho lo mismo, que es a las mujeres sufrir por su aspecto.

--Hace un instante mencionó que la experiencia de Belleza Marrón significó un acto político. ¿Cuánto pueden aportar propuestas e iniciativas semejantes para modificar las las concepciones y los cánones de belleza?

--No estoy muy segura de cuánto sirven estos gestos, pero estoy convencida de que todo lo que dé la discusión --un libro, una película, una muestra de fotografías--, todo lo que ponga en tela de juicio cómo debemos ser, para algo tiene que servir. Porque lo más frustrante es que casi todas sabemos que no deberíamos ceder ante la presión del estereotipo, pero es algo casi incontrolable. Entonces todo lo que cuestione esa actitud, aunque nos cueste, algo suma.

--¿Qué mira al retratar?

--Lo que miro es lo que me encanta de esa persona. A veces eso que veo, eso que me gusta, no cotiza para esa persona, pero no porque esté fuera del canon, sino porque no puede dejar de visualizar todo el tiempo dónde está la falla, la mancha, lo que no encaja justamente. Y es un motivo de sufrimiento constante. Eso es el patriarcado; esa mirada es una mirada patriarcal: cómo nos dijeron que teníamos que ser y toda ese industria descomunal que hay para que todas encajemos.

--¿Cómo se logra un buen retrato?

--De alguna manera, el retrato es como una entrevista. Tener una buena entrevista depende mucho del entrevistador, pero mucho también del entrevistado. Con las fotos es exactamente lo mismo: si uno no tiene un fotografiado o fotografiada que esté dispuesta a conectar se puede hacer algo correcto pero no se llega a nada interesante. La disposición a participar de un hecho artístico, con confianza, tranquilidad y entrega, hace que una foto funcione.

--¿Qué retratos o experiencias la marcaron en particular?

--La de Alejandro Urdapilleta fue una sesión muy especial. Un tipo supertímido, a pesar de ser tan histriónico y talentoso; una persona muy sensible y delicado en el trato personal. La propuesta de vestuario y el estilismo que elegimos era una especie de cruce entre esas mujeres locas que él hacía y y un tipo superelegante. Le encantó. Fue una sesión muy particular porque pocas veces sentí tener un partner tan generoso a la hora de pensar, de crear, de proponer. Pidió que hubiera cerveza para relajar un poco. Fue una sesión muy divertida, cálida y, sobre todo, muy creativa. Tengo un recuerdo precioso y esa foto que quiero mucho. Las sesiones con Ricardo Piglia también eran siempre muy entretenidas. Lo fotografié varias veces. Era un tipo encantador, amable, educado. Para mí era un lujo tenerlo a él charlando de tantas de cosas. Lo admiraba mucho. Ya en la última etapa de la enfermedad y casi sin movilidad, quiso que hiciéramos una sesión de fotos. Ricardo ya estaba bastante mal, así que fue un poco traumático para mí porque me resultó muy doloroso verlo de esa manera, pero lo sentí como una especie de honor que me haya llamado; él sabía que era su última foto. A pesar de su situación, Piglia tenía esa mirada luminosa y estaba él, ahí, a pesar de todas las limitaciones que le imponía la enfermedad.