“Soy de una generación/ hambrienta, desprovista”. Con estos versos es que se abre de manera contundente El angel azul (2006), un disco que terminó funcionando como despedida para el cantautor Eduardo Darnauchans, un auténtico mito de la canción uruguaya que todavía es casi un secreto de este lado del río.

Siempre se ha dicho que ese trabajo final del Darno fue un acto de amor de su productor, Alejandro Ferradás, y nunca está de más repetirlo. Me cuenta Ernesto Tabárez --líder del grupo Eté y Los Problems, casi un niño cuando conoció al cantante-- que en aquella época crepuscular el Darno ya no quería grabar, lo único que quería era beber. Así es como se terminó yendo, bebiendo: vaya uno a saber si prematuramente o no, pero con apenas 53 años, dos años después de la aparición de aquel trabajo.

Por lo tanto, Ferradás hizo realmente milagros con un disco que nadie se hubiese asombrado si sólo terminaba siendo un pálido retrato de su intérprete, en el que los fanáticos buscaríamos algún retazo del artista que fue y con eso nos consideraríamos satisfechos, e incluso agradecidos. En cambio, lo que descubrimos fue un álbum entero y apasionante, a la altura de toda su discografía, y que culmina un arco perfecto de tres décadas con su debut, Canción de muchacho (1973). Gran parte de esa impresión la transmite el tema del que comenzamos hablando, “A mis hermanos”, con letra del poeta Eduardo Milán, el único que compusieron juntos.

Ante mi consulta, su viejo compinche y también poeta Victor Cunha --que ha firmado varias canciones con el Darno-- apunta que en realidad nunca compusieron juntos con Milán, sino que cantaban juntos, como parte de la misma barra de amigos de Tacuarembó. Ese poema, explica Cunha, Milán nunca se lo dio sino que el Darno debe haberlo visto mecanografiado, mucho antes de que fuese editado en un libro, y se lo quedó. Algo que seguramente sucedió en la primera mitad de los años setenta, calcula, antes de que Milán se exiliase en México.

Buscando pistas online, el poema sólo asoma en el libro Poetas de Tacuarembó, que Cunha antologó para la editorial Monte Sexto, en 1987. Pero el propio Cunha calcula que debió haber sido parte del primer libro de Milán, Cal para primeras pinturas, del año 1973. Como en las redes no aparece mucho más de la canción o el poema, sigo preguntando y Ferradás recuerda que el tema fue uno de los que primero asomaron cuando se empezaron a juntar en su casa con el Darno a grabar viejos temas olvidados e inéditos. Enseguida lo incorporaron al repertorio, junto con otros como “Estudio sobre caballos”, “Lqqd” (o “Lo que queda demostrado”) y “Sonatina”.

Si “A mis hermanos” terminó abriendo un disco que fue casi la natural conclusión de aquel pequeño proceso arqueológico fue porque a Ferradás le gustó la introducción con la que arranca la nueva versión del tema, una idea del guitarrista Guzmán Peralta.

Arengado por mi propia arqueología, le pregunto entonces a Carlos da Silveira --el guitarrista que acompañó al cantante durante mucho tiempo, antes de que Ferradás llegase a tomar la posta-- por el asunto y su respuesta es inmediata. Era una canción que tenía años de compuesta, explica, pero que no había sido incorporada a los recitales.

La versión original que hacían era muy simple: apenas una guitarra eléctrica acompañando el canto del Darno. “Recuerdo que usaba acordes de novena agregada en algunas partes”, precisa el guitarrista, que agrega que el tema se estrenó en un recital en el Teatro Solís, y que cree que nunca más lo volvieron a tocar. Recién años después se lo encontró en El ángel azul, un disco en el que no participa. Aclara, como si hiciera falta, que la versión que descubrió grabada es mucho más instrumentada.

El dato de cuál fue el Solís en que se estrenó “A mis hermanos” --ni Cunha ni da Silveira podían precisarlo-- se encuentra en Entre el cuervo y el ángel, la biografía del Darno que escribió Marcelo Rodríguez, cuya excesiva meticulosidad me molestó a la hora de leerla pero que descubro celebrando para estos menesteres: fue en noviembre de 1992, en un espectáculo llamado Canciones de amor.

A esta altura, el único testimonio que me falta es el de Milán, y aunque no lo conozco, me atrevo a escribirle un mail a México, preguntándole si es que recuerda cómo fue que su poema llegó a ser canción. Todavía no me respondió, y no se si alguna vez lo hará. Pero la cronología está completa: transcurrieron veinte años hasta que se cantó sobre un escenario, y diez más hasta llegar al disco. Siempre supimos que al Darno no le gustaba apurar sus canciones, pero esto ya parece el colmo. Sin embargo, “A mis hermanos” está bien ahí donde está, abriendo ese último acto discográfico. Es como si siempre hubiese tenido ese destino.

Esa generación hambrienta, desprovista, apunta Cunha, es la generación beatnik. Milán lo tomó veinte años después para su poema, y el arco de influencias y homenajes continúa abriéndose y multiplicando en cada una de sus encarnaciones. Victor Cunha confiesa lamentar que el tema se haya añejado durante tanto tiempo, porque podría haber sido un himno, dice, una canción insignia.

En el año en que Eduardo Darnauchans hubiese cumplido 70 años --nació el 15 de noviembre de 1953--, supongo que hay veces que poco importa lo que queramos, sino que hay que contentarse con lo que tenemos. Pero también creo que himnos hay muchos, y lo que faltan son canciones que sirvan como señales. “A mis hermanos” en esa voz crepuscular termina siendo eso, una señal de que hasta acá llegamos, de que cargamos con todas esas cosas durante todo este tiempo y quedó plantada esa bandera.

Quien quiera tomar el testigo y seguir adelante, que venga nomás. El Darno ya hizo lo suyo. No es poco. Brindemos por eso. Y por todos los que, si tenemos suerte, vengan a buscar esas banderas para continuar ese camino.