Durante una caminata, en una siesta de esas asfixiantes que se viven en enero en el norte argentino, medio en serio medio en broma, le dije a un amigo que me gustaría escribir una novela en la que un grupo de adolescentes que vivía en Catamarca decidía "robarle" el auto al padre de uno de ellos, y manejar hasta Anillaco para secuestrar a Menem.

Aquella propuesta era la síntesis de mi reciente incursión universitaria, mi historia familiar, y la lectura de novelas de Osvaldo Soriano.

A comienzo de los años 90, mi padre, Jorge Gabriel Fontenla, un director de coro y orquesta criado en la ciudad de Bernal, que trabajaba en el Teatro Colón y en colegios de la zona norte de Buenos Aires, decidió mudar a su familia a San Fernando del Valle de Catamarca, para fundar el coro provincial.

La apuesta -que la música clásica se expandiera en el norte argentino- se desarrolló en paralelo al primer gobierno menemista. Años de neoliberalismo democrático, con las privatizaciones y la desindustrialización del país encarnando la gestión. Mi padre lo vio venir. Recuerdo algunos asados con sus amigos, en los que advertía que el “invento” de las AFJP era un negocio privado para quedarse con los ahorros de los jubilados. Estaba bien informado, por aquellos años leía la revista Humor y Página/12.

No creo que la privatización de las jubilaciones fuera lo que más le preocupara a mi padre. Diría que era el cuadro general de pobreza social y cultural que iba construyendo progresivamente el menemismo. Una pobreza social y cultural que llegó a su clímax a fines del siglo XX, y que el gobierno de De la Rúa se ocupó de agravar y conducir al caos y la represión del 2001.

En ese entorno de medios críticos con el menemismo, y los comentarios que escuchaba de mi padre sobre las medidas políticas de aquel gobierno menemista, marcaron a fuego mi adolescencia. Por eso, supongo, cuando mi familia sufrió los reveses económicos del gobierno, y mis padres decidieron divorciarse, mi interpretación fue que el gran responsable de esa caída familiar era el ciclo menemista.

Recuerdo una breve anécdota de aquellos años en la que el propio Menem fue protagonista en mi familia. El Coro Polifónico de Catamarca (que mi padre dirigía) había sido invitado a cantar en una iglesia de La Rioja. Después del concierto, mi padre contó que Menem era una de las personas más carismáticas y amables que había conocido en su vida. De todas formas, ese encuentro que relató mi padre no alteró mi percepción sobre la responsabilidad del menemismo en la debacle de muchas familias.

Por toda esta historia personal, y por la lectura de diarios que mi padre me había inculcado, junto a la de Soriano, Ross Macdonald y Raymond Chandler, es que en aquella siesta catamarqueña surgió la idea de escribir una novela sobre el secuestro de Menem. No era una novela política, era más bien de iniciación. El grupo de amigos decidía secuestrar a Menem durante algunas horas para que uno de ellos -el que encarnaba un futuro periodista-, pudiera realizarle una entrevista en la que el expresidente confesara sus crímenes políticos. Una entrevista que, además, sirviera de trampolín profesional para este joven.

Finalmente, aquello no se concretaba. Durante el desenlace -cuando intentaba entrar a la Rosadita de Anillaco para capturar a Menem, el grupo de amigos se daba cuenta de que aquel plan de secuestro y confesión expresaba una cultura reprobable, basada en la ilegalidad y la ventaja.

Algún día publicaré esa novela que escribí hace unos diez años, y que todavía duerme en la carpeta de mis viejas computadoras. Pero hoy siento que un ciclo llegó a su fin. El que conecta a Menem con mi infancia, mi historia familiar y con mi elección de ser periodista. Es claro, también, la apertura de un nuevo tiempo histórico que se ocupará de juzgar la trayectoria de Carlos Menem. En cualquier caso, que en paz descanse.

* Periodista, excorresponsal en España y Rusia.