Volver a casa nunca es fácil, y mucho menos cuando los hilos que sostienen la endeble armonía de los vínculos familiares son tan finos que están a punto de rasgarse de un momento a otro. Es Mendoza, es de noche y en este reencuentro familiar tiemblan los pisos, las montañas y los secretos, que se escapan entre las grietas que afloran en cada rincón. Escrita y dirigida por Galo Ontivero, y protagonizada por María de Cousandier, Diego Berone, Érica Zaza, Guillermo Perini y Santiago Longo, 4 Temblores en una hora despliega una tensión dramática en tiempo real que supera los constantes movimientos sísmicos que experimenta la familia en reiteradas oportunidades. Con una atmósfera que combina humor con dramatismo, el impecable elenco transita la historia familiar presente anclada en la década del 80, época en la que vivieron en carne propia el feroz terremoto del 26 de enero de 1985 en Mendoza, que dejó un saldo inusitado de muertes, heridas, viviendas destruidas e historias sin reparación posible.

Pedro es gay y concurre a la cena con su amigo Ariel, la hermana no para de hablar por teléfono y de insistir con la herencia dentro de su pequeño mundo de mandatos heteronormativos, la madre permanece sentada al borde del hastío junto al fantasma de su marido, el recuerdo de la perra “la burra” que vuelve una y otra vez y un torbellino de discusiones, escrituras, posesiones, favoritismos vinculares, fugas y el secreto de un diagnóstico de VIH nunca enunciado se sirven en la mesa del comedor justo al pie de un pozo que, en el medio del salón, quedó como saldo de aquel terremoto histórico. Sobre ese portal sin fondo se construyen las tensiones familiares que despiertan el pasado con una fuerza tal que habilita la sospecha de una realidad previa existente, confirmada por su director en diálogo con SOY: “La obra no es un biodrama, es autoficción: lo que narra sucedió de verdad. No con esos tiempos, no esa síntesis espacio temporal que abarca la trama: ahí lo ficcional. Los temblores, el pozo, la burra, la donación, el VIH que nunca conté a mis padres. Volver al 85, al terremoto, fue volver a la necesidad de decir algo que nunca fue dicho. El final original que escribí no lo respeté. Era un final menos contemplativo con la madre, guiado por el resentimiento y que no permitía la reconciliación. Por lo menos mi reconciliación con mi mamá. Decidí apostar por el futuro”.

Los temblores sacuden los recuerdos, el presente de los personajes y nuestro aquí y ahora, viajando en un tiempo que reescribe las historias sobre un pasado aún vivo, ágil, en constante transformación, como la pandemia del VIH y todo lo no dicho que aún espera la oportunidad de ser nombrado: “Creo que el VIH sigue siendo un tema tabú. Todavía es raro, es incómodo, es difícil hablar del tema. No creo que sea un tema superado ni mucho menos. Se decidió que eso es parte del pasado y por lo tanto está superado, pero no lo está. Como dice la madre: “¿Vos estás bien?” Y el hijx replica “Sí, con la medicación siempre estás bien”. Pero no estás bien. El estado nos “cuida”, la sociedad nos “acepta”, pero no creo que el trauma de verdad esté superado. Por ejemplo: hasta el momento, todxs lxs que vieron la obra, amigues, conocides, que no saben que tengo VIH, asocian la obra con algunas cuestiones mías: que soy mendocino, que viví el temblor del 85, que tengo una hermana, que fue mi casa la que se hundió, que tenía una perra que se llamaba “la burra”, pero nadie, absolutamente nadie, me pregunta directamente si tengo VIH. Y en cierta forma los entiendo, es paradójico”, sostiene Galo.

Además de la marcada diferenciación entre hijxs hétero y no hétero en relación al patrimonio familiar y las supuestas necesidades y urgencias propias de la típica hegemonía familiar heteronormativa y reproductiva, la obra también pone sobre las tablas la complejidad de la comunicación del diagnóstico de VIH en el ámbito familiar: “La heteronorma no lo permite. O parece que lo permite, se juega socialmente a que hay permiso pero cuando lo comentás, del otro lado, el que te escucha, no se sabe mucho qué hacer con el tema. Hay una falsa empatía. No saben qué decir”. “4 Temblores en una hora” es historia y presente, y como tal, una reflexión profunda de estos tiempos en relación a otros tiempos. 

En las palabras de Ontivero: “Creo que los más jóvenes muestran su disidencia empoderados en el derecho que tienen los cuerpos, el deseo y el goce a la disidencia. Pero olvidan la historia. El HIV implicó una clausura histórica del goce. No simbólica, real. Los jóvenes están tan preocupados por sus cuerpos que olvidan, a veces y no todxs, las heridas del cuerpo social histórico vedado y amortajado por la heteronorma. De todas maneras, la obra toca el punto de la confesión, la situación de tener que dar cuenta de lo que le pasa al propio cuerpo. Eso no cambia, lxs jóvenes de hoy tienen que seguir dando cuenta de lo que les sucede a sus cuerpos, se los presiona a adjetivarse, a definirse, a confesarse. Y la confesión es atroz. Es la acción diferida de un trauma. Pareciera que para que exista el trauma del contagio tiene que existir el trauma de la confesión. Una confesión sin sentido porque después solo habitará el silencio. Así lo viví yo”.

Funciones: viernes a las 20:30 en Belisario Club de Cultura, Av. Corrientes 1624.