Allá por enero de 1996 una revista encomendó a Jarvis Cocker la misión de entrevistar a David Bowie. Pulp acababa de arribar como tercera posición en medio de la batalla Blur vs. Oasis y el glamour de feria de segundamano de su cantante invadía por entonces las tapas de todos los medios británicos. A pedido del artista Damien Hirst, curador de esa edición de la revista, la charla giró alrededor de la adicción al tabaco, y al momento de hacer la última pregunta Jarvis simplemente consultó al Duque Blanco si encendía sus cigarrillos con fósforos o encendedor. “Wow”, fue lo primero que exclamó Bowie, y enseguida se despachó con la mejor respuesta de toda la entrevista: años antes solía encenderlos con fósforos para dar al ritual un efecto teatral, pero para entonces los cigarrillos ya no tenían la potencia simbólica de otros tiempos, esos en los que al fumar sobre el escenario pretendía dar la sensación de que no tenía por qué cantar sus canciones y lo hacía como un favor al público. Así que ya no más fósforos, solo encendedores plásticos genéricos: Bowie con un Candela azul transparente.

Ese mundo de sentidos detrás de un objeto cualquiera es el que da forma a Good Pop Bad Pop (Pop Bueno Pop Malo en su edición en español), la fantástica autobiografía que el cantante de Pulp editó a mediados del año pasado. La premisa corre así: Jarvis, un acumulador incurable de objetos de todo tipo (y con “todo tipo” entiéndase desde tapas de mermelada a un molde de su dentadura infantil), tenía un pequeño altillo triangular “con forma de chocolate Toblerone” repleto de cosas que venía amontonando desde su infancia. Un buen día se propuso meter mano en el revoltijo con una sencilla consigna: guardar o tirar. Claro que él mismo se encargó de despejar cualquier similitud con Marie Kondo. “Lo que hice no fue una gestión de materiales para descartar o una de esas evaluaciones de posesiones para saber si nos traen alegría”, avisa en el libro. “La intención fue lidiar con el material en crudo. El pop bueno y el pop malo. Todo cuenta. Y todo puede transformarse en lo que vos quieras que sea”.

Portada de la edicion en castellano del libro de Jarvis Cocker

La versión en español de la editorial mexicana Sexto Piso es una reproducción fiel del original en inglés y un objeto de colección en sí mismo: trescientos setenta páginas y más de doscientas fotos entre juegos de colores y tipografías en los que Jarvis se involucró junto al diseñador gráfico Julian House, autor de tapas de discos de Primal Scream, Oasis o Stereolab. “Me entusiasmaba contar algo con lo usualmente dejado de lado y evitar esa idea de historia oficial”, señaló en una entrevista. “Esos objetos reales, tangibles, muchas veces dispararon recuerdos que no habría tenido de otro modo”. Uno de los primeros que menciona es especialmente revelador: el cuaderno en el que con apenas 14 años y a lo largo de varias páginas escribió lo que en aquel entonces llamó El Plan Maestro de Pulp: “El grupo trabajará su camino hacia la masividad con canciones pop convencionales y levemente inusuales. Luego de alcanzar un estatus comercial exitoso, comenzará a subvertir y reestructurar tanto la industria de la música como la música en sí misma”. El éxito pop como caballo de troya planeado por un adolescente que todavía estaba lejos de escribir su primera canción. “Es mi yo de la juventud reconciliando las ambiciones pop con los ideales punk recién encontrados”, escribe. Y en un ejercicio de complicidad con el lector que desplegará a lo largo de todo el libro, remata: “Estoy bastante impresionado. Y lo mejor todavía está por venir”.

Con 7 años, junto a su mamá, su abuela, su hermana y sus dos tías

PAPÁ BUENO PAPÁ MALO

Puestos a trazar paralelos, antes que pensar en autobiografías tradicionales de músicos conviene ir hacia esos juegos literarios que abordan el pasado de manera poco convencional. Ahí está la serie Me acuerdo que comenzó Joe Brainard en 1970 con episodios sueltos de su infancia y luego continuaron Georges Perec y Martín Kohan. O la notable Leyden Ltd., biografía sin biografía escrita por Luis Sagasti solo con notas al pie: así como el bahiense trasciende el vacío del mero gesto ingenioso para llegar a un núcleo emotivo y sustancial a través de señalizaciones en apariencia desconectadas, Jarvis consigue en su juego desarmar al sujeto de su autobiografía en más de cien partes que revelan los hilos que movieron sus años de infancia y adolescencia. El resultado es una novela iniciática con forma de inventario que dice tanto de él mismo como de su época, todo entre bolsas de supermercado, astronautas de plástico irrompible o corbatas de crochet: con el correr de las páginas los objetos pierden el estigma de lo superfluo, la aparente nostalgia se convierte en arqueología minuciosa y una vieja revista con chistes verdes y dibujos de mujeres desnudas que hojeaba en la pubertad, por ejemplo, termina dando cuenta del miedo a no saber bien cómo es eso de vivir.

Entre esos objetos, una foto a los siete junto a su mamá, su abuela, su hermana y sus dos tías dispara una serie de recuerdos relacionados con el hecho de haber crecido entre mujeres. No da muchas vueltas sobre el asunto: Christine Hoyland y George Cocker se habían conocido una noche en una fiesta y no volvieron a verse hasta cuatro meses después, cuando ella descubrió que estaba embarazada y el padre de la criatura fue debidamente localizado e informado. Siete años más tarde, George partió sin aviso hacia Australia y Jarvis no volvió a verlo desde entonces. Una escena del libro en ese contexto entre mujeres remite a un concepto familiar en sus canciones: espiar. “Solía poner mi oreja detrás de la puerta para escuchar las charlas de mi mamá con sus amigas en la cocina, con la esperanza de captar algunas pistas. Hablaban mucho acerca de los hombres en sus vidas”. Una de ellas comentó una vez que dejaría a su novio porque era demasiado bueno. “Fue un concepto difícil de digerir. A esa edad todo el tiempo te dicen que tenés que ser bueno, pero de pronto esa regla no aplicaba siempre. Había excepciones, momentos en que la bondad podía ser una desventaja. Mensajes mezclados. El sexo era algo confuso”.

Primera foto de PUlp en un diario, con la tortuga

MÁS GRANDE QUE LA VIDA

Una tortuga de plástico da como flecha en el centro de uno de los atractivos principales del libro. Es un tópico muchas veces visto: el héroe de clase trabajadora que pasa años afilando su singularidad con guitarra, birome y papel hasta que arremete como orillero con la sangre en el ojo puesta en el corazón de la industria, pero sería difícil encontrar a alguien que haya pasado tanto tiempo perfeccionando su venganza como Jarvis. Su historia es una de las historias de éxito tardío más resonantes en los anales del pop. Pulp apareció meteóricamente en los charts en 1995 luego de dar sus primeros pasos en 1979 y grabar en los años siguientes –con diferentes formaciones– tres discos de nulo impacto comercial: It (1981), Freaks (1987) y Separations (1992). His n’ Hers (1994) fue el trabajo con el que los medios comenzaron a prestarles atención, pero todo explotaría recién al año siguiente con Different Class. “Cuando Pulp finalmente tuvo un disco exitoso la prensa estaba fascinada con este espacio en blanco en mi biografía. ¿Qué había estado haciendo todos esos años?”. En la primera foto de prensa que un diario de Sheffield le realizó a la banda –en ese entonces un puñado de adolescentes que todavía estaban en la escuela– Jarvis sostiene el objeto en cuestión: “Considerando el camino que mi vida tomó desde entonces, eso es lo que más me llama la atención en la fotografía. Una tortuga. ¿Cómo podía saber entonces que estaba destinado a la vía lenta?”.

La génesis de ese camino puede rastrearse en dos sueños que acompañaron a Jarvis desde muy chico. Uno era ser astronauta. El otro, estrella pop. Y buena culpa de eso la tuvo la televisión. “Estaba obsesionado, es el día de hoy que estoy en un hotel y tapo la televisión con una toalla para no tentarme”, escribe. Para controlarlo, su mamá había alquilado una pequeña tele que solo funcionaba cuando le depositaba monedas, pero solo acentuó su adicción. “Un amigo me dijo que cuando me vio en vivo por primera vez le recordé a un chico de doce años imitando los movimientos que veía en la tele de sus estrellas pop favoritas. Yo veía todo, sin importar qué. Y más que estar en televisión quería estar dentro. Dejar este mundo detrás, volar en naves espaciales y nadar con esos monstruos del mar. Ser una de esas figuras más grandes que la vida”.

En 1994, cuando su nombre comenzaba a resonar tímidamente en los medios, Jarvis tendría su primera oportunidad en la TV: fue en el programa Pop Quiz, donde se lució entre diferentes celebridades con su conocimiento enciclopédico de la música pop mientras vivía en la pieza de una casa tomada en Londres. La fascinación que despertó esa aparición llevó a que Pulp recibiera poco después la invitación para participar en uno de los programas que más veía de chico: “Cuando tocamos por primera vez en Top of the Pops insistí en hacer mímica en lugar de cantar en vivo. Se sentía más auténtico. Así es como lo hacían los cantantes cuando era chico. Y así era para mí ‘mantenerlo real’. Las bandas punk protestaban contra esa naturaleza falsa del Top of the Pops, pero para mí le erraban al punto. El pop no tenía nada que ver con la realidad. Era la realidad mejorada”. No solo hizo mímica: también sacó una bombacha rosa del bolsillo de su saco para secarse la transpiración.

Su primera camisa comprada en una feria

PUNK Y CIRCO

Una iglesia metodista a media cuadra de su casa tenía un galpón con ventas regulares de usados a las que también se haría adicto, iniciando su pasión de coleccionista de objetos y prendas de vestir abandonadas. “Mi descubrimiento de las ventas de garage coincidió con mi descubrimiento del punk”, escribe. “Ya no fracasaría intentando vestir para encajar. De ahora en adelante tendría mi propio estilo”. A través de revistas conoció a uno de los referentes de su adolescencia: Mark E. Smith, el ingobernable cantante de The Fall. “Fue el primero en llamar la atención sobre esa ortodoxia punk que comenzaba a manifestarse. Después de todo, el punk trataba sobre inventarte a vos mismo y no ser una oveja”.

A los 13 años experimentaría de primera mano ese lado conservador del punk. Fue durante un concierto en el que su manera de vestir llevó a que un grupo de matones de cresta y alfileres de gancho amenazara con golpearlo. “Estaba sorprendido y decepcionado. Y asustado, porque se veían como tipos duros. Hasta donde yo sabía, el punk era ir contra la mentalidad de rebaño. Si eso implicaba una corbata azul de crochet mal tejida por mi abuela, que así fuera. Al menos no estaba uniformado como ellos. Claro que no lo dije en voz alta. Solo fui hacia el final de la fila con la cabeza gacha”.

Pronto armó la primera formación de Pulp con compañeros de colegio. Un par de años más tarde, temblando de miedo, le alcanzó en mano al locutor de radio John Peel un cassette mal grabado por su banda. Fue su abuela quien a los pocos días atendió el teléfono con la llamada de la BBC y le transmitió el mensaje: estaban invitados a tocar en el programa. La banda de adolescentes llamó la atención de los medios locales: “Una reseña decía que sonábamos como una mezcla de Abba y The Fall. Yo estaba más que orgulloso”, recuerda. Pero los quince minutos de fama no duraron más que eso. “Cuando terminó la escuela, los otros abandonaron la banda para ir a la universidad, pero yo no estaba preparado para dejar ir el sueño. Se armó una nueva formación de Pulp y grabamos un disco llamado It, pero nadie pareció enterarse”. La paciencia de su mamá se agotó en un año: si no iba a estudiar, no había lugar para él en esa casa. Entonces se mudó al altillo de una fábrica abandonada en la que vivía un amigo y comenzó a trabajar vendiendo pescado en una feria. “Nos criaron en la carrera espacial/ y ahora esperan que limpiemos baños”, cantaría años más tarde en “Glory Days”. El paisaje technicolor de sus fantasías sobre el futuro comenzaba a dar lugar al gris derrumbado de Sheffield durante la recesión post-industrial.

Jarvis fotografiado en la fábrica donde vivía

POP VS THATCHER

Hay una idea que orienta no solo el libro sino el espíritu mismo de todo lo que representa Pulp para Jarvis. La clave la resume él mismo en una consigna: popismo vs. thatcherismo. El arte de poner la atención en lo descartado versus la máquina de descartar: “Soy un zurdito. Para la gente como yo, M*rg*r*th Th*tch*r es algo así como un demonio folkórico”. En el altillo encuentra el sobre de su primer cheque de desempleo decorado en birome con la letra de una canción: “Humedad, olor a pescado, cebolla, vegetación, comida quemada. El cuerpo acalambrado, la cara y el pelo grasosos. No hay calidez. No hay esquinas suaves. Uñas negras, manos pegajosas. No hay donde limpiarlas. Y este era tu mejor traje cuando llegaste”. La sensación general de aquellos días es resumida con la descripción de una foto en la fábrica: “Los pisos están pelados. Es un ambiente espartano. Son tiempos fríos y duros. Una huelga de mineros cambiaría en ese momento toda la personalidad del Reino Unido. Dos millones de personas viven del subsidio de desempleo. Sheffield se ve particularmente golpeada porque es una ciudad industrial. Ciudad de acero. Bienvenidos a los ‘80”.

Fue en ese contexto que comenzó su amor por Andy Warhol y Velvet Underground, todo a través un libro y un compilado que encontró en una feria de garage. El libro era Popismo, una transcripción de conversaciones que Warhol había grabado en los años sesenta en la Factory: “Tenía un aire de chusmerío muy alejado del tratado sobre arte que me esperaba: quién se acostó con quién, cómo bajar de peso, quién se emborrachó la semana pasada. Cosas similares a las que escuchaba todos los días, pero el mundo de arte, música y fiestas descripto en Popismo sonaba definitivamente mejor que el Thatcherismo”. La banda de Lou Reed, por su parte, iluminó a Jarvis acerca de la manera en que quería que sonara su banda: “Eran Pop Extremadamente Bueno. Pop en el que podías basar tu vida. Yo estaba fascinado. Quería llevar el sonido de Nueva York en los ’60 al Sheffield de los ’80”, escribe. Y concluye: “La idea principal de Pulp, el concepto de que podés encontrar sustancia y profundidad artística en cosas que otros tiran a la basura, no habría sido posible sin mi exposición a ese libro y a ese disco de Velvet Underground. El Pop era empoderamiento. Accesible para todos”.

Entrada de la discoteca

TECLA DISCO

“No quiero dar la idea de que solo tenía intereses creativos. También tenía intereses procreativos”. A los 22 comenzó a dar sus primeros pasos de baile en una discoteca llamada The Limit: “No me veía mucho como bailarín, pero mi hermana había empezado a ir y tenía la excusa de ir a buscarla. Era el único lugar de la ciudad donde podías entrar gratis antes de las diez, pasaban música alternativa y no te golpeaban si te veías un poco diferente. Estaba en un sótano, los baños eran increíblemente desagradables. Pero durante seis años no me perdí una sola clase en esa universidad”.

Ese fue el ambiente en el que tomó forma su siguiente evolución musical. Con un agregado: sus letras de un crudo realismo abordado con humor y detalles desconcertantes comenzaron a explorar un lúcido erotismo minuciosamente instalado en los rincones arrasados de su ciudad. “Su obsesión por el sexo debe venir de que no tenía mucho sexo”, soltó entre risas su compañero de banda Nick Banks en un documental sobre Pulp. Justamente en una cita romántica tuvo lugar otro de los momentos determinantes de su vida. Fue cuando una chica lo invitó a su departamento y él quiso impresionarla cruzando desde el living a la habitación, pero por afuera: terminó cayendo por la ventana de un segundo piso hasta la dura realidad de la vereda.

La pieza de memorabilia que da cuenta del accidente es un breve artículo de un diario de Sheffield: “Pulp canceló los conciertos de las próximas semanas porque su cantante, Jarvis Cocker, cayó por una ventana y sufrió la fractura de huesos de sus piernas, cadera, brazo y muñeca”. Una enfermera se desmayó cuando vio el estado en que llegó al hospital. “¿Viste cuando caminás descalzo por tu casa y te das el dedo chiquito contra una silla y el dolor va escalando y empezás a saltar y a insultar hasta que poco a poco va disminuyendo?”, apunta. “Bueno. Algo como eso, solo que en una escala mucho mayor. Y el crescendo de dolor nunca alcanzaba su pico. Gracias, morfina. Pero no se duerman: el accidente tuvo un profundo efecto en la dirección que mi creatividad tomaría desde entonces”.

El golpazo revolvió algo suelto. Hasta entonces solía pensar que la vida estaba en algún otro lugar. Otros planetas. Otras ciudades. Otras vidas: “Había estado rodeado de inspiración todo el tiempo, solo que escaneaba el horizonte en la distancia para encontrarla. Ahora que estaba de vuelta en la planta baja me encontré de frente con lo que siempre había buscado: algo sobre lo que escribir”. En el hospital comenzó a llevar un diario con brevísimos perfiles de sus compañeros de sala. Es uno de los objetos del altillo, y cada breve entrada es un cuento en sí mismo: “Doug. 50. Nervio atrapado. Siempre regalando caramelos a las enfermeras. Zapatos tontos con suelas altas. Golpeado por un taxi. Dientes extraídos para reparar el cráneo”.

El cassete con los grandes éxitos de Barry White

Su banda de sonido durante la internación fue un cassette de Scott Walker y un Grandes Éxitos de Barry White (que por supuesto conserva). Del primero amaba el surrealismo anclado en lo cotidiano de sus letras, mientras que al gurú disco del amor lo había redescubierto poco antes del accidente, en una camioneta destartalada en la que viajaba con su compañero de banda Russel Senior a buscar tesoros en las ventas de usados: “El estéreo estaba roto, no se podía sacar ni dar vuelta el cassette, así que cuando la cinta llegaba al final lo rebobinábamos y lo volvíamos a escuchar. La reverencia crecía con cada pasada. Podés echarte hacia atrás y relajarte mientras escuchás a Barry. Tiene tus espaldas cubiertas. Es bailable, pero también lujoso. Y me encantaban esas partes donde dejaba de cantar y comenzaba a hablar. Para cuando llegamos a destino nos miramos y nos dijimos ‘¡Tenemos que hacer música así!’”.

Esas influencias se unieron a una solución práctica durante su internación. En la sala no tenía la intimidad que necesitaba para componer canciones en guitarra como había hecho hasta entonces. Pidió que le llevaran un viejo teclado Yamaha con auriculares a ver qué pasaba, y lo que pasó fue que se enamoró de la tecla “Disco”: “En el movimiento de un dedo tenías una banda entera tocando un groove de discoteca. Me encantaba. Podía escribir música como la que bailaba en The Limit. Esa tecla y Barry White dispararon mis composiciones hacia otra dirección. Hacía música bailable acostado, convalesciente, confinado a la cama de un hospital”. Lo resolvió en una fórmula: Scott + Barry + Eurodisco + Realismo crudo = música del futuro.

BUEN POP

En Google pueden rastrearse fotos de Jarvis cantando sobre un escenario en silla de ruedas: poco después del alta ya estaba de vuelta y dispuesto a conquistar el mundo tras su nueva revelación. El libro se detiene seis años antes de su triunfo, justo cuando decide dejar su ciudad natal y anotarse para estudiar en la escuela de arte St. Martins de Londres, la misma en la que conocería a la chica griega que lo llevó a escribir el himno que condujo a Pulp y la lucha de clases a la cima de los charts: “Common People”. En un video que publicó su editorial en YouTube a propósito de Good Pop Bad Pop, Jarvis muestra un papel que encontró en el altillo pero quedó fuera del libro. Es un discurso que improvisó en birome minutos antes de su presentación consagratoria en el festival Glastonbury de 1995. Pulp –que ni siquiera estaba programado para tocar ese fin de semana– había sido invitado a último momento para cerrar el festival luego de que los Stone Roses se bajaran por un accidente de su guitarrista John Squire. Todo gracias al vertiginoso éxito de “Common People”, editada apenas dos meses antes y elegida por la banda para cerrar el show. El campo repleto con ochenta mil personas coreó el tema en éxtasis. La manera en que la voz de Jarvis se quiebra en el pico de la canción estremece. Pero la venganza terminaría de consumarse dos meses después en el programa de Jools Holland en la BBC. Por supuesto, en televisión.

El pop tiene eso: permite borrar los límites entre ficción y realidad. Camisa negra, pantalon negro, zapatos negros, corbata rosa, Jarvis sabe que es el momento. Las cuerdas de “I Spy” comienzan a sonar y su rostro brilla en santidad como un monaguillo a punto de confesarse. “Sigo atascado. Pero voy a salir”, recita. Y entonces explota. Maneja los tiempos con una sutil y precisa exageración de todos los clichés del pop. Suspira, gime, grita y suelta su filo en un estado de gracia imbatible: “Tengo sus números, tomé notas, sé cómo trabajan sus mentes. Son iguales que mi mente, excepto que ustedes son unos cerdos listos. Nunca dejan que sus máscaras caigan, nunca se apuran. Paso mis noches planeando cómo hacer explotar su paraíso, Lords y Ladies. No puedo fallar. No voy a fallar”. Un minuto después, aquel adolescente con miedo a no saber vivir ya es un Casanova despiadado saboreando su revancha suburbana en el prime time. “Esperá”, susurra. “Falta lo mejor. Deberías tomarme en serio. Muy en serio. Porque estuve durmiendo con tu mujer, fumando tus cigarros, bebiendo tu brandy, desarmando la cama que eligieron juntos, esperando que llegues y nos encuentres en la habitación principal. No puedo evitarlo. Me arrastraron a esto. Agarrá tu ‘Año en Provenza’ y metételo bien en el culo”. Hace el gesto explícito con su dedo índice en el aire y grita sus lalalas en un clímax espástico como una Raffaella Carrá poseída por el espíritu diabólico del pop. Un chico imitando estrellas frente al espejo. Las cámaras lo aman. Ya es una de esas figuras que veía dentro de la tele. Más grande que la vida. Mejor que la realidad. Un par de meses después charla con Bowie y le pregunta sobre fósforos y encendedores.