Son solamente cuatro episodios, pero la nueva serie documental de Netflix sobre el multimillonario norteamericano Jeffrey Epstein y la trama de abusos sexuales y pedofilia que manejó en vida bastan para comprender algunas cosas: en primer lugar, que esta serie de casos e historias son solo la punta del iceberg, como bien dicen las denunciantes. La historia es simple y escabrosa: a lo largo de casi veinte años, el empresario y magnate consiguió de distintas maneras que un número desconocido, pero enorme, de chicas muy jóvenes llegaran hasta su casa, generalmente con la excusa de darle a un señor muy generoso un inocente masaje. Las chicas tenían entre 14 y 17 años y se les daba unos 200 dólares a cambio del “servicio”, pero pronto comprendían que había mucho más involucrado; una por una, Epstein las abusó sexualmente y muchas veces las usó después para que le llevaran a otras chicas, generando lo que la serie llama repetidamente, y con razón, un esquema Ponzi de abuso sexual.

El procedimiento era siempre el mismo y apelaba a la bondad: a estas chicas, muchas de ellas alumnas de secundario, muchas abusadas en la infancia o procedentes de grupos familiares desintegrados y conflictivos, se las “ayudaría” a mejorar su situación. A algunas se les ofreció pagarles una carrera, a otras viajes carísimos que les darían una experiencia única, y muchas veces los acercamientos estaban a cargo de Epstein y su pareja, Ghislaine Maxwell, una británica culta que a las chicas solía caerles bien.

Epstein fue un ejemplar exitoso de self-made man que triunfó en Wall Street gracias a colegas que hicieron la vista gorda frente sus manejos turbios, fascinados por la impunidad y la seducción verbal de un cínico que no negaba los fraudes pero los justificaba. Jeffrey Epstein: asquerosamente rico exhibe, en varios planos aéreos, el mundo en el que se movía, entre su mansión en Palm Beach, Florida, su propiedad en las Islas Vírgenes, la casa más cara de Manhattan, aviones privados, departamentos en París, en fin: un mundo aparte, blindado, desbordante de recursos en el que se codeó con figuras como Bill Clinton, Donald Trump o el príncipe Andrés de Inglaterra. Fue esa red de contactos, seguramente, la que en 2008 le permitó salir airoso, con apenas 13 de meses de condena que nunca cumplió, del primer caso armado en su contra gracias al testimonio de decenas de mujeres; Epstein llegó a un acuerdo con la Justicia avalado entre otros por el fiscal del estado de Florida, Alexander Acosta.

Pero Epstein no contaba con que estas mujeres siguieran en contacto y con la firme intención de llevarlo a juicio, lo que sucedió por fin en 2019 y generó tal escándalo que ese mismo fiscal, en ese entonces Secretario de Trabajo del gobierno de Trump, tuviera que renunciar a su cargo. Epstein fue a la cárcel pero murió en su celda poco antes del juicio, en circunstancias sospechosas; sin embargo él, incluso cuando estuvo en el centro de una inmensa red de abuso y encubrimientos, no es tan importante. La serie hace que las verdaderas protagonistas sean las mujeres que lo denunciaron: Maria Farmer, Virginia Giuffre, Michelle Licata y Shawna Rivera, entre otras, cuentan lo justo (nadie que se acerque al caso llevado por el morbo encontrará satisfacción en el relato de las sobrevivientes) y exponen, no solo los abusos, sino el largo camino que las llevó a saber que no estaban solas, que eran muchas y que podían derribar a ese magnate aparentemente intocable. Lo inquietante es que nada termina con la muerte de Epstein, y de hecho nada termina, sobre todo cuando uno de los antiguos amigos del millonario pedófilo es ahora el presidente de Estados Unidos y, si bien en una vieja entrevista dijo saber que a Esptein le gustaban mucho las mujeres y que algunas eran muy jóvenes, ahora asegura públicamente, igual que el príncipe Andrés y tantos otros varones poderosos, que nunca fueron muy amigos y que no sabe nada de nada.