Patinaje sobre hielo más locura no es una fórmula nueva; hace un par de años sin ir más lejos, I, Tonya (2017) mostró a Margot Robbie en la piel de la patinadora Tonya Harding, tristemente célebre porque se sospecha que encargó que le partieran una pierna a su rival. Después del ataque a su colega Tonya fue declarada persona no grata en el mundo del patinaje, se alejó de las pistas y tuvo un paso fugaz por el boxeo, pero volvió a tener prensa cuando I, Tonya ofreció una versión de su historia donde una madre cruel y desapegada aparecía como una de las mayores responsables en el destino de Tonya (y también en sus pésimas elecciones amorosas). De lo que se trata, en definitiva, es de construir a partir del patinaje y sus heroínas una novela, donde villanos y madres terribles cumplan sus papeles a rajatabla y la competencia se viva con la intensidad de desearles la muerte a las rivales. No es muy distinto lo que trata de hacer Spinning out, la nueva serie de Netflix en la que Kaya Scodelario (Skins) interpreta a una patinadora que necesita reconstruir su carrera después de un accidente en el hielo que casi la mata. Scodelario es Kat Baker, una chica que creció bajo un régimen de disciplina y ambición comandado por su madre Carol (January Jones). Junto con Serena, la hija menor y también patinadora, forman una familia de tres en la que los padres brillan por su ausencia y las mujeres, al menos Kat y su madre, comparten una condición que ambas eligen mantener en secreto: padecen trastorno bipolar y, convencidas de que tener una reputación impecable es la única manera de sostener una carrera en el patinaje sobre hielo que incluya el sueño olímpico, se desviven por controlarse con medicación, grupos de autoayuda y sonrisas de “aquí no ha pasado nada”.

No falta nada en Spinning out para asemejarla a una telenovela: las hermanas Kat y Serena se aman y odian por igual, la madre suele tener episodios de descontrol y vergüenza cuando descuida la mediación y también, por supuesto, abandonó una carrera en el patinaje cuando quedó embarazada de Kat. Hay un príncipe rubio e hijo de millonarios, Justin, que será el compañero de Kat en el patinaje en parejas, y una entrenadora rusa que luce un tapado de piel, habla con marcado acento y apura copitas de vodka cada vez que puede, todo para tapar de un modo casi tanguero un amor lésbico que perdió en el pasado. La acumulación de motivos del melodrama y la telenovela es tal (por no mencionar al padre millonario de Justin y su nueva esposa, que perdió varios embarazos y luego se “revelará”, como si fuera algo terrible, que en su pasado dio a una niña en adopción) que la única manera de seguir mirando la serie es con un placer trash que se deleite en el desfile caricaturesco de personajes a cual más trágico o malvado. Lo raro es que a la vez, Spinning out intenta abordar el tema de la enfermedad mental de una manera más moderna, al igual que varias ficciones contemporáneas (como ese capítulo de Modern Love que usaba la comedia musical para representar a una Anne Hathaway bipolar que pasaba de bailar en la vereda a no poder salir de la cama), que no lo asimile a la nebulosa locura y lo plantee como una condición con la cual una persona puede convivir en lo posible acompañada y apoyada por otrxs, pero sin hacer de ella un tabú. De hecho toda la primera temporada de la serie está construida como un crescendo de conflictos que estallan cuando Kat deja de tomar la medicación para rendir más en el deporte y finalmente comprende que tiene que contarles a todxs lo que le pasa, y se encuentra con un entorno repentinamente amoroso que la acepta y la abraza. Pero en el medio hubo odio y desprecio, rivalidades villanescas y amistades arruinadas, traiciones y maltrato; de qué modo las creadoras de Spinning out pensaron que el mundo de buenos y malos de la telenovela, donde lo que se quiere es aplastar cabezas con tal de ascender, podía convivir con el mundo comprensivo y sensible de la aceptación y el apoyo a las diferencias, es un verdadero misterio.