Cuando llegué estaba sentada en su máquina de coser y me miraba con cara extraña. Nos sentamos en ronda a charlar junto a otras mujeres pero las palabras no salían, el dolor era demasiado grande.

Entonces hablé yo. Les conté que en mi país también padecimos el genocidio, que el Terrorismo de Estado nos había dejado miles de compañerxs desaparecidxs, torturadxs, muertxs y cientos de bebés apropiadxs. Les dije que durante la dictadura, las mujeres, nuestras Madres de la Plaza, se organizaron con sus pañuelos blancos caminando en ronda con las fotos de sus hijxs, denunciando e intentando contarle al mundo lo que estábamos viviendo. 

Les comenté además que también había padecido el abuso de la violencia machista, que todas las mujeres lo padecemos y que en Latinoamérica nos estábamos organizando. Entonces una puerta se abrió. Me contó en el modo tímido de sus palabras, el horror de la llegada de Daesh (ISIS) en el 2014, el último de los 74 genocidios que padecieron. La muerte de sus cuatro hijos en manos de ellos, el encierro y la esclavitud. Habló de la aniquilación, del cautiverio y la esclavización de miles de personas. Mujeres y niños eran vendidos e intercambiados una y otra vez como ganado en el mercado negro.

Pero también me dijo que desde que conoció al Movimiento de Mujeres de Kurdistán, a las unidades de autodefensa que bajaron desde las montañas a defenderlas, a combatir al ISIS y liberar a Shengal de sus manos perversas como efectivamente sucedió, pudo pensar su vida de otra manera.

Pensó que podía ser libre, que no necesitaba que ningún hombre le dijera cómo tenía que vivir, que podía trabajar junto a otras mujeres, que podía pensar su vida autónomamente. Hoy trabaja en una cooperativa de costura con otras compañeras con las que comparte el horror del pasado pero también la resistencia y el modo de salir adelante colectivamente del presente. 

Cuando terminamos de charlar, le pedí de hacer unas fotos con los vestidos realizados por ellas. 

Después nos abrazamos muy fuerte, tan fuerte que sin querer le quité su pañuelo, pero no importó, porque ella y yo ya estábamos desnudas.

Shengal, Kurdistán iraquí. 

Octubre de 2018. 6