EL MUNDO › EL ENSAYO NUCLEAR DE COREA DEL NORTE DESPERTO LA ADMIRACION DE LOS JOVENES EN SEUL

Del miedo al sueño de una Gran Corea

En los últimos años, Corea del Sur ha elevado su nivel de vida gracias a un proceso de industrialización, pero el país vive con inseguridad por el arsenal de Pyongyang, el pasado imperial de China y Japón y las presiones de Estados Unidos. El sueño de la Gran Corea se choca con el fantasma de un colapso económico por los costos de una eventual reunificación.

 Por Ramiro Trost
Desde Seúl

El subte va cargado luego de otra jornada laboral. Para Kim Young Joo, una adolescente que está abstraída con sus auriculares inalámbricos mirando una película de alta definición en su celular, nada ha cambiado desde la prueba nuclear que realizó el vecino del Norte. Ella le dijo a Página/12 que no siente ningún temor por el ensayo atómico del 9 de octubre pasado y que está acostumbrada, como el resto de los surcoreanos, a los actos de Corea del Norte. Young Joo no ha alterado en nada su rutina y dice que no cree que el Norte ataque al Sur.

La postura de esta joven refleja el sentir de la mayoría en esta descomunal capital de Corea del Sur, con más de 10 millones de habitantes. El sur capitalista lleva décadas de desarrollo y bonanza al ritmo de las amenazas y provocaciones del régimen de Pyongyang.

Incluso el mismo día del ensayo atómico, concretado a pocos kilómetros al norte de la frontera, el tema no pasó de ser una charla más en la sobremesa del almuerzo. La sorpresa inicial no dio paso en ningún momento al pánico, ratificando que los surcoreanos se han acostumbrado a vivir en estado de armisticio, acuerdo con el que culminó el conflicto bélico de tres años que devastó toda la península entre 1950 y 1953.

Las escuelas no interrumpieron sus clases, los comercios no cerraron sus puertas, el tránsito infernal no tuvo ni un segundo de respiro y el consumismo frenético de los coreanos del Sur no supo de pausas. El Instituto de Investigación Económica de Samsung, un organismo de análisis muy respetado en el país, reveló una encuesta que señala que la mayoría de los surcoreanos no ha disminuido sus gastos luego de la prueba nuclear de Norcorea. El 78,6 por ciento de los 1000 hogares consultados, es decir cuatro de cada cinco hogares, expresó que mantendrá su actual consumo y el nivel de gastos. El 20,1 por ciento planea disminuir un poco sus erogaciones, mientras sólo el 1,3 por ciento cortará drásticamente sus gastos a raíz del ensayo atómico del Norte. Consultados por sus reacciones ante el acto norcoreano, solamente el 27,7 por ciento manifestó que es un asunto muy serio.

Lo que sí parece inquietar y molestar a los surcoreanos es el dinero y la ayuda humanitaria que el gobierno y entidades civiles del Sur envían al Norte. Solamente en el mes de agosto pasado, y para paliar los daños causados por lluvias torrenciales e inundaciones en Corea del Norte, el Sur despachó asistencia por valor de 230 millones de dólares. Además, según informó el Programa Mundial de Alimentación de la ONU, Corea del Sur colabora con 100.000 toneladas métricas de alimentos por año desde 2001 a través de este organismo, mientras que en forma directa envía entre 400.000 y 500.000 toneladas métricas de comida anualmente.

La gran irritación que sienten muchos es porque la prueba nuclear de Norcorea confirma una sospecha: la millonaria ayuda humanitaria que año tras año se envía desde el Sur se desvía invariablemente hacia el ejército y la cúpula gobernante del Norte. No hay veedores internacionales o surcoreanos en Norcorea, por lo cual no se puede controlar el destino de los fondos y la ayuda. Es por eso que los coreanos del sur se sienten, sobre todo, defraudados por el accionar del Norte.

Kim Seung Chae, director de la división de investigación en la Fundación Cultural Premio de la Paz de Seúl, le dijo al diario local Korea Times que la percepción sobre Norcorea ha cambiado entre los surcoreanos desde la histórica reunión cumbre de los líderes de ambos lados en el año 2000. Kim consideró que la gente ahora está inmune a las amenazas del Norte y que si el ensayo atómico se hubiese realizado hace 20 años, la población habría salido corriendo a comprar alimentos ante una inminente guerra.

Pequeños grupos de ancianos conservadores, integrados fundamentalmente por veteranos de guerra, han sido los únicos en salir a quemar banderas norcoreanas y fotos con la cara del líder del Norte, Kim Jong Il. El vocero del partido de derecha Gran Nación, Kwon Tae Geun, que participó de esos actos, expresó que “ahora es momento de que el Norte reciba un poco de azotes”. Dos precandidatos de esta organización se perfilan como los más serios aspirantes a la presidencia de Surcorea en las elecciones de diciembre de 2007. Un triunfo conservador marcaría un giro de la administración de Seúl hacia una política de línea dura hacia Pyongyang.

La población en general ha oscilado entre la apatía, el enojo o el respaldo silencioso a Norcorea, pero no ha modificado su vida cotidiana. El gobierno de Seúl oscila entre hacer frente a las presiones cada vez más fuertes de Washington para cancelar los proyectos económicos intercoreanos e imponer sanciones al Norte y la continuidad de la política de tolerancia hacia el régimen de Pyongyang, que le ha permitido desde 2000 disminuir la tensión en la península y aumentar los intercambios. Estados Unidos pretende que la administración de Seúl cancele los dos proyectos de cooperación intercoreana más relevantes: el complejo industrial en la ciudad norcoreana de Gaesong, donde se han instalado una docena de empresas surcoreanas, y el programa turístico a una zona montañosa del Norte. Washington cree que el dinero que Surcorea aporta para esas iniciativas va a parar directamente al régimen del Pyongyang y a financiar sus aventuras nucleares.

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Consumidoras coreanas revisan mercadería en un puesto del distrito comercial de Seúl, donde se nota la bonanza económica.
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