El hombre, nervioso como un animal enjaulado, camina dentro de la pequeña casa de madera mientras observa a través de la ventana como un grupo de cuatro policías se acerca a la puerta de entrada. Con precisión de profesional, aunque visiblemente alterado, Pasi carga la escopeta, sale al exterior y, sin dudarlo ni un instante, dispara a quemarropa contra los agentes de la ley, matando de inmediato a dos de ellos e hiriendo fatalmente a los restantes. Así comienza Ocho disparos mortales, la miniserie estrenada en 1972 en la televisión pública de Finlandia que, hasta hace no mucho tiempo, era el secreto fílmico mejor guardado del país nórdico. A pesar de que la creación del actor y realizador Mikko Niskanen es todo un hito en su lugar de origen, un relato seriado cuyas bondades narrativas y estéticas lo han ubicado siempre en los puestos más altos de las mejores películas en la historia del cine finlandés, el conocimiento de su existencia por fuera de las fronteras nacionales era exiguo. Su éxito popular nativo fue tal que el propio Niskanen preparó una versión más corta para su exhibición en salas de cine, como haría un año más tarde Ingmar Bergman con la miniserie Escenas de la vida conyugal. Incluso a pesar de que el mismísimo Aki Kaurismaki la definió como “una de las obras maestras del cine europeo” en una entrevista del año 2000 publicada en el periódico Helsingin Sanomat, uno de los más importantes de Escandinavia, Ocho disparos mortales permanecía oculta detrás de una densa nube de desconocimiento, como si se tratara de una clave misteriosa sólo descifrada por los miembros más entendidos de la cinefilia internacional.

La reciente restauración de la versión original , integrada por cuatro capítulos de aproximadamente 80 minutos cada uno y realizada entre otras instituciones por The Film Foundation’s World Cinema Project, apadrinada por Martin Scorsese, permitió que ese enorme bache en la historia del cine mundial comenzara a ser subsanado. Basada en hechos reales, se trata de la historia de un hombre de campo, honrado pero aquejado por la falta de trabajo y el alcoholismo, esposo y padre de varios hijos con serios conflictos internos, que termina finalmente estallando y cometiendo un horrendo crimen. Es también un retrato ficcional que registra, con elementos propios del cine documental, el final definitivo de una era en la sociedad rural finlandesa, y por extensión, la universal, filmado en una era en la cual muchos cineastas de renombre comenzaban a aprovechar las posibilidades del formato seriado en las distintas televisiones europeas, entre ellos Roberto Rossellini, R. W. Fassbinder y el ya citado Bergman. Ocho disparos mortales tuvo un par de proyecciones en la Sala Leopoldo Lugones a comienzos de este año y desde hace unos días está disponible en la plataforma MUBI, donde puede vérsela como si se tratara de una serie contemporánea –cada capítulo de forma individual, con sus secuencias de títulos de apertura y cierre– o bien optando por la maratón en continuado.


La información en Wikipedia es escueta y sólo está disponible en idioma finés: Tauno Veikko Pasanen, nacido en 1934 en la poco poblada región de Korppisten, en la localidad de Pihtipudas, asesinó a cuatro policías que se habían presentado en su hogar para calmarlo el 7 de marzo de 1969. Indultado y liberado en 1982, luego de vivir catorce años en libertad, el 24 de agosto de 1996 estranguló a su esposa, crimen por el cual volvió a ser condenado penalmente. El primero de esos hechos, un caso que conmocionó a la sociedad de Finlandia y provocó varios debates, fue el detonante de Ocho disparos mortales. Cambiando el nombre de Tauno por el de Pasi, Mikko Niskanen comenzó a escribir el guion de la miniserie utilizando en parte sus propios recuerdos de infancia y juventud en Äänekoski, un pequeño poblado similar al habitado por Tauno en la vida real (y por Pasi en la ficción). Cada uno de los cuatro capítulos comienza con una frase firmada de puño y letra por Niskanen: “Esta película no pretende reproducir un hecho real, aunque la historia está basada en uno de ellos en varios aspectos relevantes. Cada uno puede tener su propia verdad, pero esta es la verdad que yo vi y experimenté, habiendo nacido en un lugar similar, habiendo vivido esa particular vida y habiendo estudiado estos asuntos”. Así, el realizador destaca su punto de vista personal al tiempo que destaca las ambiciones de universalidad. Pero la conexión con el personaje es aún mayor: el cineasta y actor, que comenzó su carrera en la pantalla a mediados de los años 50 y detrás de las cámaras un lustro más tarde, también interpreta a Pasi, un personaje complejo, de aristas afiladas, por momentos entrañable y en otros intolerable. Un padre de familia capaz de ofrecer cariño, aunque crecientemente absorbido por demonios internos que el nada moderado consumo de alcohol no hace más que liberar. Echando mano a las bondades del rodaje con las livianas cámaras de 16mm, Niskanen construyó una epopeya íntima con un estilo crudo y directo, en un blanco y negro granuloso que parece reflejar los contrastes del protagonista y los de los personajes secundarios, en particular su esposa Vaimo y su mejor amigo Reiska, compinche en las faenas de la destilación ilegal, en un alambique improvisado en medio del bosque, del licor barato y potente conocido como pontikka.

Hijo de agricultores, agricultor él mismo, Pasi debe aceptar otros trabajos para poder pagar los altos impuestos que le impone el estado y, si es que sobra algo de dinero, comprar ropa nueva para sus cinco hijos. No es el único jefe de familia empobrecido de la zona: como él, son muchos los que deben sumar changas temporarias, ya sea en la construcción de un tubo de desagüe en la ciudad cercana o talando árboles en el frondoso bosque. Otro modo de obtener algo de dinero es la venta de la bebida destilada en cuestión, aunque Pasi siempre está dispuesto a obsequiar una parte de las botellas a cualquiera que se cruce en su camino y, desde luego, a consumir personalmente unos cuantos litros al calor de una fogata. “El terrorífico evento de Pihtipudas me golpeó como una descarga eléctrica”, declaró Niskanen en el momento del estreno de la miniserie. “Las preguntas comenzaron a exigir una respuesta. Supuse –en realidad, sabía– que los disparos de Pihtipudas eran la conclusión de una larga y coherente cadena de acontecimientos. Me di cuenta de que en el fondo había un campo minado de problemas, un campo que me era familiar. También me di cuenta de que ésta, la de hacer un film sobre esos hechos, era una tarea para mí. Yo no elegí la tarea, la tarea me eligió a mí”.

Sin duda, la psicología definiría a Pasi como un paciente con depresión. El ambiente es ciertamente propicio: la endogamia del pueblo, los chismes de poca monta, la falta de dinero, la imposibilidad de escapar del círculo de repeticiones, las pobres perspectivas de la descendencia, todo empuja hacia un estado de desesperanza que la intoxicación alcohólica subsana momentáneamente, aunque la resaca parta al medio la cabeza y el espíritu. Pero Ocho disparos mortales también ofrece retazos de la vida rural en cierta armonía: las escenas del protagonista atravesando el bosque nevado con su fiel yegua, animal de trabajo obligado a arrastrar la pesada carga de troncos por terrenos complicados, son registradas por Niskanen con una atención microscópica al detalle. En esas escenas, como en otras ligadas a las duras labores rurales, la serie se presenta como una suerte de documental sobre un estilo de vida en vías de extinción.


El esfuerzo físico del actor/realizador traspasa la pantalla. En conversación con el realizador, historiador y crítico finlandés Peter von Bagh, --en una entrevista publicada en la revista Film Comment doce años después de la muerte del cineasta en 1990--, Niskanen explicó las razones por las cuales tomó a su cargo el personaje central de la historia. “Me pregunté si era necesario llevar todo más allá de los límites lógicos. ¿Era necesario desgarrar a esta persona y a mí mismo? Esa es una de las razones principales por las cuales interpreté a Pasi, porque sabía que si ese rol era encarnado por alguien más la persona terminaría excesivamente agotada. No creo que hubiera podido hallar a un actor dispuesto a soportar algo semejante”. El rodaje tuvo lugar en una región cercana al lugar de nacimiento del realizador y contó con la participación y ayuda de gente a la cual había conocido desde la infancia. Además del propio Niskanen, el reparto incluye sólo a dos intérpretes profesionales: Tarja-Tuulikki Tarsala, en el papel de la esposa de Pasi, y Paavo Pentikäine como su amigo en las buenas y en las malas; el resto de los personajes fueron interpretados por pobladores del lugar. La autenticidad del retrato es notable, en particular durante las escenas comunales, como esa magnífica secuencia que registra el casamiento de una joven pareja y que termina con la primera detención de Pasi a manos de la policía, quien lo tiene en la mira por la fabricación ilegal de pontikka.

No será la última vez que el hombre se tope con los agentes de la ley. Cuando la relación con su esposa comienza a ponerse tensa y esta decide escapar con sus hijos ante la posibilidad cierta de la violencia doméstica, un llamado de los vecinos alertando de los gritos termina con otra detención y un infarto que nadie advierte hasta varios días más tarde. Vendrá un período de reposo, de reencuentro con la familia, de desintoxicación alcohólica. Pero es apenas la calma que antecede a una nueva tormenta, un breve respiro antes de que la desesperación y la desesperanza vuelvan a encapotar el cielo. El destino de Pisa ya está sellado, aunque ni él ni nadie más lo sepa. Cuando finalmente Ocho disparos mortales regresa al prólogo, es decir al momento de los tiros y la muerte, luego de cinco horas y media de paciente “reconstrucción de los hechos”, la fatalidad ya no parece algo ilógico. Resulta claro que Niskanen no ofrece una mirada excesivamente conmiserativa ni, mucho menos, intenta justificar el accionar del héroe caído, pero sí lo contempla con fascinación, intentando comprender cuáles fueron las razones por las cuales llegó a ese lugar. Dice la leyenda, impresa en formato tabloide, que Tauno Pasanen, el Pasi de la vida real, vio la miniserie desde la prisión y sus palabras fueron las siguiente: “Es tan real que me hizo reír y a veces llorar. Así era la vida en ese lugar. El destino de mi vida está representado de manera tan precisa que parece haber sido arrancado de mi alma”.