En incontables ficciones -literarias, cinematográficas, teatrales, entre otras- una celebración es telón de fondo para el desarrollo de los conflictos. Los festejos de cumpleaños, aniversarios, navidades, las bodas e incluso funerales parecen ser ambientes propicios para que se desaten las pasiones, para desinhibir deseos reprimidos, para dar rienda suelta a la melancolía o, para develar secretos inconfesables o escabrosos y poner en palabras lo nunca dicho en las dinámicas de las familias y de las relaciones de amistad.

Ese clásico contexto y punto de partida que iluminó obras maestras de diversos géneros -dramático, cómico, de suspenso o de terror- tales como “El ángel exterminador” (Buñuel, 1962), “Esperando la carroza” (Doria, 1985), “La celebración” (Vinterberg, 1998),  “Agosto” (Wells, 2013), el último episodio de "Relatos salvajes" (Szifron, 2014), “La invitación” (Kusama, 2015), “Perfectos desconocido (De la Iglesia, 2017),  es también el elegido por el director Lucas Santa Ana para "Luces azules"

En este caso, se trata del cumpleaños 70 de Alejandro (Ernesto Larresse). Para celebrarlo, el flamante septuagenario prepara una cena junto a Pedro (Claudio Da Passano), su marido y compañero de toda la vida. Los invitados son cuatro parejas -dos de gays, una de lesbianas y una heterosexual- que forman parte de su núcleo íntimo y que están interpretadas por Fer Dente y Nicolás Di Pace, Hernán Morán y Javier Rodríguez Cano, Natalia Morlacci y Karina Hernández, Edgardo Moreira y Estela Garelli, respectivamente.

Como en el banquete platónico, a medida que transcurre la velada y corre el vino, los personajes irán deshilvanando sus confesiones, sus miedos, sus deseos prohibidos y sus oportunidades perdidas en torno al amor y al sexo. Siguiendo los parámetros de la obra cumbre de Platón, Miguel (Nicolás Di Pace) el recientemente incorporado al grupo de amigos ocupará el papel del sensual Alcibíades: exhibirá sus encantos, mostrará sus carnes y su desparpajo y desestabilizará a más de un Sócrates en la mesa. Pero también dará cuenta que a través del cuerpo se puede llegar al amor y a la sabiduría. 

Lo magistral de la conversación y del conjunto del relato es que, al tratarse de personajes de generaciones diferentes, permite hacer un recorrido por gran parte de la historia de la comunidad gay y lésbica en el lapso de treinta años: desde los levantes callejeros a Grinder, desde los terrores de salir del clóset a tiempos de mayor apertura (pero no exentos de peligros y violencias), desde Bunker, Contramano y América a Peuteo; desde las veladas amistades femeninas a la pasión pública entre mujeres; desde los tiempos en que la belleza se ofrece como un don al mundo al miedo de envejecer y no ser deseado; desde el terror al Sida y la amenaza de apocalipsis de un mundo a quienes conviven de manera vital con el HIV… (aunque queda claro que el HIV siempre será un punto de inflexión en las existencias gays). 

A su vez, las anécdotas -graciosas o terroríficas-, las formas de amor y sexualidad libre de los gays o el duro largo camino hacia las conquistas de derechos -tales como el matrimonio igualitario- constituirá un particular aprendizaje para la mujer heterosexual.

Santa Ana se mueve con maestría en un ambiente claustrofóbico y demasiado teatral que haría naufragar a más de un director,  tomando a su favor la unidad de tiempo y lugar para concentrar emociones, intensidades, tensiones y ardores libidinales de los personajes. A su vez, se nutre del ajustado, emocionante y por momentos desopilante guion de Gustavo Pecoraro que es inusualmente destacable para un guionista novel.

Con momentos para las lágrimas y para las risas, “Luces azules” resulta una película sincera, genuina y libre de artificios cuyo eje está puesto en las en la amistad como vínculo familiar que se elige y, homenajeando a Foucault, en la amistad como forma de vida. En este sentido, resulta clave una escena en la que le preguntan a Alejandro (Dente) si le presentó el novio a su familia. Y él dice: “Sí, hoy” y le da un pico a su deslubrante amante delante de la familia por elección.

Si hubiera que destacar dos aciertos -de tantos que tiene la película- el primero es la ductilidad de los artistas que permiten adentrarse en la intimidad, las bondades y las contradicciones de sus personajes… El segundo tino es recurrir a los paroxismos del melodrama, la tragedia y la comedia, géneros que históricamente resultaron los más propicios para contar la historia de la comunidad LGTBIQ.

Al hacer un canto a la libertad del cuerpo -no confundir con los nuevos libertarios- y al mirar el pasado histórico, de manera casi inconsciente y premonitaria, la película devine eminentemente política para estos tiempos en que los derechos y las formas de vivir de gays, lesbianas, trans y travestis se encuentran en riesgo. En relación con los yires callejeros y las calles que eran centrales para la cartografía erótica de los años setenta a los noventa, uno de los personajes señala (Antes) “Santa Fe tenía una sola mano y daban la vuelta por Ecuador que también era mano para el otro lado: nos cambiaron todas las manos para desorientar”. Ese chiste gay que denuncia una disposición arquitectónica panóptica y represiva es uno de los tantos ejemplos que dan cuenta de las sutilezas del guion de Pecoraro.

Hacia el final, se une a la historia un viudo nostálgico encarnado por el siempre efectivo  Osmar Nuñez. Eso da cuenta de que, como en "El muerto" (Huston, 1987, basado en el relato "Los muertos" de James Joyce),  las celebraciones también son el momento de evocar las ausencias: el compañero fallecido, los desaparecidos por la dictadura, los amigos y amantes muertos por el sida, … Y, válgame la licencia, la celebración de estas “Luces azules” siempre evocará la figura inolvidable del gran Claudio Da Passano en su última actuación.

Luces azules 

Dirección: Lucas Santa Ana. Guión: Gustavo Pecoraro. Con Ernesto Larresse, Claudio Da Passano, Osmar Núñez, Estela Garelli, Edgardo Moreira, Fer Dente, Hernán Morán, Karina Hernández, Javier Rodríguez Cano, Natalia Morlacci y Nicolás Di Pace.