Los personajes de historieta, como Los Simpson, no deberían tener ningún papel en la política. Con Milei al frente de la banda, es evidente que no poseen el conocimiento ni la formación necesaria para dirigir un país. Una especie de armada Bancaleone está a cargo de 47 millones de personas. ¿Acaso no era obvio que Milei y sus seguidores carecen de competencia?

La falta de delegados de mesa plantea la interrogante de cómo podrían gobernar. Los responsables de envenenar la vida de millones de argentinos, como la mafia de Clarín, sabían que personas como Milei harían lo que les conviene: privatizar, invertir con ventajas injustas y saquear a los jubilados.

Lo sabían, pero lo aguantaron, lo auparon y se dijeron que antes que la izquierda política del país, cualquier cosa era mejor. Milei, Bullrich, Larreta, López Murphy, Vidal, Ritondo, Marra, cualquiera les servía porque todos vendrían a hacer lo que ellos quieren: quedarse con más que todo, blindarlo, fundar un país de derecha definitivamente indestructible donde esté legalizada la salvajada, la brutalidad con los de abajo.

Por eso, tenemos un Milei: el tipo solo sabe insultar, rebajar, provocar porque es así frente a su espejo. Milei es eso. Y ahora los medios, los periodistas realmente comprados del país, ponen cara de aflicción. Son peores que Milei.

Ahora, los seis de cada diez que lo votaron son menos, como una fuente con estatuas se destroza por un rayo y Neptuno es mármol caído. Milei es políticamente uno de los escombros del desastre que los poderosos del país le destinaron al resto.

Los que por rencor deslucieron a la democracia y lo votaron ahora se van quedando a solas con la desesperación. Pero eso sí, votaron por odio y estupidez inculcadas por un sistema muy hábil. Ahora sí, con el diario del lunes, hay un mileísta o peor aún, un macrimileísta. Permitan que se dude de su integridad, de su honestidad intelectual. Nos destinaron eso que llora, grita y patalea como un niño enojado y caprichoso.

Un denostador serial, un tipo descontrolado, un tipo solo sumiso ante su intemperancia, un servil del poder, un hombre que no mira sus pecados políticos, va a ver al Papa. Si tiene cara para eso, tiene cara para cualquier cosa. Llorará en el hombro del Papa como en el Muro de los Lamentos, y cuando se dé la vuelta, dirá que todos los que no se llamen Milei son unos delincuentes.