Los restos diurnos suelen ser fábrica de sueños de todo tipo (a veces, gratos, atractivos y placenteros; y, otras, no tanto).

Veamos algunos ejemplos: un primer sueño de nuestro paciente consistió en tirarse del trampolín de una pileta ubicada en el fondo de un jardín, donde había una pared que impedía la llegada de los rayos del Sol, lo cual provocaba que “el agua pareciera recién llegada de Alaska una tarde de invierno o salida de una cubetera del congelador de una heladera”; un segundo sueño de nuestro paciente, como contracara de lo no placentero del sueño recientemente relatado, podría ser aquel, publicado en este diario el 2 de junio de 2022, que versaba sobre un mecanismo para enderezar bananas, que, entonces, permitiría venderlas a mejor precio (provocando admiración y envidia en toda la comunidad de verduleros).

Ahora bien, un psicoanalista es capaz de demostrar que los sueños tienen significaciones y el trabajo psicoanalítico permite poner en evidencia tales significaciones y hacer algo revelador con ellas. Esto es lo que Sigmund Freud, en un momento del comienzo de su carrera, descubrió: los sueños, además de ser textos/relatos con significados manifiestos, tienen significaciones ocultas que un psicoanalista debe ser capaz de desocultar, a través de propiciar que el paciente realice asociaciones libres entre significaciones que, a priori, parecieran no estar relacionadas.

Por lo tanto, la labor del psicoanalista consiste en incitar al paciente a explorar asociaciones libres insospechadas, que, como tales, también el psicoanalista ignora.

De esta manera, el psicoanalista (y esto es lo más difícil) no debe dar certidumbres ni significados certeros, aunque resulte muy tentador, sino ser el cauce para que el paciente dé sentidos a los sueños relatados, sentidos que, como dijimos, deberán ser o deberían ser sorprendentes para el psicoanalista, hasta ese momento. En otras palabras, paciente y psicoanalista deberían asombrarse a la par.

Dijimos que hay sueños gratos y otros no tanto. La mayoría muestra más predisposición para explorar los sueños gratos, pero el psicoanalista deberá provocar alguna atracción para que los sueños no tan gratos sean explorados también por el paciente, sin imponer, de ningún modo, tal exploración, dado que, si no, las asociaciones libres hablarán más del analista que del paciente, lo cual frustrará el tratamiento, inevitablemente.

Volviendo al primer sueño relatado (acerca de la zambullida a la pileta con agua fría), resulta muy tentador interpretar que el sujeto muestra incomodidad con los impulsos que lo llevan a tener calenturas, que, entonces, habría de calmar arrojándose a la pileta del fondo del jardín, pero deberá ser el propio paciente quien le encuentre sentido a tanto frío a que, en el propio sueño, él mismo se sometió...

Juan Carlos Nocetti es psicoanalista.