Muriel Megson había tenido una hija llamada Cynthia, un aborto espontáneo y un bebé que nació muerto. Le habían recomendado no intentar parir de nuevo porque corría riesgo su vida. Pero el 22 de febrero de 1950, en Manchester, Inglaterra, a poco de comenzar la segunda mitad del siglo XX, dio a luz de nuevo, desobedeciendo los consejos médicos. Ella sobrevivió y también la nueva criatura. 

En el desafío con la muerte, en ese duelo cara a cara con el final, engendró una nueva vida, la de Genesis P-Orridge, aunque ese no sería el nombre del documento original sino el que iba a pasar a la historia del underground y más allá como lx artista que propuso acabar con los géneros y romper el sexo. Se puede decir, entonces, que la muerte estuvo presente en potencia en su nacimiento, y así pasaría a ser fundamental en su propio recorrido. 

Al menos esa es una de las revelaciones más intensas de su último libro, No binarix, unas memorias que no pueden llamarse autobiografía porque no se trata de una escritura vital sino que se intenta narrar las distintas muertes de su narrador. Más que una “antibiografía”, como propone en el postfacio Douglas Rushkoff, lo que P-Orridge escribió es algo fantástico y dark: una necrografía, los distintos relatos de las muertes propias y las ajenas que definieron su recorrido. “No habría Genesis P-Orridge sin la muerte de Neil Andrew Megson”, concluye en el capítulo donde decide aniquilar su nombre de familia de origen para asumir un nuevo nombre y apellido que le habían puesto, como juego, distintos artistas que se había cruzado en su camino. 

Y eso lo convertiría el 5 de enero de 1971 en pionerx en cambiar legalmente el nombre de su documento como proyecto artístico-vital en Inglaterra y en el mundo. Su propia firma es la rúbrica de una muerte. Pero no se trata solo de la muerte simbólica, sino también de la real. De hecho, No binarix fue escrito cuando ya estaba diagnosticado con leucemia, su enfermedad avanzaba firme, y P-Orridge murió mientras lo intentaba terminar, lo que invita a pensar que la misma muerte le susurró algunos de los pasajes. Siendo un libro póstumo, una memoria grabada en una lápida, no es para nada lúgubre ni mortuorio, es un libro absolutamente luminoso, de luz mala, como la que dicen que producen las fosforescencias de los restos en descomposición enterrados a poca profundidad. 

Una de sus primeras experiencias en el mundo de la música psicodélica y experimental fue hacer juegos de luces para bandas, o sea, iluminar el undergroud. Ese sentimiento que cruza todo el libro de Genesis P-Orridge: la experiencia subterránea de la luz, se puede brillar cuando estás enterrado. Si hay un binarismo que dinamita en primer lugar este libro, y por eso logra seguir inquietando desde el más allá, es la grieta entre vida y muerte.


Fuera de control

La técnica del cut-up, según la ejecutaron con maestría Brion Gysin y William Burroughs, consiste en desmontar un lenguaje y, con sus partes sueltas, rotas, ensamblar una sintaxis distinta que revele un poco las entrañas que estaban silenciadas en el mensaje original. Era un poco un ejercicio psicodélico: ampliar la mente que controla el lenguaje para salir de ese pensamiento verbal lineal que nos estructura, nos limita, nos disciplina. Gysin y Burroughs hablaban de una Tercera Mente al resultado de sus cut-ups. Descontrolar los lenguajes: un proceso de collage permanente para desestructurar las fronteras que imposibilitan las relaciones abiertas entre elementos que no pertenecen a una cadena tradicional. 

Iniciando su memoria con el encuentro en 1971 con William Burroughs en Londres, Genesis P-Orridge establece no solo la importancia del cut-up en un recorrido, que disuelve la vida con el arte y viceversa, sino que propone un relato donde los encuentros con personas serían una forma de cut-up, de diálogo descontrolado, de correspondencias donde el ida y vuelta es un proceso de osmosis, que sería otra forma de aniquilación del yo como entidad aislada, insular. 

La memoria no como una narrativa del yo sino como una disolución de lo individual en pos de lo colectivo como motor. Gran parte de sus relatos giran alrededor de la dinámica de los grupos que creó y muchas veces abandonó o destruyó: colectivos como COUM Transmission y Eel Templo de la Juventud Psíquika, bandas como Throbbling Gristle y Psychic TV, más otros proyectos y obras más efímeros en colaboración con artistas muy diversxs. Incluso con artistas muertos, por supuesto. Como su adorado Austin Osman Spare (1888 - 1955), pintor, escritor y ocultista pero principalmente un artista del futuro, brujo y alquimista que usó “el arte para crear viajes temporales e interdimensionales”. 

Estudió a ese maestro en una tienda de ocultismo de Londres, se propuso aplicar y difundir sus métodos. Una de sus mejores lecciones fue la de usar el orgasmo como método para “la realización del yo transformado”, para intentar “eliminar del yo sus hábitos atrofiados, sus conductas redundantes y los límites que se han impuesto desde afuera”. En esa búsqueda organizó orgasmos masivos, pero la estética de lo orgiástico, de la magia como caos sexual, fuera de las tradiciones reglamentarias del placer, fue una constante para “cortocircuitear el control” que atravesó todos sus proyectos grupales, en escenarios, en galerías, en la calle, en los lugares que vivió. Cada anécdota que recuerda esos cortocircuitos parece terminar en una energía tribal, un goce colectivo indisciplinado, que incluso puede prender fuego una casa hasta tener que saltar por la ventana. Inmolarse en la multitud, reventar en la rave, perder el control en el pogo.

Punk is dead

No binarix es un libro que se puede leer como un mapa extraño de ciertos géneros revolucionarios y culturas de los márgenes de la última mitad del siglo XX y el consecuente homenaje y subversión que Genesis P-Orridge hizo de ellos. Porque todo lo que tocaba parecía deshojarlo. Sus flirteos con el movimiento beat, la psicodelia, el punk e incluso el género industrial que ayudo a fundar, terminaron casi en castástrofes, en formas de terrorismo estético. 

La mayoría proponía seguir algunas ideas de vanguardia que reivindicaban el cruce entre vida y arte, hasta fundir una con otra. Esa energía era lo que todo el tiempo sedujo a Genesis, sus formas de creación vertiginosas, infatigables porque nunca fue artista de producir para galerías y museos, nunca encerrarse en una lógica institucionalista. De alguna forma fue un paria en la cultura oficial y la underground, o un exponente que empujaba al abismo a todas esas formas. Hasta que no necesitó empujarlas más porque la institucionalización terminó por quitar mucho del sentido original que tuvieron. 

Prefirió dinamitar todo desde unos bordes bien difusos, inciertos. Por ejemplo, en la inauguración de un local punk en Londres frente al mítico de Malcolm McLaren o en su relación con Soo Catwoman, una ícona punk, se cuenta desde otro punto de vista el auge de un movimiento para entender su potencia como para destrozarlo.

Sin embargo, el anecdotario con la mayoría de personas, grupos y comunidades que se cruza en su vida, son siempre de reconocimiento de sus virtudes, de la marca que le dejaron, incluso cuando después termine teniendo que destruir esa relación o detestándolos. Reconocer, por ejemplo, la vanguardia del primer Pink Floyd, una banda que luego tildaría de aburrida, es parte de la generosidad y lucidez de su mirada y su escritura. Como músicx, poeta, artista visual, performer, o en todo lo demás indefinido que agitó, Genesis fue lo suficiente voraz como para devorar virtudes y defectos y regurgitarlos en formas más extrañas de las que inicialmente tenían. Como el endemoniado bíblico (de la otra Biblia, la que no escribió) su nombre es Legión, porque era muchxs.


Pandrógino

“Algunas personas piensan que son un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer; otras piensan que son una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre; pero el pandrógino tan solo se siente atrapado en un cuerpo”, escribe Genesis en No binarix su explicación del pandrógino que ya comenzó a desarrollar en su libro anterior La Biblia Psíquika, también publicado por Caja Negra en español. 

La experiencia de abandonar el plano físico, que la mente abandone la materialidad, es una constante en las memorias de Génesis a partir de la cultura psicodélica y la experimentación con drogas que le permitió salirse cuerpo y observarse desde afuera, que describe varias veces a lo largo del libro. Es como esas secuencias cinematográficas del espíritu abandonando el cadáver en la muerte. Pero el proyecto pandrógino también se libera del cuerpo a través de las mutaciones, cambiando de piel, como algunas especies de reptiles. 

“No hay ninguna razón para quedarse sin personas nuevas para ser cada día”, decía Lady Jaye, quien determinó, como buena dominatrix que era, varias de las últimas transformaciones en Genesis P-Orridge. Más que ser otrx, la idea fue siempre ser otrxs, el plural para romper el binario también tiene que ver con desestabilizar la diferencia entre lo individual y lo colectivo. 

El documental experimental La balada de Genesis y Lady Jaye (2011), dirigido por Marie Losier, volvió un poco más célebre la relación que lxs llevó a encarnar el Pandrógino, síntesis de dos vidas en paralelo combatiendo las representaciones anquilosadas de lo masculino y lo femenino, que se volvieron una sola desde que se juntaron en un calabozo de un antro BDSM de New York. En su exilio forzado en Estados Unidos, echado de Inglaterra, cuando Genesis vio por primera vez a Jaye sintió la misma sensualidad andrógina que encontró en su fascinación por Brian Jones, de los Rolling Stones, a quien también conoció. 

Eso lo llevó a ambos a modificar sus cuerpos para asimilarse entre sí, ser un “Tercer Ser” por las técnica del cut-up, ahora en versión física aplicada por medio de cirugías. “Nos oponíamos tanto a los sistemas binarios, incluso aquel en que la identidad se basa en el género... El pandrógino es una reconciliación muy importante de una versión más aproximada a lo que la realidad podría ser, al menos en términos de una realidad física. Básicamente, el universo está hecho de un solo tipo de materia: todo. No hay universo binario. Así que no hay cuerpo binario. Es un mito”, escribe con sabiduría Genesis. 

Ya desencarnado, disuelto su cuerpo, el Pandrógino se convirtió en una poción, cuya receta está guardada entre las páginas de No binarix, porque cómo el mismo escribe: “Los libros son puertos de entrada para percibir la experiencia vital de modo diferente, y eso es lo más poderoso que algo puedo ser. Eso es alquimia”.